lunes, 23 de diciembre de 2013

MINERALES (Una pasión)


fueron otra de mis grandes pasiones, los minerales, otra obsesión infantil, sobre todo a partir de cierto momento, en séptimo de EGB (creo recordar), con Don Julián, el profesor de Ciencias Naturales, que nos encargó, como complemento obligatorio de la asignatura, presentar una colección al terminar el curso escolar... así comencé a coleccionarlos y estudiarlos y clasificarlos e ir a buscarlos al monte y al campo... ahí estaba yo, unos once o doce años, calculo, cogiendo con otros alumnos los sábados por la mañana el tren de vía estrecha rumbo a Boñar, La Vecilla o Vegacervera, con mi mochila y mi martillo de geólogo y varias guías de consulta y los ojos (ya sin parche) llenos de ilusión e inocencia, buscando minerales en los bosques y escombreras y minas abandonadas de la región... pirita (cristalizada y limonitizada), cuarzo (ahumado o blanco o rosa), malaquita y azurita, calcita, goethita, azabache, galena, blenda acaramelada, fluorita, turmalina, aragonito, oropimente y rejalgar, etc, etc, etc... me fascinaban aquellos nombres, sus colores, sus propiedades, las formas en que cristalizaban y sus reflejos, como si tuvieran dentro una luz interior, alma y esencia, o algún mensaje cifrado... y me fascinaba, más que ninguna otra cosa, el laboratorio del colegio, al que acudíamos a hacer prácticas una vez por semana, lleno de anaqueles con todo tipo de objetos extraños y exóticos, fósiles y minerales, por supuesto, pero también insectos y mariposas y animales disecados de todas las partes del mundo (procedentes de la misiones de los agustinos), flechas, lanzas y máscaras tribales, microscopios, morteros, matraces y tubos de ensayo, acuarios con peces de colores, terrarios con tritones y salamandras y, la perla de la corona, una nutrida colección de cabezas de jíbaro reducidas, que me atraían como imán al acero y que no me cansaba jamás de observar... un mundo mágico y revelador, luminoso y lleno de enigmas, que me transportaba a realidades y universos paralelos y potenciaba mi, cada vez más acusada, tendencia a la ensoñación... volví loco, con los minerales, a Don Julián, el profesor, al que asediaba y atosigaba en clase a preguntas, llevándole muestras de todo lo que recogía en mis escapadas al campo... volví locos a mis padres y a mi hermana, siempre en danza con las dichosas piedritas... a mis compañeros, proponiéndoles incasable excursiones y changes... y supongo que me volví loco yo también a fuerza de consultar continuamente guías y visitar tiendas de minerales (Petrópolis, en especial, donde a menudo arrastraba a mi madre para intentar que me comprara alguno) y construir cajas de madera para clasificarlos y, ya al final del curso, presentárselos al profesor... aún conservo muchas piezas de aquel tiempo, y desde entonces he seguido coleccionándolos, siempre mirando hacia el suelo en la montaña y el bosque y rebuscando aquí y allá, ensimismado en la configuración del terreno... hace casi cuarenta años de eso... 

ya llovió


Vicente Muñoz Álvarez

2 comentarios:

  1. Pero ahí sigues. Me gusta la idea de que algo que empieza como un trabajo escolar acabe convirtiéndose en una pasión o, al menos, un hobby para alguien. Un abrazo.

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