Sólo por la interpretación de Ben Kingsley, apabullante y tremenda, merece ya la pena videar esta película. Pero también por las del resto de actores (en especial Ray Winstone y Ian McShane), todas sólidas y convincentes, y la delirante historia que narra: un ajuste ultraviolento de cuentas entre mafiosos ingleses y actrices porno retiradas, y un aparatoso robo con un sorprendente final.
Sexy Beast (2001), de Jonathan Glazer, tiene todo eso y más (una estupenda banda sonora, por ejemplo, y un ritmo endiablado), aunque sin duda alguna lo más reseñable, por lo que nadie olvidará esta película, es el papel de Ben Kingsley, absolutamente absorbente y demoledor: él solo se come la cámara y al resto del plantel de actores con una intensidad que pone los pelos de punta y nos regala uno de los roles de malvado más impresionantes del cine moderno (no en vano estuvo nominado al Oscar como mejor actor secundario).
Y luego están esas pinceladas surrealistas (visiones premonitorias y bestias peludas), muy al estilo David Lynch, que le dan al filme un toque de gracia añadida.
Cine negro del bueno, desinhibido y fresco, sin desperdicio de principio a fin.
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