El día de la descarga yo tendría unos seis años.
Me asomé a la ventana de aquel hotel junto a la playa
y agarré la farola que iluminaba la terraza.
Mis manos empezaron entonces a temblar,
no podía soltarlas, veía desde la terraza
a mis padres en la arena pero no podía gritar,
la descarga me llenaba el cuerpo
y el mar brillaba a lo lejos
salpicado de extraños tonos sepia bajo el sol.
Hasta que de pronto mis manos se libraron solas del metal
y eché a correr escaleras abajo con aquel tembleque dentro
y un sabor acre en la boca,
buscando los brazos protectores de mi madre.
He estado a punto de morir luego otras veces,
supongo que algunas sin saberlo,
pero no recuerdo algo tan terrible
como aquella descarga eléctrica en mis manos
y los tristes y ominosos tonos sepia sobre el mar,
lenguas de fuego, la sensación de estar asomado al precipicio,
inmóvil, llegando inexorablemente al fin de algo.
Vicente Muñoz Álvarez, de Privado (Baile del sol, 2005).
Poema incluido en la antología Aquel Agosto de nuestras vidas y 100 balas de plata, coordinada por Ignacio Escuín Borao (Planeta Clandestino, 2012).
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