De todos los lugares que he visitado este quizá sea el que más me ha cambiado. Hace ya casi diez años de aquello, una salida en falso hacia la nada que se convirtió en el inicio de algo que ya no iba a tener fin porque se había instalado en mí para siempre. Decimos demasiadas veces las palabras siempre y nunca, demasiadas, demasiadas, y en el mayor número de ocasiones no nos damos cuenta de que son palabras que no nos pertenecen porque solo es nuestro el momento presente. Gijón, un apartamento en medio del paseo de la Playa de San Lorenzo. Todos los días salía a caminar, a comprar algún libro a la Librería Paradiso o a tomar café con David González. Todos los días llovía. Escribía, al menos, todos los días un poema o un boceto del mismo y algunas páginas de prosa. Gijón estaba ahí, y la colección que David González dirigía para el Ateneo Obrero de Gijón, colección Zigurat, me esperaba con una gran sorpresa, las Canciones de la gran deriva de Vicente Muñoz Álvarez.
Un tren negro cruza España
A Vicente Muñoz Álvarez lo conocí en Gijón unos meses después de haber leído su libro. Fue una noche tras un recital en la Semana negra de Gijón. David González y yo habíamos lanzado una antología titulada La verdadera historia de los hombres. Recorrimos España con ella (de mar a mar y entre los dos la guerra, que diría Machado) y en el inicio del verano del año 2004 nos desplazamos a Madrid para desde allí tomar el tren negro hasta Gijón acompañando a las poetas que habíamos seleccionado. Aquella noche, tras el recital, conocí a Vicente Muñoz. Era la viva imagen de un escritor tranquilo (sí, existen, os lo aseguro) y pronto entendí que en el camino nos íbamos a encontrar. Y así fue.
Un momento mágico
Hablaré en estos términos porque sé que sois gente inteligente que lo va a comprender. Fue algo semejante al instante en el que conoces a la mujer de tu vida y todo se detiene, sabes que recordarás ese momento hasta el fin de tus días, sea como sea el desenlace. Vicente y yo hablamos durante toda la noche y conversamos acerca de sus canciones, de su poesía, de su prosa, de su manera de entender la literatura y la vida (que son, finalmente, lo mismo…). Él es un escritor comprometido que respira fuera de los círculos poéticos etiquetados y contaminados porque es libre, y en sus palabras, en cada una de ellas, aparece el reflejo de la verdad que hace que el texto cobre fuerza y, de inmediato, se proyecte ante nuestros ojos.
De lo real
Origami, una editorial joven y valiente, apuesta ahora por el rescate de este libro en el que tenemos aquello que ya existía en la versión publicada hace trece años por el Ateneo Obrero de Gijón, y se añaden unas emocionantes palabras de presentación de David González (que fue el editor de la primera versión de este texto), unas cuantas variaciones y unos inéditos que, a buen seguro, harán las delicias de los seguidores de este escritor leonés de mirada tierna y pulso firme. Esto demuestra que un buen libro escrito hace unos cuantos años lo sigue siendo sin que el tiempo y su transcurso lo perturben, porque las cosas, cuando son de verdad, sobreviven a los días de lluvia, los veranos e inviernos y todo tipo de manifestaciones creadas por los hombres para hacer este mundo maravilloso más difícil y doloroso.
Ignacio Escuín Borao, en la Revista Voluntas.
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