antes que nunca esta primavera, debido al buen tiempo y las lluvias, asoman los boletus sus cuerpos rechonchos al sol, los vi en el muro de face de mi amiga Conchi el otro día, made in La Bañeza, los primeros boletus, y allá que me he dirigido hoy con Wendy y con Jul, a nuestro Walden secreto, nuestro laberinto de encinas y robles personal (allá lejos, que diría Huysmans), a ver si nos topábamos con alguno... y sí, efectivamente han comenzado a salir, tímidos y discretos, pero barrigudos y altivos, aún me quedan unas semanas de ruta, con las maletas de muestras de zapatos de un solo pie intentando sobrevivir al naufragio, pero ellos, los boletus, más temprano que nunca, fieles a su cita, nos estaban esperando ya allí, camina que te camina bajo los robledales y encinas invocándolos, cómo describir esos paseos, estos presentes de Pachamama, Castaneda y los milanos surcando el cielo, pensando en las últimas visitas, las últimas ventas, todo lo que va quedando atrás, y en lo que está por venir, la playa solitaria y desierta de junio, las inmensas dunas, los días de mar y furgoneta a la vista, la vuelta a los versos, a mi vida interior, cómo me sanan estos paseos, por mucho que os lo cuente y describa no me aproximo ni por asomo a expresarlo como yo quiero, jaras y tomillo y brezo a mi alrededor, y allí, año tras año, los boletus esperando al guerrero, mi realidad a parte, mi terapia y mi cura, mi ensueño y sosiego, y al llegar a casa (después de una botella de sidra bajo los chopos al sol), la plancha y la comida y el pensar cada vez más intensamente en que son dos días, sólo dos días, no pierdas el norte, me digo, ni la conciencia de estar vivo...
Vicente Muñoz Álvarez
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