lunes, 29 de noviembre de 2010

LOS SUEÑOS



No nos atenemos jamás al tiempo presente. Anticipamos el porvenir como demasiado lento en llegar, y como para apresurar su carrera. O recordamos el pasado, como para retenerle, por excesivamente veloz. Con tanta imprudencia, que erramos en tiempos que nos son nuestros, y no pensamos en el único tiempo que nos pertenece.
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Pascal
 
Dormido... descentrado... desconcienciado...
Dormido cuando duermo y dormido, aunque piense lo contrario, al despertar. Mi cabeza está siempre en otro lado, haga lo que haga, esté donde esté y con quien esté, mi cabeza está invariablemente en otro lado... Me levanto, tras una noche de sueño agitado, turbador, e inmediatamente pienso en mi trabajo, en mis proyectos, en las oposiones pendientes, en los pasos, en las tarjetas y en los gatos, en mi artículo, en mi novela, en el fin de semana... Mientras me ducho pienso en eso y al pensar en eso no siento el agua tibia acariciando mi piel... Desayuno y leo una revista, unto la tostada de mantequilla, mastico y bebo el café mientras ojeo la revista, pero mi cabeza no está en la tostada o en el café ni está en la revista, está proyectada en otra parte mientras mastico, proyectada en un sueño mientras lee... Cuando despido a mi mujer, cuando camino hacia el periódico pienso ya en el trabajo, no estoy besando a mi mujer ni caminando hacia el trabajo, estoy ya, anticipadamente, en el trabajo... Pero al llegar al periódico, al sentarme a trabajar vuelvo a estar en casa, puede que despidiendo a mi mujer, diciéndole lo que quise haber dicho y no dije, o en el camino hacia el trabajo, pero no realmente en el trabajo, realizo automáticamente mi trabajo pero estoy toda la mañana en otra parte, en el mar o con los amigos o escribiendo mi libro, pero no realmente en el periódico, no mentalmente en el trabajo... Y también durante el café, a media jornada, estoy en otra parte, no en la cafetería, disfrutando el café, sino de nuevo en el periódico, fuera de mí, aunque tampoco centrado en el café, enhebrando lo que siento y pienso y deseo, pero no degustando efectivamente el café... Y eso es vivir soñando. Hablo con mi mujer más tarde, durante la comida, pero realmente no escucho, oigo pero no escucho, estoy pensando en lo que quiero decir mientras habla, mantengo la conversación pero no estoy centrado en ella, implicado en ella, al igual que mastico y como mecánicamente, sin centrarme en el comer... Durante la siesta apenas duermo, pensando en mi novela, que retomaré por la tarde, siempre pendiente, porque al sentarme a escribir mi cabeza se dispersa en mil ideas, no está escribiendo, está soñando, y esos sueños son demasiado frágiles e intangibles para ser narrados... Me siento en mi escritorio frente al folio en blanco, me intento concentrar en una idea y esa idea me lleva a otro pensamiento y otra idea, aunque ninguna idea ni pensamiento logro escribir sobre el papel... Siempre de modo igual... o parecido... Siempre esperando el momento oportuno, la concentración adecuada para poder captar la idea... Conque siempre pendiente, esa novela, pensando siempre en ella aunque incapaz de escribirla... Así es que, para relajarme, salgo más tarde a dar un paseo, doy un paseo por la orilla del río pero durante el paseo no disfruto el paisaje, no estoy integrado, continuamente me sorprendo caminando y mirando hacia el suelo, miau miau, no hacia arriba, hacia los lados, al frente, siempre hacia el suelo, y me digo: no mires más hacia el suelo, es absurdo mirar hacia el suelo, mi cabeza me lleva siempre hacia el suelo, se esconde y se refugia en el suelo, cuando lo que ahora debo hacer es disfrutar solamente el paisaje... Mi pensamiento anula mi volición y sensibilidad, y eso es vivir soñando. No voy aplicando mis sentidos, no voy escuchando, no voy oliendo ni viendo, voy exclusivamente pensando, no en el presente, nunca aquí y ahora, en el instante, sino por delante y por detrás del instante, en el futuro o en el pasado, en el pasado y en el futuro, pero nunca en el instante presente... Así es que a menudo me digo, me repito: levanta la vista del suelo y deja de una vez de pensar, desconecta, siente el paisaje, vive el presente, y durante unos instantes me siento mejor, integrado, sosegado, liberado y efectivamente mucho mejor... Pero muy pronto, sin darme cuenta, automáticamente vuelvo a mirar hacia el suelo, mi vista se dirige instintivamente hacia el suelo, como una tela de araña el suelo atrapa mis pensamientos y me arroja al pasado o me proyecta disparado al futuro, sin sentir el presente, sin asimilar nunca el instante... Durante la cena pienso en la comida y durante la comida en la cena; qué haré mañana, pienso hoy, qué hice ayer, pienso mañana... Leo a Céline y no estoy con Céline, a Bernhard y no me centro en Bernhard, a Kerouac y no me centro en Kerouac, a Miller y no me centro en Miller... Leo a mis autores favoritos y no logro concentrarme en ellos, sus pensamientos se confunden, se difuminan, se pierden y ahogan finalmente en los míos... Mientras escribo, mientras estudio y mientras duermo, al caminar o al ver la tele, trabajando y oyendo la radio mi cabeza está siempre en otro lado, aquí y allá, en cualquier parte, escuchando maullidos, merodeadores, pasos, siempre descentrada y dispersa... Y eso es vivir soñando... Cabeceando... En un duermevela... Fuera de las personas, de las cosas, fuera totalmente de mí... Cuando lo que debo hacer es estar alerta, ser testigo, vivir el instante, concienciarme y sentirme...
Oigo de vez en cuando una voz que dice DESPIERTA, muy en lo profundo, al fondo, un susurro que dice DESPIERTA, pero siempre, automática, mecánicamente estoy soñando... Soñando mientras duermo y soñando, de modo parecido, al despertar...
Y semejantes a mí, tantos y tantos soñadores, tantos y tantos durmientes...
Nuestro será, tarde o temprano, el Paraíso.
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Vicente Muñoz Álvarez, de El merodeador (Baile del Sol, 2007). Ilustraciones by Toño Benavides.

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