sábado, 9 de noviembre de 2024

PELÍCULAS QUE ERIZAN LA PIEL: Prólogo del autor.



Este manual que tienes ahora en las manos, querido lector, es la tercera entrega de una serie de libros que en los últimos años he ido dedicando al cine de culto, una de mis grandes pasiones. 

Películas para llevarse al infierno (Eutelequia 2011, LcLibros 2018) y Películas para la penumbra (Excodra 2015, LcLibros 2018) fueron los dos primeros, y en ambos di buena cuenta de muchos de los filmes que, por uno u otro motivo, a lo largo del tiempo más me habían impactado. No exactamente, como ya en su día dejé claro, los que yo considero los mejores de la historia del cine (que requerirían un listado aparte y sobre los que ya hay mucho escrito), sino otros mucho menos conocidos (no sé si mejores o peores: juzgad vosotros mismos) que es también necesario y justo reivindicar. 

En el prólogo al primer volumen, Películas para llevarse al infierno, y en relación a los títulos que en él reseñaba, escribí: “Tanto en la literatura como en el cine (y en todos los demás ámbitos creativos) me interesan las obras que cuestionan el mundo en que vivimos, que remueven las vísceras y las conciencias, que aceleran la sangre y el corazón, mostrando sin filtros éticos ni políticos la realidad (sin duda violenta y cruel) que el hombre ha creado. Este es, en última instancia, el criterio de fondo que he utilizado para confeccionar este listado de películas de culto: lo crítico, lo atípico, lo raro, lo grotesco, lo perverso, lo incómodo, lo hiriente, lo hipnótico, lo arrebatador... Aunque no menos importante, también, ha sido el punto de vista y enfoque literario con que las reseñas han sido ideadas, las conexiones de todas estas películas con libros y escritores que admiro y he leído intensamente en el transcurso de mi vida adulta, igualmente básicos y determinantes para mi formación. Más que una guía cinéfila al uso, pues, este manual está concebido como un diario personal donde me he despachado a gusto con muchas películas que yo opino que nadie debería dejar de ver”. 

Copio y pego de allí estas palabras porque son igualmente aplicables a esta nueva entrega de Cult Movies, Películas que erizan la piel, y describen certeramente el porqué de las tres. Y vuelvo a recordar, como entonces, que: “No soy crítico de cine, soy narrador y poeta, y por lo tanto nunca me planteé escribir ensayos técnicos ni concienzudos sobre las películas seleccionadas, sino más bien comentarios apasionados de las mismas que impulsaran a los lectores a videarlas sin complejos”. 

Aunque, a diferencia de los dos primeros volúmenes, donde reseñaba películas de diversos géneros (con predilección, eso sí, por el fantástico), este tercero está dedicado por completo al de terror (en sus muy diversas vertientes), que desde niño me ha fascinado. 

Rescaté para la ocasión las reseñas de los dos primeros libros que abordaban directamente el género y añadí otras muchas nuevas, confeccionado este listado de películas que erizan la piel, que va a turbaros durante muchos años el sueño. No están, por supuesto, todas las que son (la lista sería interminable), ni algunos clásicos imprescindibles (que todo el mundo conoce y no necesitan carta de presentación), pero sí muchas rarezas de las que posiblemente jamás hayáis oído hablar. 

Aunque, llegados a este punto y antes de entrar en materia, se plantea la siguiente pregunta: ¿Qué es una película de culto?

Wikipedia nos dice: “Película de culto se refiere a cualquier tipo de producción cinematográfica que ha adquirido alguna clase de culto popular, ya sea por su formato, su producción, su trama o su significado histórico. Las películas de culto son frecuentemente señaladas como polémicas debido a que incluyen ideas o temas notablemente controvertidos o a que, siendo más convencionales en su temática, la presentan de un modo alejado de los convencionalismos estéticos o narrativos”. 

Y Jesús Palacios, en el prólogo a Películas para la penumbra, señalaba al respecto: “Lo que importa aquí es cómo se nos descubren, se nos desvelan, título tras título, otras formas y maneras de hacer, ver y entender el cinematógrafo. Viajando por el espacio y el tiempo, abarcando épocas y eras, países e idiomas, con esta su segunda biblia del cine de culto disfrutamos en la intimidad del descubrimiento de títulos oscuros, tanto o menos como del redescubrimiento de otros que creíamos conocer, iluminados ahora por la mirada pura de este nuevo derviche cinéfago, que hace girar ante nosotros miríadas de imágenes olvidadas, títulos recónditos y películas malditas. No hay barreras, tópicos ni hipócritas principios: de la exploitation al Arte y Ensayo, del mudo al technicolor, del Hollywood mágico de otrora a la coproducción europea, del trash al indi, del cine de autor a la Serie B, Vicente Muñoz Álvarez sólo se pone como límite no despreciar nada, no negarse nada, acercándose así por ende a la verdadera naturaleza seductora y diabólica del cinematográfico, capaz de hipnotizar al espectador más allá y más acá de sus supuestas virtudes artísticas, narrativas, intelectuales o comerciales. Eso es lo que, en definitiva, quiere decir para algunos de nosotros cine de culto: rendir culto a las fuerzas mágicas, oníricas y oscuras que reinan y desbordan la pantalla, conectando con nuestro inconsciente y con el dominio infernal y divino del imaginario colectivo”. 

A lo que Juanjo Ramírez, el director de la fantástica Gritos en el pasillo (cuyo DVD incluía Películas para llevarse al infierno), añade en el epílogo a Películas para la penumbra: “Además del cariño y el conocimiento de causa, encontramos un tercer denominador común en casi todos los capítulos. Muñoz Álvarez describe el visionado de esas cintas con términos que aluden a una experiencia psicotrópica, lisérgica, opiácea, alucinógena. Esta clase de adjetivos salpican las reseñas de estas películas como fragmentos de un ADN común. Cuando Alejandro Jodorowsky (otro de los autores mencionados en el libro) intentó sacar adelante su versión de Dune albergaba una intención confesa: Que la película provocase en el espectador las mismas sensaciones y vivencias que un viaje de LSD. Las películas que selecciona Vicente y el ángulo desde el que las enfoca apuntan en esa misma dirección: El cine como droga, como vehículo hacia otros estados de percepción mental. La experiencia audiovisual como mecanismo para alterar la conciencia, para catapultarnos hacia otras dimensiones. Ésa es la piedra filosofal que perseguimos la mayoría de los narradores, y quizá con más motivo los que, como es el caso del cineasta, trabajan con estímulos tan primitivos como la imagen en movimiento y el sonido”. 

Imposible describir mejor mi filosofía respecto a lo que he intentado trasmitir en estos tres libros. 

Y ya para terminar, y antes de que os adentréis en mis terrores favoritos (que diría el bueno de Chicho), algunas consideraciones sobre la selección de las películas reseñadas.

Lo primero de todo: ¿Dónde está la línea de separación entre unos y otros géneros —terror, suspense, drama psicológico, thriller, ciencia ficción, etc.—, y cuál se atiene o no a unas y otras etiquetas? La verdad sea dicha, no me preocupa demasiado clasificar ni etiquetar, sino más bien recomendaros las películas que a mí personalmente me han puesto la piel de gallina, sean o no consideradas estrictamente de terror por los puristas. A muy pocos, supongo, se les ocurriría incluir en un listado como este películas como Réquiem por un sueño, de Darren Aronofsky, Aguirre, la cólera de Dios, de Werner Herzog, o Elisa, vida mía, de Carlos Saura, por citar algún ejemplo, y sin embargo a mí me parecen tres filmes tremendamente angustiosos y llenos de secuencias que erizan la piel. Y por lo tanto, sin más criterio que el de mi propia subjetividad, aquí figuran por méritos propios. 

En segundo lugar, como comprobarán los lectores, muchas de las películas reseñadas en este volumen están comprendidas entre las décadas 60 y 70 del pasado siglo, en detrimento de otros títulos anteriores y posteriores no menos interesantes. Supongo que mi predilección por el cine de terror de esa época se deba a que fue la que me tocó vivir de niño y adolescente y en la que se gestaron mis fantasmas y miedos, que llevo arraigados en mi subconsciente como la bola de hierro de un presidiario. Y también, sin duda, a mi pasión por la contracultura y movimientos psicodélicos y revolucionarios de aquel tiempo, que me hace ver con indulgencia y nostalgia las películas rodadas en ese período de experimentación y de cambio. 

Finalmente, como ya antes señalé, no están, en absoluto, todas las que son, ni muchas de las consideradas clásicos indiscutibles del género. Echará aquí el cinéfilo de menos cientos de títulos paradigmáticos del cine de horror, y encontrará en cambio un montón de películas de las que sin embargo es posible que nunca haya oído hablar. Salvo algunas excepciones de títulos muy conocidos que no me he podido resistir a incluir (Al final de la escalera, Psicosis, El resplandor, La matanza de Texas), la mayor parte de los filmes reseñados en este libro son, creo, poco conocidos por la gran mayoría. O esa ha sido al menos mi intención. 

Y me despido ya con otro párrafo de Juanjo Ramírez en el epílogo a Películas para la penumbra, perfectamente aplicable también a este nuevo volumen y de lo más esclarecedor: “Invito al lector a guardar este libro en el rincón alucinógeno de su estantería, entre la O de opio y la S de setas. Le invito a elegir las obras reseñadas en él para viajar en días especiales. Días especiales para pelis especiales: Si entras en ellas, ellas entran en ti, te transforman, desencajan algunas piezas en tu interior y, merced a alguna misteriosa alquimia, sus efectos trascienden la duración de su metraje”. 

Felices pesadillas, queridos drugos, 
y cuidado con los Bichos Malos. 

Vicente Muñoz Álvarez.
prólogo a Películas que erizan la piel
(Underdog Ventures, 2024)



lunes, 4 de noviembre de 2024

PELÍCULAS QUE ERIZAN LA PIEL: Prólogo de Jorge González del Pozo.



Especialmente apto para todos los públicos: 
El contrapunto y la pasión por el cine 
de Vicente Muñoz Álvarez

El pulso de Vicente Muñoz Álvarez se hace notar desde las primeras líneas en esta colección única —tan especial como singular— de lecturas e interpretaciones fílmicas. Sus letras poseen frescura y cercanía, anteceden a la gravedad que requiere el momento de acercarse a los más célebres fotogramas de filmes consagrados, menos conocidos, obras de culto, rarezas y piezas diversas, todas dignas de recuerdo y, por supuesto, de visionado y reivindicación. 

Reconozco con placer que comparto con el autor —entre otras muchas opiniones y posiciones—, su ternura y atracción por El baile de los vampiros (1967), de Roman Polanski, por mencionar una de las más señeras; no había oído ni leído de una forma tan bien articulada una oda a esta joya poco ponderada de la filmografía del atribulado polaco. Muñoz Álvarez navega por la obra de directores como Romero, Cronenberg, Ibáñez-Serrador, Waters, Luna, Herzog, Zulueta, Kubrick, Jarmusch, Ripstein, Saura, Haneke o Aronofsky, entre otros. Pero no olvida títulos y creadores mucho menos conocidos por el gran público, ensalzando su calidad, el impacto, o el diferente punto de vista, estético o de montaje, que despliegan buena parte de estas películas. 

Aunque tras un primer vistazo pudiera parecer que el corpus es aleatorio y extremadamente personal, una mirada atenta contradice esta opinión. Vicente Muñoz Álvarez ofrece, en esencia y con excepciones, una forma de contemplar la producción cinematográfica basada en tres pilares que se esbozan ya en la introducción, cuando el propio autor menciona la siguiente triada como obras esenciales para entender el panorama fílmico histórico y global: Réquiem por un sueño (2000), la confirmación de Darren Aronofsky como baluarte de la escena alternativa estadounidense; Aguirre, la cólera de Dios (1972), de Werner Herzog, una de sus obras más reconocidas y reconocibles, y Elisa, vida mía (1977), del gran Carlos Saura, donde despliega toda su simbología y saber técnico-estético. La triangulación que muestra Muñoz Álvarez comienza tocando Hollywood y al gigante estadounidense desde su cara B, planteando y replanteando la dicotomía entre el cine comercial y el cine de autor. También desde las estéticas más personales, la segunda referencia, con estilo marcado por el Nuevo Cine Alemán, recoge de alguna forma los movimientos cinematográficos europeos del siglo XX. Por último, el tercer apoyo del trípode es una obra nacional, alejada de la norma en la filmografía de Saura y reflexionando desde la mirada sensible y particular sobre cuestiones fácilmente extrapolables a realidades más amplias. Estas tres esferas en la perspectiva de este libro son pertinentes y abarcan buena parte de la producción relevante para el espectador, desde luego el nacional, y sin duda cualquiera que tenga una curiosidad genuina por el cine. 

El otro elemento que hace que este texto destaque por encima de muchos otros paseos a través del cine es la forma de mirar, de analizar y de plasmar el impacto de la imagen en la gran pantalla y de la edición y el montaje como forma de comunicar en las narrativas audiovisuales. El autor desarrolla su retrato de cada película apoyándose en un estudio pseudo-barthesiano que contrasta la imagen general con el detalle. Roland Barthes aclaró en su breve pero clarividente manual para el análisis de la fotografía La cámara lúcida la diferencia entre el studium y el punctum; siendo el primero el comentario, descripción y aclaración amplia de una imagen, y el segundo, la forma en la que el analista se centra en un detalle de la imagen que resalta sobre el conjunto y que ofrece, no sólo el contrapunto que dota de verdadera vida al retrato, sino también el elemento discordante que abre la puerta a una interpretación mucho más profunda y certera de lo que se observa. La gran mayoría de piezas que componen este texto se debaten entre ambos factores, saltando de uno a otro para enfatizar cómo opera el cine, esforzándose en ensalzar para el lector los elementos más claros, pero también los más especiales y que hacen que recordemos estas cintas. 

De manera específica, Muñoz Álvarez detalla con curiosidad ilusionante y con ojo sabio películas de culto y aplica un “criterio de fondo [basado en] lo crítico, lo atípico, lo raro, lo grotesco, lo perverso, lo incómodo, lo hiriente, lo hipnótico, lo arrebatador…”. Para este espectador avezado no hay barreras, ni “tópicos, ni hipócritas principios: de la exploitation al Arte y Ensayo, del mudo al technicolor, del Hollywood mágico de otrora a la coproducción europea, del trash al indie, del cine de autor a la Serie B...”. Realmente se muestra como un visionario que ya habla de la difuminación de los géneros planteándose: “¿Dónde está la línea de separación entre unos y otros géneros —terror, suspense, drama psicológico, thriller, ciencia ficción, etc.—, y cuál se atiene o no a unas y otras etiquetas?”. Rompe con todas esas manidas etiquetas que ya conocemos y que actualmente comprobamos se mantienen de forma muy artificial y forzada. Temas como el erotismo, el satanismo, los vampiros, zombies y demás monstruos más o menos góticos o fantásticos, la violencia aparentemente gratuita de obras como Perros de Paja (1971) de Sam Pekinpah, o la disección de la mente de asesinos en serie, entre otras muchas facetas consideradas marginales y descastadas, tienen cabida en este libro, en palabras del propio autor, no apto para todos los públicos. Tampoco hay barreras nacionales: ¿cómo podría haberlas en una disciplina como el cine, universal desde sus orígenes? Muñoz Álvarez lo demuestra frase a frase tocando lo español, aunque se haya desterrado del canon público del terror y su reconocimiento en muchas ocasiones; también se aproxima al cine mexicano, brasileño y latinoamericano en general; menciona, cómo no, la impronta y el peso de la productora Hammer, los clásicos de Alfred Hitchcock, como Vértigo (1958) y Psicosis (1960), añade curiosidades y anécdotas que hacen las delicias del cinéfilo, del iniciado y del meramente interesado. Asimismo, traza líneas de fuga que reconocen la originalidad de cintas como Déjame entrar (2008), de Tomas Alfredson, de las que no tanta gente se acuerda y que lograron reactivar el género o subgénero englobado dentro de la temática de los vampiros, aunque sean difíciles de clasificar, como el mismo autor reconoce: “sería mejor no encasillarla en ningún género, o crear para ella uno específico, ya que no se parece a ningún otro filme anterior”. La cinta, de factura excepcional, se enfoca en los espectros sedientos de sangre de una forma sumamente novedosa. 

La capacidad de Muñoz Álvarez de saltar de lo específico a lo trascendental en un espacio mínimo es asombrosa, pasa de los “ecos de Nietzsche y de Poe, de Huysmans y Sade, de Buñuel y la Hammer, y una atmósfera de total pesadilla y blasfemia [haciendo] de [una] película una pieza clave del cine de horror” con una naturalidad con la que el lector claramente conecta, permitiéndole contemplar y reflexionar sobre una película a múltiples niveles, sin la pátina de la jerga académica, ensayística y engolada, presentando unos textos dinámicos y extremadamente atractivos. A raíz de A medianoche me llevaré tu alma (1963) de José Mojica Marins, Muñoz Álvarez reverbera los versos del brasileño, que recuerdan a otro gran maestro contemporáneo del cine de terror, Guillermo del Toro: ¿Qué es la vida? / Es el comienzo de la muerte / ¿Y qué es la muerte? / Es el final de la vida / ¿Qué es la existencia? / Es la continuidad de la sangre / ¿Y qué es la sangre? / Es la razón de la existencia. Los planteamientos góticos como premisa, la conexión entre el terror y lo sobrenatural, evocan a los créditos que abren El espinazo del diablo, en la que el mexicano se planteaba lo que era un fantasma, como un trauma que regresa para atormentarnos mientras no se cierre la herida. Tanto los versos de Mojica Marins como las premisas de Del Toro emplazan al espectador a conectar con la película no sólo de forma pasiva y desde el objetivo de entretener, sino desde el ánimo de sembrar una semilla e ir más allá de la imagen, dejando un poso memorable, tal y como hace el propio Muñoz Álvarez. El autor no se olvida del terror doméstico, casi siempre en un segundo plano para la producción global y para la crítica, hablando de los freaks hispanos, como comenta sobre El extraño viaje (1964), de Fernando Fernán Gómez, obra única en la filmografía nacional, o cuando menciona la obra de Jorge Grau No profanar el sueño de los muertos (1974), aclarando que: “contiene todos los ingredientes esenciales del género [...] y muy importante, una crítica social encubierta contra el sistema capitalista, en este caso con tintes ecologistas añadidos”; sin dejar de mencionar la joya entre las joyas del cine rural nacional que supone Furtivos (1975), de José Luis Borau, con la irrepetible Lola Gaos. También abraza rarezas dentro de las rarezas, como El topo (1970) del incalificable Alejandro Jodorowsky, sobre la que acertadamente dice ser pieza diferencial, ya que no muchas películas “han logrado recrear un far west tan inmundo y pesadillesco, degenerado y lleno de freaks (al más puro estilo de Browning), malvados y místicos, rameras, borrachos e iluminados, y pocas, también, han conseguido descontextualizar con tanto acierto el género”. Además, abraza anomalías cinematográficas formidables como El faro (2019), de Robert Eggers o Las mariposas disecadas (1978), del mexicano Sergio Véjar, y pone al mismo nivel numerosas cintas contemporáneas, como El pájaro pintado (2019), de Václav Marhoul, The Dark and the Wicked (2020), de Bryan Bertino, Mad God (2021), de Phil Tippett, o la inclasificable Titane (2021), de Julia Ducournau, que no sólo contemplan el legado de los géneros fantástico y de terror, sino que también lo actualizan. 

El compendio de referencias y cinefilias nos lleva a adaptaciones de Edgar Allan Poe, como La tumba de Ligeia (1964), de Roger Corman, a un referente en el cine patrio como es Eloy de la Iglesia, o a un clasiquísimo de culto que el gran Quentin Tarantino rescatara, como es Lady Snowblood (1973), de Toshiya Fujita. En su relato muestra una querencia cariñosa hacia el cine italiano, sin mencionar el giallo como tal ni su influencia en el fantaterror español, y alaba al pensador de la imagen-mundo que fue Pier Paolo Pasolini. La mirada crítica de Muñoz Álvarez no sabe de fronteras. El autor habla de The Yellow Sea (2010) de Na Hong-jin, y de la relevancia del cine coreano antes de que se hiciera famoso, sin abandonar su criterio y sabiendo ensalzarla en su justa medida: “Aunque por momentos pueda resultar excesiva y abrumadora, la película de Na Hong-jin mantiene clavado frente a la pantalla al espectador y ofrece algunas de las más vertiginosas secuencias de acción de los últimos tiempos”. Con la excusa de obras tan esenciales como Posesión infernal (2013), de Fede Álvarez, este analista se adentra en el mundo de los remakes y diferentes versiones, así como en el concerniente a los efectos especiales, demostrando de nuevo que no tiene límites en su forma de entender el cine: “Posesiones escalofriantes, impresionantes efectos especiales y litros de hemoglobina, así como numerosos guiños a la saga ochentera, hacen de este remake un impactante filme con sello propio, que no dejará indiferente (para bien o para mal: tiene también detractores) a nadie”. Habla de los personajes secundarios y de su valor en el cine con verbo agudo y una honestidad que manifiesta, al ser capaz de separar al artista de la persona, algo sumamente difícil en estos tiempos que corren, como se puede apreciar en el caso de la forma en la que se sopesa a Lars Von Trier acerca de Anticristo (2009). 

Vicente Muñoz Álvarez, en su brevedad, más necesaria hoy que nunca, condensa ese punch-line constante que ofrece sin necesidad de vivir en las redes sociales. Aglutina en este texto —recorrido esencial por muchas de las caras menos conocidas de la cinematografía mundial— la visión personal con el análisis más profundo, a veces cáustico, de una serie de piezas dignas de revisión, de alabanza, de enfatización y de recuperación para el imaginario popular. 

En ocasiones no he podido evitar en mi lectura centrarme, por deformación personal, en el cine español, ya que profeso un interés y pasión especial por el mismo, sin dejar de asombrarme constantemente cómo los ojos de Muñoz Álvarez navegan y divagan por estas cintas. Cada persona puede centrarse en lo que le gusta, caminar por la mente del autor y tender desde sus ideas puentes visuales hacia mundos tan íntimos y personales, como colectivos, sociales y trascendentales. 

No quiero terminar este prólogo sin manifestar que esta obra singular sirve para salvar del olvido muchas de estas películas. Hay que alabar esta operación de rescate en obras como Morbo (1972), de Gonzalo Suárez, o la satánica Escalofrío (1978), de Carlos Puerto, presentada por el ya mítico Dr. Jiménez del Oso, casi borradas de la memoria fílmica popular. Por poner un par de ejemplos significativos entre una larga lista de las que aquí aparecen. Buena parte del cine de terror y gótico (así como otros subgéneros aquí también recogidos) que se estrenan hoy en día beben de las películas comentadas, igual que estos filmes bebieron de otros mitos literarios, folclóricos u orales, y así sucesivamente, pero en la transición a nuevas formas de producción y de distribución en las plataformas que hoy dominan la pantalla, el cambio de siglo ha instaurado un paradigma que borra buena parte de lo creado antes del siglo XX, por lo que esta obra se erige más necesaria que nunca. Ya que las páginas que vas a comenzar a disfrutar son especialmente aptas para todos los públicos, en este libro, querido lector, podrás salirte del mainstream (aunque si lees con detenimiento también lo entenderás mejor) y disfrutar del cine, de nuevo o por primera vez, con la ilusión de la luz apagada, la tensión de un grito, un suspiro o un silencio que, en efecto, nos dejará erizados.

Jorge González del Pozo, 
prólogo a Películas que erizan la piel
(Underdog Ventures, 2024)



viernes, 1 de noviembre de 2024

PELÍCULAS QUE ERIZAN LA PIEL en LA NUEVA CRÓNICA



El autor de ‘Películas que erizan la piel’, Vicente Muñoz. | MARLUS LEÓN

Vicente Muñoz: "El terror es un género que no tiene fecha de caducidad"

El escritor acaba de publicar una versión extendida de ‘Películas que erizan la piel’, que recopila más de 250 títulos

Camino Díez Llamazares 01/11/2024 La Nueva Crónica

Cinéfilo confeso, escritor y gestor cultural leonés, Vicente Muñoz Álvarez regresa a las librerías de la mano de una cuidada edición extendida. ‘Películas que erizan la piel’, publicada por primera vez en 2019, recopila ahora los «comentarios apasionados» del autor sobre más de 250 filmes.

– Esta es la tercera entrega de una trilogía de libros sobre cine a los que preceden ‘Películas para llevarse al infierno’ y ‘Películas para la penumbra’. ¿Cómo se relacionan la literatura y el cine y, en su caso cuál de las dos artes pesa más?

– Sí, efectivamente, esta es la tercera entrega de la Trilogía Cult Movies, que he dedicado al cine de culto, tras Películas para llevarse al infierno y Películas para la penumbra. El cine y la literatura son, para mí, las dos caras de la misma moneda, imagen y letra, letra e imagen, dos formas paralelas de expresión, interrelacionadas e inseparables. De hecho, el cine parte de un guion y la literatura de una imagen (mental), y en mi caso en concreto tienen el mismo peso. Escribo pensando en imágenes, como si estuviera viendo películas, y veo películas pensando en libros, como si estuviera leyendo novelas. Creo que ambas formas de expresión se retroalimentan.

– La primera edición salía a la luz en 2019. ¿A qué se debe esta versión extendida y cómo ha sido el proceso detrás de su alumbramiento?

– La primera edición la publicó en 2019 Canalla Ediciones, una editorial madrileña que desapareció, como tantas otras, poco tiempo después, con la pandemia, y por lo tanto el libro tuvo, por desgracia, breve recorrido. Hace unos meses Javier Campelo, el editor de la Editorial Páramo, que también es el distribuidor de La Sombra de Caín (y por lo tanto de varios libros míos), me llamó proponiéndome reeditar este libro, que en su día le había parecido muy interesante y, de hecho, un libro de fondo, sin fecha de caducidad. Quería abrir una nueva editorial, Underdog Ventures, me dijo, dedicada a la cultura pop y alternativa, ensayo, cine, cómic, etc, y le gustaría inaugurarla con ‘Películas que erizan la piel’. Así que aproveché para revisar y ampliar el libro con un montón de nuevas reseñas, que pensaba incluir en otra entrega de la saga, para ofrecer algo nuevo al lector y hacer más completa y atractiva la selección. Por otro lado, esta edición lleva como novedad en sus páginas centrales cuarenta carteles originales en color de las películas reseñadas, lo que la hace mucho más atractiva.

– El libro recoge títulos clasificados en el género del terror. En su entrevista con Joaquín Revuelta para este medio con motivo de la primera edición de ‘Películas que erizan la piel’, confesaba su debilidad por el género tanto en la literatura como en el cine. ¿Cómo percibe la evolución del terror en las diferentes ramas artísticas?

– Aunque parezca imposible, el género se sigue renovando constantemente, tanto en el cine como en la literatura, a medida que evoluciona la sociedad. Buena prueba de ello son películas como Titane, Mad God o Saint Maud, las últimas que reseño en el libro, que poco tienen que ver con los clásicos de toda la vida, tanto desde el punto de vista estético como argumental. Yo creo que el terror en un género sin fecha de caducidad, una emoción primigenia y atávica del ser humano, que seguirá existiendo y adaptándose a los nuevos tiempos mientras el hombre siga en la Tierra.

– A sus espaldas lleva la publicación de poemarios, relatos, novelas y ensayos. ¿Cómo cree que han podido influir en su obra literaria su carácter cinéfilo y todas esas películas que le han cautivado?

– Pues evidentemente, de forma muy acusada. Underdog Ventures, la editorial que ha publicado Películas que erizan la piel, va a reeditar antes de fin de año otro libro mío de terror, Del fondo, ilustrado por Andrés Casciani, que es un homenaje al cine de David Cronenberg y a la literatura de H.P. Lovecraft y Aleister Crowley. Mi novela El merodeador está inspirada en la película del mismo título de Joseph Losey. Para la portada de Mi vida en la penumbra, una antología de mis relatos más conocidos, elegí una fotografía de Tod Browning con los protagonistas de Freaks. Regresiones, mi novela dedicada al León de los años 80, está llena de referencias cinéfilas, etc. Me crié viendo cine y leyendo, y para mí ambas disciplinas están estrechamente interrelacionadas, como decía al principio.

– De entre los más de 250 títulos, enmarcados entre los años 1928 y 2022, reseñados –o «comentados apasionadamente», como indica en su prólogo–, ¿podría quedarse con solo uno?

– Es una pregunta que a menudo me hacen en las entrevistas, y siempre respondo lo mismo: no, me resultaría imposible quedarme con una sola película. Podría, en todo caso, elegir unas cuantas (El asesino de muñecas, El molino de las mujeres de piedra, El carnaval de las almas, El cuerpo y el látigo, El rojo en los labios, La llamada, Plan siniestro, etc), pero una sola no. De hecho, ya en el prólogo al libro explico que este no es un listado de las que yo considero las mejores películas de terror de la historia del cine, sobre las que ya hay mucho escrito, sino sobre otras mucho menos conocidas que es también necesario y justo reivindicar. Mi intención al escribir este libro ha sido descubrir al cinéfilo otro tipo de cine, de culto o de serie B, que no es el que normalmente proyectan en los cines y en la televisión, poco conocido por la gran mayoría, y que sin embargo está a la altura de los grandes clásicos del género. He escrito, en suma, el libro que a mí me hubiera gustado leer hace cuarenta años para descubrir películas que me ha llevado muchísimo tiempo encontrar. Aunque no menos importante, también, ha sido el punto de vista y enfoque literario con que las reseñas han sido ideadas, las conexiones de todas estas películas con libros y escritores que admiro, igualmente básicos y determinantes para mi formación. Más que una guía cinéfila al uso, pues, este manual está concebido como un diario personal donde me he despachado a gusto con muchas películas que yo opino que nadie debería dejar de ver.

– ¿Hubiese sido en otra vida director de cine?

– Me hubiera encantado, sí. Y no descarto todavía serlo en esta.