Eclipsada en parte por su prima hermana Tamaño natural, de Berlanga, aunque a mi juicio más interesante y oscura, No es bueno que el hombre esté solo (1973), de Pedro Olea, es otra de esas películas de culto del cine español setentero injustamente olvidada, turbadora y negrísima, que uno no debería dejar bajo ningún pretexto de ver.
Con un José Luis López Vázquez inmenso, una Carmen Sevilla en su mejor momento y un magnífico guion de José Luis Garci, Pedro Olea construye esta parábola fetichista y obscena, metáfora de la soledad y el extrañamiento en las sociedades capitalistas modernas, que descoloca las neuronas y se clava como una daga oxidada en el pecho.
Perfectamente representativa de la hipocresía y decadencia moral de su tiempo (fin del régimen franquista) y llena de claves piscoanalíticas, No es bueno que el hombre esté solo es un descenso a los abismos del alma, a su vileza y desolación, que bajo su aparente frivolidad aborda cuestiones de muy profundo calado y deja un regusto extraño en la boca.
Traición, soledad, fetichismo, chantaje, prostitución, paranoia, adulterio y venganza, en una sociedad podrida que se resquebraja, son el telón de fondo de esta perturbadora fábula sobre el lado oscuro del corazón, que os recomiendo muy encarecidamente videar.
Bon Appétit.
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