después de la guerra de Valladolid (muy maja, la policía) la semana pasada, la batalla de Zamora ha sido casi un juego de niños... aunque no la hice en una hora, precísamente... tres días de lluvia intensa y oblicua por sus carreteras solitarias con las maletas de calzado a cuestas me ha llevado, pero todo ya más tranquilo y pausado, casi el plan balneario, su evocador casco viejo (y mi colega Choche casualmente por ahí: lo celebramos con un abrazo y un buen vino), el magnífico Hostal Trefacio, el vetusto Toro y las desoladas carreteras de Aliste y Sayago... y ahora, recién aterrizado en mi hogar, brindando por el fin de las noches fuera... un par de semanas más por aquí y a despedir el calzado y disfrutar del lánguido otoño y la ensoñación... una ruta dura y complicada, por el tiempo (al revés) y la crisis, pero sobre todo por la erosión de los últimos meses y la fragilidad de mi cabecita loca, que me ha jugado varias malas pasadas (vértigo, nostalgia, tristeza, soledad, pánico, lo normal)... pero algunos ángeles en el camino han velado por mí, sido y estado, y sus salvavidas me han ayudado a mantenerme a flote...
para ellos
(y sus alas)
mis mejores latidos
Vicente Muñoz Álvarez
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