Ya está colgado en la red el número 15 de la Revista de literatura (y otras artes) Excodra, dedicado esta vez al cine. Para la ocasión, he colaborado con un texto titulado La magdalena de Carlos Saura, que aborda tres de sus más emblemáticas películas de los años 70. Lo transcribo a continuación.
LA MAGDALENA DE CARLOS SAURA
Peppermint Frappé
Siento una fascinación especial por las películas de Carlos Saura de los años 60 y 70 (el resto me interesan más bien poco), La caza, La madriguera, Ana y los lobos, Cría Cuervos, Elisa, vida mía, o esta que ahora reseño, Peppermit Frappé (1967), paradigmática de la doble moral española, hipócrita y morbosa, de aquel período final del régimen franquista.
Después de la impactante y ultraviolenta La caza, (también representativa, aunque de otro modo, de la brutalidad y represión de la dictadura), Saura sorprendió con Peppermit Frappé, no menos crítica ni asfixiante pero con unas influencias muy distintas, más al estilo Hitchcock (Vértigo, por el argumento) o Antonioni (Blow Up, por la estética), plagada de guiños surrealistas y psicoanalíticos (no en vano está dedicada expresamente a Buñuel), elegante, hipnótica e introspectiva.
Las interpretaciones magníficas de José Luis López Vázquez, Alfredo Mayo y Geraldine Chaplin (adorable y etérea), los tambores de Calanda (homenaje a Buñuel) y el temazo de Los Canarios (contraste magistral entre lo folclórico y lo pop, o lo que es lo mismo, entre la tradición y la modernidad), la cuidada fotografía y puesta en escena y lo escabroso del argumento, hacen de esta película una rara avis a tener muy en cuenta dentro del cine español de la época, que gustará especialmente a los nacidos en aquel período de transición y de cambio y a los amantes del cine de autor.
Que ustedes la disfruten.
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Cría Cuervos
Como con una especie de magdalena de Proust horneada a mi justa medida, los pelos se me erizan como escarpias al videar de cuando en cuando, en mis días nostálgicos, esta película, Cría cuervos (1976), de Carlos Saura, que me retrotrae a mi más temprana y contradictoria infancia, llena de merodeadores y miedos, al más puro estilo de la transición, y sobre todo al escuchar, como llegado de otro planeta, ese entrañable tema evocador de Jeannet, Por qué te vas, símbolo naif y melancólico de mi generación...
Decía antes que siento especial fascinación por las películas de Saura de esta década, mediados de los 60/70, pero Cría cuervos, en especial, me traslada empáticamente a otro mundo y tiempo, una infancia/adolescencia de penumbra imprecisa, no sé si terrorífica o mágica, en la que comencé a forjarme como rebelde (según Arturo Barea) y persona.
Todo lo representativo de aquel período, de una u otra manera, está aquí: la mujer maltratada y servil, el adulterio, la dictadura, la represión, el engaño y la hipocresía, los sueños rotos, los fantasmas y traumas infantiles, la traición y la caspa, la vanguardia y la modernidad, el terror (más que en muchos otros filmes de género), los complejos, los juegos solitarios, el odio y la ternura, la sinrazón y la náusea, el extrañamiento y la muerte...
No sé qué tienen estas películas setenteras españolas de autor (con Saura, indiscutiblemente, a la cabeza), pero hay algo en ellas que a mí personalmente me toca fibras ocultas y me traslada a un tiempo que aún hoy, casi cuatro décadas después, no sé cómo ni dónde, dentro de mi educación sentimental, encuadrar...
Cría cuervos, en concreto, es una maravilla de elegancia y saber hacer, de genio y personalidad, en una época en que los dramas rurales y las comedias frívolas copaban el mercado cinematográfico de este país, un legado de 40 años de dictadura mal digerida y un modelo de realismo onírico a la española que, al menos a mí, me sigue estremeciendo con muy extraños y particulares latidos.
Impresionante Ana Torrent, magnífica autoría de Saura, secundarios de lujo (con una Florinda Chico que ya quisiera Fellini) y una atmósfera ominosa y decadente, como el fin del régimen, que se te clava como una daga en el corazón, además, por supuesto, de ese tristísimo y obsesivo tema de Jeannete, Por qué te vas, que no lograrás sacarte, pese a lo facilón, durante mucho tiempo de las neuronas.
Para videar con calma y criterio una y otra vez.
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Elisa, vida mía
Otra de las obras maestras indiscutibles de Carlos Saura, quizás mi preferida, Elisa, vida mía (1977) sigue fascinando y sobrecogiendo pese al paso del tiempo, erizándonos la piel en cada secuencia e inundando de saudade y melancolía el corazón.
Como todas las películas de Saura de esta década, Elisa, vida mía es un complejo entramado de personajes, recuerdos y sensaciones que reflejan de modo incisivo las pulsiones y contradicciones humanas, nuestra tragedia y poesía, nuestro absurdo y grandeza, nuestra ternura y desesperación, y nos arrastran con un ritmo pausado y denso al fin de la noche, ese lugar sin retorno donde confluyen todos los caminos.
Fernando Rey y Geraldine Chaplin están impresionantes en sus respectivos roles: el padre escritor asfixiado por su nihilismo y recuerdos, y la hija confusa y atormentada en plena crisis existencial.
Ellos dos solos, encerrados en un caserón solitario, con el piano tristísimo de Erik Satie de fondo, reconstruyen una historia fragmentada y especular, pesadillesca y terrible a veces (la secuencia de la mujer asesinada en el camino pone los pelos de punta), poética y surrealista siempre, que trasluce el caos interior y fobias de ambos personajes, trasladándolos con mano sabia al espectador.
Oscura como la tumba donde yace mi amigo (que diría Malcom Lowry), magnética y desencantada e ideal para videar en los días de nostalgia e introspección.
Elisa, vida mía in You Tube:
Vicente Muñoz Álvarez, en Excodra Nº 15 (El Cine).