sábado, 5 de mayo de 2012

J.K. HUYSMANS: Spleen, decadencia y fin de siglo.



Todo fin de siglo parece infundir cierto cansancio, cierto abatimiento, cierta laxitud: simboliza de algún modo el término de un ciclo, el advenimiento de un lánguido otoño. Quizás por ello, todo fin de siglo tiña de disidencia y desencanto la génesis del arte. 

En relación a lo dicho, pocos autores tienen aún tanto que aportar al lector de la actualidad como Jois Karl Huysmans, artífice y primer profeta del decadentismo. 

Nacido en París en 1848, se inició en la escuela naturalista, dando luz en su seno a sus primeras novelas: Marthe, Las hermanas Vatard y Aguas abajo, y participando activamente en las famosas Veladas de Medan que organizaba Zola. Se trataba, en cualquier caso, de un naturalismo incipiente y aún minoritario, dentro del cual Huysmans parecía moverse a la contra. Pero cuando pasado el tiempo amenazó con convertirse en escuela, Huysmans no dudó en abandonar su filiación y manifestó su disidencia con la publicación de su gran obra maestra, Al revés, que revolucionó los ambientes literarios de la época, convirtiéndose en estandarte de la vanguardia finisecular. 

El libro comenzaba con una cita que adelantaba ya su contenido: "Es preciso que yo me divierta por encima del tiempo, aunque el mundo sienta horror de mi regocijo y su grosería no sepa lo que quiero decir"; manifestación inequívoca de los pilares que lo sustentaban: el hastío existencial y la evasión de lo prosaico mediante el artificio. 

Su protagonista, Des Esseintes, desengañado de todos y de todo, frustrado por el tedio, abatido por la hipocondría y el spleen, decide recluirse en un caserón de las afueras de París para construir un paraíso donde lo ilusorio supere a lo real y el artificio aplaque la sed de los sentidos, un paraíso de flores carnívoras y exóticas, de drogas visionarias y cuadros lúgubres, de gemas, libros y esencias exquisitas, un paraíso, en suma, donde el artista supla la realidad por el ensueño para sublimar en él su arte. 

La novela, entendida de este modo, supone la consagración más lúcida de la Teoría de las correspondencias, según la cual la naturaleza en un gran bosque de símbolos donde todo olor, todo perfume y todo color encuentran su analogía en frases y sonidos que el artista necesita desvelar para dotar a su obra de armonía. En el libro abundan los ejemplos al respecto: "Cada sentido es susceptible de percibir impresiones nuevas, de duplicarlas, de coordinarlas, de componer con ellas ese total que constituye una novela", "Cada licor corresponde en cuanto a gusto al sonido de un instrumento", "En la perfumería el artista remata el olor inicial de la naturaleza", etc. 

Al revés se nos presenta así como una apología de la disidencia y el individualismo, la odisea de un hombre que busca un lugar fuera del mundo "donde refugiarse del incesante diluvio de la tontería humana". Des Esseintes no encarna solo una postura existencial decadente, encarna la insatisfacción vital que, en mayor o menor grado, llevamos todos dentro, esa vacuidad y ese desdoblamiento que parece, en ocasiones, invitarnos al suicidio. 

Aún recuerdo la impresión que su primera lectura me produjo, hace ya muchísimo tiempo. Por aquel entonces desconocía tanto a Huysmans como al decadentismo, y solo vagamente me sonaban los nombres de Baudelaire, Verlaine, D'Nunzzio, Wilde o Rimbaud, personajes de algún modo conectados con el mensaje del libro. Elegí el volumen por la sinopsis de la contraportada y durante varios meses pospuse su lectura hasta el día en que finalmente la abordé sin mucho entusiasmo. Y entonces se produjo la explosión. Página tras página me fueron cautivando las excentricidades de su protagonista, su invitación al escapismo y aquel desprecio visceral hacia lo multitudinario. Luego, con el paso del tiempo, aquel libro se convirtió para mí en algo más que una novela, su mensaje fue adquiriendo solera en mi memoria, desplegándose en todo su significado y adaptándose a la forma de interpretar mi propia vida. Y aún hoy, al releer por enésima vez sus páginas, comprendo por qué le debo a Huysmans tantas cosas. 

Tras el clamoroso éxito de Al revés, parecía que al autor no quedaran más caminos. Barbey d'Aurevilly, el único crítico que en realidad le comprendió en su día, afirmó: "Después de haber escrito semejante libro, al autor solo le queda la posibilidad de escoger entre pegarse un tiro o ir a postrarse a los pies de un crucifijo". 

Esto último fue por lo que Huysmans a la larga apostó. Pero antes sorprendió de nuevo con la publicación de Allá lejos en 1891, novela que conecta con el satanismo medieval a través de la siniestra biografía de Gilles de Rais, el asesino en cadena más famoso de la historia. 

Allá lejos propone de nuevo una evasión, la huida de un escritor misántropo y desengañado al salvaje demonismo del medievo. A su fama de escritor decadente, Huysmans sumaba de este modo la de satánico y sacrílego. 

Pero aún no habían terminado las sorpresas. Dicen que el libertinaje es el mejor camino al misticismo. Quizás por ello, Huysmans inicia en lo sucesivo un acercamiento al catolicismo que culmina en 1899 con su profesión formal de fe y que ilumina sus tres últimas novelas: En ruta, La catedral y El oblato

Ese fue, a su modo, su último reto, su manifestación definitiva y más radical de inconformismo. 

La trayectoria de Huysmans y el mensaje subversivo e iconoclasta de sus libros hacen hoy su lectura de todo punto recomendable e imprescindible. Porque en este siglo XXI, masificado y terminal, desvalorizado y por completo decadente, se echan de menos ejemplos de un individualismo como el suyo.


Vicente Muñoz Álvarez

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