Otra de las joyas bizarras de la filmografía de Agustí Villaronga (junto a Pan negro, Aro Tolbukhin y, muy en especial, la crudísima Tras el cristal), El mar (2000) es una truculenta historia de crímenes pasionales y ajustes de cuentas, morbosa donde las haya y, como suele ser habitual en este director, polémica y transgresora.
Basada en una novela de Blai Bonet, la película aborda, como Tras el cristal, el tema del abuso infantil y sus posteriores secuelas, ahondando en detalles de lo más escabroso: pederastia, prostitución, homosexualidad, asesinato e infanticidio, todo ello teñido de un halo de espiritualidad y misticismo que potencia aún más los contrastes.
Con un ritmo pausado y una atmósfera viciada y opresiva, la película nos va envolviendo lentamente en su aura de perversidad y sorprende por la valentía y originalidad de la trama, que se desarrolla en su mayor parte en un sanatorio para tuberculosos.
De cómo nuestra sociedad decadente y podrida engendra a pulso monstruos, sabe mucho Agustí Villaronga, que se ha convertido por méritos propios en uno de los directores de culto del cine actual español, rompiendo tabúes considerados hasta el momento prácticamente intocables.
Sórdida aunque elegante y real como la vida perra, aunque no apta, desde luego, para todos los públicos.
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