Por Eloísa Otero, en TamTam Press
Hay libros que tardan en gestarse, y aún más en publicarse. Y hay autores a los que, de pronto, les coincide prácticamente la publicación de varios libros en un periodo corto de tiempo. Es lo que le ha sucedido a Vicente Muñoz Álvarez (León, 1966). Su último poemario, ‘Animales perdidos’, acaba de llegar a las librerías de la mano de Baile del Sol, donde Muñoz ya publicó otras obras de poesía como ‘Privado’ (2005) y ‘Parnaso en llamas’ (2006), o los relatos de ‘El merodeador’ (2007). Y este libro llega justo después de la reedición de sus ‘Canciones de la gran deriva’ en Origami, y de la publicación de varias obras colectivas en las que Muñoz participa con relatos y poemas, como ‘Una navidad de muerte’, entre otras. Sin embargo… “hacía tiempo que no publicaba un poemario completamente inédito, y estoy como un niño con zapatos nuevos”, comenta el autor.
Como ya escribió Felipe Zapico a propósito de la reedición de ‘Canciones de la gran deriva’: “Vicente Muñoz es un visionario y no habla de esta crisis, manifiesta la crisis constante, perpetua, tanto la interior como la exterior. Anota desde su furgona, en la mesa de un café, en la calle o en un mercado cómo atraviesa la vida, su vida, nuestra vida, la vida de los otros…”.
Así ocurre también en ‘Animales perdidos’, que para José Ángel Barrueco, autor del prólogo, “reconstruye una travesía vital y poética desde la penumbra hasta la luz. Desde el atosigamiento de los infiernos interiores hasta el reencuentro con el amor y con la estabilidad anímica, pasando por ese desasosiego de quien está desorientado y ya no se ve capaz de encontrar de nuevo su lugar en el mundo”.
En ambos libros hay poemas vitales, existenciales, actuales, afilados, lúcidos… Poemas vivos que, en este último poemario componen, como Muñoz mismo dice: “el relato autobiográfico de cinco años de experiencias y sensaciones, de caminos y rutas, de penumbra e iluminación”.
Este nuevo libro de poemas narra una historia vital, con su planteamiento (Infierno), su nudo (Purgatorio) y su desenlace (Cielo). Comparte con otros poemarios del mismo autor algunos temas comunes (el vacío, la angustia bernhardiana, la soledad, la huida de los entornos humanos, el tiempo como trituradora que todo lo consume, el miedo…), pero, como apunta Barrueco, “esta vez, están potenciados” y “su progresión acaba siendo distinta en cuanto a temática e intenciones”.
“A partir de una ruptura sentimental surge un hombre partido en pedazos, con sensación continua de desamparo, que se siente exactamente como uno de esos animales vagabundos a los que, con suerte, alguien rescatará de la calle para amarlos (inolvidable el primer poema, que da título al libro, y donde hallamos ya esa soledad de quien ha perdido el rumbo, simbolizada aquí por ese perro enfermo al que una vecina acoge en su hogar)”, señala Barrueco.
Este es el primer poema, que da título al libro:
ANIMALES PERDIDOS
No eran buenos tiempos.
Me acababa de separar de mi mujer
y había tenido que dejar mi casa en el campo
y alquilar un apartamento
en el extrarradio de la gran ciudad.
Escribía fumaba bebía
y de vez en cuando lloraba
al contemplar asomado a la ventana
la desolación del paisaje:
los bloques inhóspitos de hormigón en la niebla
el cansancio en los ojos de los transeúntes
y el tráfico ensordecedor de la gran avenida.
Por primera vez en 40 años
me encontraba solo en la tierra.
R, la vecina del 6º,
adoptaba animales perdidos.
Se había quedado viuda hacía 2 años
y recogía por la calle
perros vagabundos y enfermos.
Uno de ellos, N, carecía de extremidades
y estaba inmovilizado y ciego.
R le había construido
una especie de cuna acolchada
y le daba en ella de comer con los dedos.
Algunas noches N, agitado en sus sueños,
se caía de su lecho
e incapacitado para cualquier movimiento
aullaba desesperadamente
hasta que R se levantaba
y le volvía a colocar en la cesta.
Yo le escuchaba desde la soledad
de mi cuarto oscuro
y su aullido me desgarraba por dentro:
aquel sollozo infinito y lánguido y triste.
Tumbado en la cama,
incapaz de dormir,
fumaba un cigarro tras otro
y añoraba el norte perdido,
el calor y el rumbo perdido,
naufragando una y otra vez
en los mismos recuerdos.
No eran buenos tiempos:
nada me satisfacía llenaba
todo me estremecía
todo me hacía llorar.
Por primera vez en 40 años
me encontraba solo en la tierra.
Y me gustara o no,
tarde o temprano,
también solo debería reanudar el camino.
En su prólogo, breve y esclarecedor, Barrueco advierte cómo “en este Infierno sólo quedan apenas unas tablas a las que aferrarse para lograr la salvación: el poema como guía y refugio en el que cobijarse, las obras de otros autores que lo acompañan en su soledad e inspiran algunos de sus versos (Malcolm Lowry, David González, Pablo Casares, Raúl Núñez, Philip K. Dick, Céline…) y, sobre todo, la palabra como símbolo de supervivencia”.
La segunda parte, Purgatorio, está compuesta por poemas mucho más breves, en los que habitan “la extrañeza, la huida de los entornos sociales, la búsqueda de un cobijo y el peregrinaje por un camino erizado de rosas y espinas”. Pero, ya hacia el final, anuncia “que va siendo hora de ver la luz y salir de esa penumbra que enlaza con el título de la bitácora que Vicente mantiene en la red: Mi vida en la penumbra”.
“El lector, para entonces —escribe Barrueco— está tan angustiado como el propio poeta. Necesita ese respiro, ese oxígeno, porque desde el inicio empatiza con el autor. Anhela su salvación. Desea que encuentre la paz de espíritu y establezca su hogar, su nido”.
Y por fin, en la última parte, Cielo, llega el resurgimiento, “la entrada a un mundo donde cualquier cosa es posible, donde todo va bien y las sombras se van extinguiendo gracias (no podía ser de otro modo en un romántico como V.) a los ojos de una mujer, gracias a su compañía, que posibilita el sosiego”.
Escogemos, de esta última serie, un poema muy sencillo y revelador:
JARDÍN INTERIOR
En una terraza
de unos 2 metros
cuadrados
frente
a la autovía
macetas con
tomates pimientos
cilantro maría
las plantas
de mi nuevo jardín.
Nada que ver
con el anterior
exuberante
y frondoso.
Pero todas
las mañanas
al despertarnos
lo regamos juntos.
Y está
dando frutos.
‘Animales perdidos’ forma parte de esos frutos, sin duda. Y si el libro se abre con una cita de Malcolm Lowry (Bajo el volcán): “No se puede vivir sin amar”, al final se cierra con otra cita del mismo autor y del mismo libro: “¿Le gusta este jardín, que es suyo? ¡Evite que sus hijos lo destruyan!”.
Como concluye Barrueco en el prólogo: “Quizá ‘Animales perdidos’ sea, de todos los poemarios del autor, el que prefiero. Es evidente que, a veces, necesitamos grandes y brutales dosis de fracaso, deriva y sufrimiento para hallar bienestar y una obra aún más madura. Por suerte o por desgracia, los fracasos vitales suelen desembocar en proyectos literarios más cerrados, con ese pulso narrativo de quien escapa de las tinieblas para afrontar lo que vendrá. Pero eso lo sabíamos: porque Vicente Muñoz Álvarez es de los que, en la lucha, jamás se rinden”.
‘Animales perdidos’
de Vicente Muñoz Álvarez.
Prólogo de José Ángel Barrueco.
Ilustraciones de Julia D.Velázquez.
Ed. Baile del sol, 2012.
www.bailedelsol.org
Mi vida en la penumbra
(el blog de Vicente Muñoz Álvarez)
muy grande. enhorabuena!
ResponderEliminar