Hasta mediados de 2009 conocíamos al José Ángel Barrueco (Jab) narrador, articulista y crítico, autor de varios libros de relatos y novelas y gestor de un blog de referencia en la red, Escrito en el viento (http://thekankel.blogspot.com/), donde a diario aborda cuestiones literarias de muy diversa índole.
Le aplastaré con mis versos (publicado junto a Sin frío en las manos, de Javier Das, bajo el título genérico de No hay camino al paraíso - Ed. Ya lo dijo Casimiro Parker, 2009) nos mostró una faceta suya inédita hasta entonces y un compendio de estremecedores poemas inspirados en la figura paterna, que se clavan como espinas punzantes en el corazón.
Poesía narrativa, autobiográfica y de no ficción (término acuñado por David González, autor del prólogo al citado libro) son los tres calificativos inmediatos que me sugiere este primer poemario de José Ángel Barrueco. Calificativos que, de igual modo, pueden aplicarse al que el lector tiene ahora en sus manos, Los viajeros de la noche, un maravilloso libro de amor y viajes que supone la confirmación de la voz poética y el talento de Jab.
Viajar, amar, buscar, sentir... son varias de las piedras angulares sobre las que se sustenta mi propia poesía y mi manera de enfrentarme a la vida y al mundo. También el paso del tiempo, los desheredados y marginales, la injusticia, el extrañamiento, la cultura pop(ular) y la muerte, presentes asimismo de un modo u otro en este poemario.
Supongo que dichas afinidades (conociéndome como me conoce) hayan sido tenidas en cuenta por Jab a la hora de invitarme a escribir el prólogo al presente libro, con el que me identifico plenamente y que suscribo verso a verso.
Al leerlo y releerlo, revivía una y otra vez experiencias propias (dulces y amargas) y volvía a recorrer viejos caminos, sin poder evitar que mi memoria e imaginación volaran: La beat generation, la terapia de la carretera, el viaje interior, la inquietud de la partida, la intensidad de la ruta, la sensación de lejanía y vértigo, el movimiento, la magia y la huida, la iluminación del amor y del sexo, la crispación del regreso...
Sobre todo ello, básico en mi formación, he leído y escrito mucho a lo largo del tiempo, y debido a ello, pienso, soy como soy y no una persona distinta.
Pero dejemos al margen las consideraciones subjetivas y centrémonos en el libro en cuestión.
Los viajeros de la noche propone al lector un recorrido físico y sentimental por algunas capitales de la Vieja Europa, y una búsqueda de trascendencia existencial, sentido y respuestas.
Las citas que abren el poemario implican ya de por sí, como carta de presentación, una visceral declaración de principios: fascinación y entrega (Pablo Casares), aprendizaje (Jack Kerouac), fidelidad (Ángel Petisme), empatía (Val MacDermid), nihilismo (David González), tenacidad y oficio (Varlam Shálamov) y ensoñación y sorpresa (Céline). Son, por decirlo de alguna manera, una síntesis certera y concisa de lo que vamos a encontrarnos, página a página y poema a poema, a lo largo del libro.
Acto seguido, sin más dilación, el despegue/ take off y el vuelo, y la introducción sutil de M., compañera y musa de Jab, a la que está dedicado el poemario.
Londres, capital del pop y la bruma, es la primera parada en la ruta, y el poema con que comienza el capítulo, extenso y evocador, un ejemplo de buen hacer poético y voz intensa y propia.
Narrativo, nostálgico y contundente, yo intenté suicidarme en Londres pone de relieve el gusto del Jab por contar historias, la atracción por los universos marginales y su concepción romántica y literaria del mundo, dejando claro ya desde el principio a qué tipo de filosofía y poética nos enfrentamos (para ti, para mí, para el suicida:/ el final siempre llega).
Los poemas que vienen a continuación muestran, a modo de estampas urbanas o pinceladas impresionistas, el ritmo y el vértigo de la gran ciudad, su poder de seducción e hipnosis, sus brutales contrastes y la ambigüedad de sensaciones que ese entorno le provoca al autor: iluminación y arrebato (sabor a pop y literatura, tu sonrisa en speaker’s corner), pero también angustia y miedo (psicosis del siglo XXI o los puentes que atraviesan el támesis).
Ambigüedad de emociones que estará presente, como cara y cruz de la misma moneda, en el resto del viaje y hasta el final mismo del recorrido.
Y ubicua siempre, como salvaguarda y ángel, la beatífica figura de M., aliento y sostén del poeta, que da lugar a algunos de los más emotivos versos del libro (y mi interior me indica:/ el sentido de vuestras travesías/ está sólo en saber que ella te ama).
Las siguientes paradas de la ruta, Basilea y Bruselas, Estrasburgo, París, Lisboa y otra vez Londres aportan magníficas visiones del recorrido, alternando poemas de contenido y denuncia social (extrarradio, el envoltorio de las ciudades, donde el mundo se acaba) con otros de carácter sentimental (el viaje, agua fresca en Estrasburgo) y descriptivo (la ciudad de las calles, notas de la moleskine).
Así hasta el aterrizaje/ landing, que cierra el poemario con unos memorables versos: volvemos/ desde los cielos/ para regresar al reino brutal/ de los hombres y las bestias// M. aprieta mi mano,/ me apacigua y pienso:// si he de morir, que sea en sus brazos.
Viajar, amar, buscar, sentir... son también para Jab piedras angulares sobre las que sustenta este libro y su manera de enfrentarse a la vida con sentido crítico y sensibilidad poética. Valores, ambos, desde mi punto de vista, esenciales para ejercer nuestro oficio.
Les invito ahora a subir a su avión amarillo
y recorrer junto a él Europa.
No olvidarán el Viaje.
Vicente Muñoz Álvarez,
primavera 2013.
Prólogo a Los viajeros de la noche, de José Ángel Barrueco (Editorial Origami, 2013).
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