¿Qué sucede y qué puedes hacer cuando te toca un hijo resentido y ultraviolento y malo?
Esta pregunta (que no la respuesta) es lo que plantea la polémica película de Lynne Ramsay, Tenemos que habla de Kevin (2011), que todos alguna vez (o varias) deberíamos videar antes de embarcarnos en la aventura, se supone que maravillosa, de la paternidad.
A caballo entre el drama psicológico y el thriller de horror, Tenemos que hablar de Kevin (basada en una novela de Lionel Shriver) sigue la estela de las películas clásicas de niños malvados, El otro, La mala semilla, La profecía, Suspense, Quién puede matar a un niño, aunque aporta algunos elementos originales que la aproximan al cine de autor: complejidad narrativa, estructura no lineal, fotografía impresionista y denuncia social.
Tilda Swinton (la madre) y Ezra Miller (el hijo) se enfrentan en un duelo interpretativo de los que hacen época, sacando a relucir sus más deplorables complejos y logrando que el espectador se involucre de lleno en sus emociones y reflexione sobre el por qué de sus actos.
Sórdida, visceral y tremenda, aunque bella en su atrocidad y absolutamente moderna.
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