martes, 6 de noviembre de 2012

CANCIONES DE LA GRAN DERIVA según VELPISTER.



RAZÓN DE LA LUCHA


La cabeza rota
el corazón reseco
la salud quebrada


y aquí estoy:

domingo por la mañana
frente al ordenador
mientras mi compañera
duerme plácidamente
en el cuarto de al lado.

La contemplo en silencio
unos segundos:

su ilusión su fe en la vida
su confianza en mí.

Motivos suficientes
para seguir luchando.


(Inédito)


De Vicente Muñoz Alvarez, Canciones de la gran deriva, ed. Origami. Imágen de la portada (impresionante imágen de la portada) de Julia D. Velázquez.

Leerlo es... he estado buscando una palabra para hacerme entender y recordé a mi patética profesora de piano cuando se refería a las grandes obras de piano de la historia de la música y que nos hacía tocar penosamente: trascendental. Este es un poemario trascendente, no es la primera vez que leo un libro de Vicente que se merezca este calificativo, pero hablando de éste, aquí y ahora, su lectura te hace comprender que te encuentras ante versos de lectura transcendental. Publicado por primera vez hace trece años, se reedita con un puñado de inéditos como éste que se puede leer al principio. Ya ha sido repetido hasta la saciedad por otros que han hablado/escrito sobre este libro, pero es absolutamente actual, y no por lo que estamos pasando en estos años de crisis, es actual como lo ha de ser la buena literatura, la literatura, repito, trascendental. 

Cada uno de los poemas son de lucha, de búsqueda, de desaliento y entereza y de levantarse constantemente.

Cada uno de los poemas no son los de un hombre cuerdo.


CAE LA NIEVE Y LA LUNA BRILLA EN ALGÚN SITIO


Llevaba todo el día leyendo la biografía
de aquel santo escritor
para redactar luego un artículo, algo sencillo,
y lo hacía muy desesperadamente,
furioso e irritado,
mientras afuera nevaba y nevaba
y la gente se resbalaba sobre el hielo
manchándose las botas de barro.

Había recibido otra carta de una editorial
rechazando mi libro, una más,
y todo era realmente difícil, triste,
cuando de pronto el terror se me echó encima,
la casa, los muebles, las paredes,
la necesidad de pisar la nieve
y caminar cabizbajo hacia aquel bar,
una buhardilla donde solía dejar
las revistas que me publicaban
y donde aquella noche sucedió algo hermoso,
uno de mis textos subrayado,
lleno de anotaciones y flechas,
para sentir que alguien sin rostro me escuchaba,
que solo por eso merecía la pena estar vivo,
y bajar a la calle a derretir la nieve,
las aceras blancas, la inmensa luna, aquella paz,
y la certeza de haber vuelto a cruzar
la línea sombría de mi desesperación.



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