viernes, 5 de julio de 2013

ANIMALES PERDIDOS según GSÚS BONILLA


A poco que absorbo la reedición, recién publicada, de “Canciones de la gran deriva”, Vicente Muñoz Álvarez, me pone otro vaso de tubo con tres hielos; en él vierte, como buen artesano y mejor anfitrión, su último espirituoso, vigente y actual como el anterior y , cómo no, de cosecha propia. El nuevo y salvaje dice en la etiqueta que “Animales perdidos”, y presenta la chinesca de un lobo como aullando a la nada, sobre un fondo plomizo y sombrío. Es bella, hermosa y nos convoca a acariciarla con delicadeza. Te sitúo, porque sucede, en su casa compartida; algo así como un museo de su propia vida contracorriente, plagada de afiches por sus paredes, y de todo el oxigeno, que reposa en los estantes, del que el poeta y narrador ha podido asimilar en su vida literaria, como en el trayecto de un gran escribidor. Otra fortuna es, pero ésta es mía, que el adjetivo de antes también acompaña a la persona. Es medio diciembre, y es una noche fría. Se prestó sin interrogantes a ayudarme a la presentación de mi libro; asilo poético me digo, solidaridad con el forastero también, porque me calma el hambre y la sed y me ofrece un colchón donde reposar mis huesos. Atravieso un mal momento, que aún hoy no termina de evaporarse, pero esto es otro poema. Vic, en nuestra noche, animoso, vivo, me encandila con sus palabras y no quiere que me rinda. Infierno, purgatorio y cielo son aquella escarcha en aquel recipiente, los hielos tras el cristal y la transparencia, también es como fragmenta -quien me animaba la noche de marras- su última joya o el libro, que te puede servir de aliento cuando se te seca la boca y el aire llega escaso allá, donde tenga que llegar. A mí me ayudó. El asunto entonces es revestirse, y puede que como animales, de aliento, fuerza, seguridad... llámalo fe si quieres o esperanza o hostias en vinagre, pero no hundirse en el silencio. Tener la capacidad de enfrentarse a la adversidad. Éste es el libro que yo oí en aquella ocasión, con palabras extremadamente fluyentes, certeras, a veces melodramáticas, pero extraordinarias en su mayoría. El de león, convencido de que todo puede ir peor, si tú no pones el primer remedio, me mostraba, esa noche y en aquella casa, lo que está grabado a fuego en “Animales perdidos”: desde el abismo hasta el desencanto, pasando por la desesperación, para dejarte exhausto y afrontar con un tembleque entre los dedos, y un eco persistente en el oído, la parte más esperanzadora del poemario, el final del túnel y su luz de fondo, la poesía que te salva. Os encontré, y os llevo dentro hermano.

Gsús Bonilla, Cuaderno de Notas.

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