Llueve intensamente sobre la casa del narrador. Una noche de viento enloquecido y tremendo invierno. La lluvia proyecta violentas ráfagas contra la ventana de la habitación donde escribe, única iluminada en toda la casa. Un viejo caserón de pueblo aislado, que se utilizó como molino tiempo atrás. Rugen las vigas del techo y penetra el viento helado a través de las rendijas de las puertas. Una noche de diciembre, oscura y sin luna, desapacible e invernal. El narrador está sentado en su escritorio, bajo el flexo, concentrado en una historia que la negritud de la noche le ha inspirado. Está solo en la casa y en ese instante la luz de su despacho es la única encendida: sólo la luz de su despacho, como un faro magnético en la noche helada. Escribe el narrador sobre alguien o algo que se acerca bajo la lluvia a una casa aislada donde a menudo se oyen pasos y donde sólo brilla una macilenta luz, la luz de un flexo bajo el que otro narrador, a su vez, cuenta una historia.
Vicente Muñoz Álvarez,
de El merodeador (ACVF editorial, 2016).
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