Sobre las lápidas de las tumbas del cementerio de Mirantes de Luna, a medianoche, hacíamos espiritismo... La instigadora y médium de la pandilla era Chavela, alta, mística y desgarbada, aficionada a la magia y a la brujería e influenciada por el Doctor Jiménez del Oso, que por aquel entonces, finales de los años 70, presentaba en la televisión un programa de parapsicología titulado Más allá... Después de cenar con nuestros padres en el camping del Náutico, nos reuníamos en la fuente y ascendíamos la pronunciada cuesta que desde las ruinas de Mirantes (abandonado desde los años 50 debido a la construcción del embalse), por un camino de piedra entre las sabinas, conducía al viejo cementerio... Y allí, en aquel siniestro camposanto, a la luz de la luna y las velas, organizábamos las sesiones... Chavela, medio en trance, colocaba alrededor de un vaso, sobre una lápida, las veintisiete letras del abecedario recortadas en papel, nos pedía que entrelazáramos en círculo nuestras manos, colocaba el dedo índice sobre el vaso e invocaba con los ojos entornados a los muertos... Y entonces, a veces lentamente y otras a toda velocidad, dependiendo de la intensidad de su trance, el vaso comenzaba a moverse en espiral, señalando letras y componiendo amenazadoras palabras... Doce o trece años tendríamos entonces, aquellas noches de verano en el pantano de Luna, con el cielo sembrado de estrellas, las luciérnagas destellando entre los arbustos y los grillos cantando a nuestro alrededor, y allí, en aquel cementerio olvidado, realizábamos las sesiones... Casi siempre de guasa, es cierto, pero alguna que otra vez, también, amedrentados por las palabras que los espíritus nos iban revelando: quién y cuándo y cómo, por ejemplo, iba a fallecer primero, tendría una enfermedad o accidente, y lo más habitual, dónde estaban nuestros familiares muertos... A medianoche me llevaré tu alma, me llevaré tu alma, recuerdo que susurraba Chavela con voz cavernosa a menudo, para caldear el ambiente cuando veía que nos reíamos o no estábamos concentrados, y nosotros, entonces sí, nos cagábamos de miedo al escucharla... Aquellas palabras (que eran el título de una pavorosa película de José Mojica Marins) sí que nos daban miedo (y ella lo sabía y utilizaba), aquella lúgubre amenaza entonada como un mantra en la noche, no el vaso (manipulado descaradamente por ella) ni las profecías impostadas de los muertos ni las lápidas roídas del cementerio, sino aquellas ominosas palabras, a medianoche me llevaré tu alma, me llevaré tu alma, que aún resuenan en mi memoria, y seguramente en la de todos mis compañeros...
Vicente Muñoz Álvarez,
de Regresiones
(LcLibros, 2022)