lunes, 23 de diciembre de 2013

MORIR (El diablo)


es, quizás, uno de mis más tempranos recuerdos, cómo tomé por primera vez contacto con la muerte, a los cuatro o cinco años, de manera fortuita, y la tremenda impresión que ello me produjo... recuerdo estar en la cocina de la casa de San Pedro donde vivíamos... recuerdo que era una tarde-noche de invierno... y recuerdo, como si los estuviera viendo ahora, aquellos muñecos de guiñol que alguien me había regalado: una bruja, un payaso, Caperucita y el lobo, y el diablo... un diablo de piel roja y cuernos blancos y pelo negro rizado que mi padre manejaba con una mano dentro de su pequeño cuerpo, agitando alocadamente su cabeza y sus brazos... no sé muy bien cómo, a tanto mi memoria no llega, de qué manera sucedió, pero sí que, en un punto concreto del juego, pregunté a quién representaba aquel muñeco... y no sé tampoco cómo, de qué manera me lo explicaron, pero sí que me dijeron que era el diablo, el guardián del infierno... y que mi curiosidad infantil me hizo preguntar a continuación qué era el infierno y que mis padres me dijeron que era el lugar donde, al morir, iba la gente mala... y que acto seguido pregunté qué era morir y que me dijeron que la gente mayor se moría, que su corazón dejaba de latir y que, en función de cómo se hubieran portado en vida, iban al infierno o al cielo... y que entonces, eso sí que no lo olvido, me invadió un tremendo vacío, un vértigo atroz, una sensación terrible de desconsuelo y de náusea, y que a continuación me puse a llorar y que mis padres me dijeron que no me preocupara, que eso, el morir, no le sucedía a los niños, que le pasaba sólo a la gente mayor, muy mayor, y que a mí me quedaba aún mucho tiempo para que llegara mi hora... desde entonces odio los muñecos de guiñol, obviamente un trauma infantil, y ahora que soy ya mayor sigo sintiendo el mismo vacío y vértigo y la misma sensación de desconsuelo y de náusea cada vez que pienso en la muerte y en que todos tenemos que morir, tarde o temprano, aquí o allí, todos vamos a morir y, tal vez, según nos hayamos portado, a encontrarnos con aquel horrible diablo...


Vicente Muñoz Álvarez

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