Alucinada y onírica, surrealista y extraña, turbadora y bellísima, Vampyr (La bruja vampiro, 1932), de Carl Theodor Dreyer, conserva intacta su atmósfera de pesadilla romántica y ensueño de opio, y es una de las películas sobre vampiros más sugerentes y elegantes de la historia del cine.
Basada en la novela Carmilla, de Sheridan Le Fanu, Vampyr nos introduce de lleno en un mundo de presagios y sombras, visiones y aparecidos, donde la fotografía y puesta en escena transportan, al margen del propio argumento, a inquietantes realidades paralelas.
Repleta de memorables secuencias (el labrador con la guadaña, el sueño del ataúd, el desdoblamiento del protagonista, la muerte del malvado doctor), hipnótica e inclasificable, esta película de Dreyer figura por méritos propios en la mejores compilaciones del género (pese a no ser, en realidad, un film de horror) y sigue fascinando por su halo fantasmal pese al paso del tiempo.
Una maravilla del séptimo arte.
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