A finales de la década de los cincuenta del pasado siglo, William Burroughs, Allen Ginsberg y algunos otros poetas beat viajaron de Norteamérica a París para conocer personalmente a Céline, un escritor que les había deslumbrado y al que consideraban una especie de ángel apocalíptico y revelador. Lo que encontraron al llegar fue a un viejo arrogante, rodeado de perros y embutido en bufandas y abrigos, que afirmaba ser el mejor escritor de su generación y que les trató como a simples vendedores de hamburguesas. Según cuentan, al despedirse de él, decepcionados y entre ladridos, le preguntaron por cortesía si le gustaban especialmente los perros, a lo que contestó: «Nada, no me gustan nada, los tengo solo por el ruido...»
Esta anécdota, aparentemente absurda, puede en cambio ilustrar muy acertadamente la compleja realidad que fue Céline, uno de los narradores más grandes e incomprendidos del siglo XX.
Vicente Muñoz Álvarez,
de El tiempo de los asesinos
(LcLibros, 2019)
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