ha nevado al fin en la city, los tejados, las aceras y los coches estaban cubiertos de blanco al amanecer y las calles tenían, cuando he sacado a la perra después de desayunar a dar un paseo, un halo de nostalgia y ensoñación, como de cuento de hadas, que ha despertado en mí sensaciones dormidas, recuerdos pueriles y estampas de batallas de bolas de nieve en los recreos de un vaporoso colegio de curas, juegos y gritos y risas y el laboratorio de fósiles y microscopios y cabezas reducidas de jíbaro e insectos empalados donde me extasiaba mientras la nieve caía pausadamente tras el cristal... aunque pronto, también, han llegado en tromba otros recuerdos, la ropa húmeda al volver luego a clase, los pasillos interminables y oscuros hasta llegar a las aulas, los deberes no realizados, los castigos, la asfixiante lentitud de las horas y el aprendizaje del remordimiento y el miedo... mientras el paisaje urbano, al ritmo de mis recuerdos, iba a su vez cambiando, la nieve se derretía sobre las aceras y convertía en inhóspito barro, los coches salpicaban inmisericordemente al pasar, la gente se resbalaba aparatosamente en los pasos de cebra y, desafiante y ominoso en medio del caos, un cuervo negro como la noche (This it is, and nothing more, me pareció escuchar) picoteaba los restos de un gato aplastado en la carretera...
todo siempre en función
del color del cristal
a través del cual se mire
a través del cual se mire
v
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