día tras día, visita a visita y tienda tras tienda, como en un maratón psicológico, voy cubriendo la ruta, dejando atrás ciudades y pueblos, Asturias ya al completo y casi todo León rematado, viendo pasar desde la furgoneta las líneas blancas de la carretera, los campos cada vez más verdes tras la lluvia, las nubes dibujando en la distancia sueños, saludando a los clientes, esgrimiendo mi mejor sonrisa, diciéndoles que ya pasará la crisis, que zapatos se tendrán que vender siempre, escuchándoles y tranquilizándoles, pero contagiándome a la vez de su miedo... que esto se hunde, que no se sostiene, que están en la ruina, que las ventas no llegan, que el clima no ayuda, que menuda miseria, que les han engañado... mientras saco y expongo y explico los muestrarios en las oscuras trastiendas de las tiendas y anoto prudentemente los modelos y pares que necesitan comprar, sin forzarles, sin agobiarles, dejándoles elegir con calma, plenamente consciente de la situación... más psicólogo a veces que representante, pienso, más consejero que vendedor, yo, que nunca he sido bueno para dar ni recibir consejos y que vivo el resto del año en una realidad aparte... pero este oficio es así, me lo enseñó mi padre hace ya tiempo, anota siempre sus nombres, sus costumbres, lo que suelen comprar, sé respetuoso, condescendiente, pulcro, educado, sonríe, habla y escúchales, que la venta no sea lo más importante, dales confianza, seguridad, e intenta, si puedes, hacerte su amigo, son los que te dan de comer... y por las noches, agotado, las veladas solitarias de hotel, las ruedas chirriantes de las maletas por los largos pasillos, las voces apagadas de otros viajeros susurrando en sus cuartos, el insomnio, la angustia y la melancolía...
tres semanas más a la vista
y vuelta a la ensoñación
me repito
siempre adelante
ya queda poco
ya queda poco
aguanta aguanta
aguanta
v
Como lo cuentas, se mastica la escena.
ResponderEliminarGracias, Jr.
ResponderEliminarAunque lo peor, sin duda, es la digestión...
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