PERO TODAVÍA SIGO EN PIE
–¿Y cómo vamos de abismo?
–Todavía no toco fondo.
–Puede que no haya fondo, hermano.
Andrés Caicedo
Siempre he imaginado la cita que encabeza este texto como un diálogo entre David González y Vicente Muñoz Álvarez, poetas, escritores y sobre todo amigos y hombres de honor. Hemos perdido al primero y quizá por eso nos aferramos ahora con más fuerza al segundo. A ese intercambio de palabras le añadiría un verso del propio VMA, extraído de su poema “Construir casas de día para derribarlas al ponerse el sol”, que figura en esta antología, y del que me he servido como título: pero todavía sigo en pie. Tanto Vicente como David descubrieron pronto, y así lo atestigua la obra de ambos, que la literatura es sobre todo un sacrificio que implica de nosotros el coraje para afrontar el abismo, la sensación de que, cuando hemos llegado muy abajo, sí, uno aún se puede seguir hundiendo.
¿Es posible resolver esto contra viento y marea y con tantas barreras y adversidades en el camino? Por supuesto: escribiendo más. Sin abandonar. Sin rendirse. Escribe Vic en “Malditos”, refiriéndose a los escritores habituados a los márgenes: aunque casi nada logra hundirles. Porque, en el mundo de ambos poetas, la derrota no es una opción. No es un camino posible cuando la poesía te arde en las venas.
Como ya habréis visto, éste es uno de los temas que el autor de esta contundente y apasionante antología, titulada Hombre de mimbre en homenaje al extraño filme The Wicker Man, explora y acomete desde varios lados, volviendo una y otra vez a él en su despliegue de obsesiones, que también son nuestras: la continua lucha contra el sistema, la desesperanza, el existencialismo, las promesas rotas de juventud, la erosión del tiempo y la angustia de la espera beckettiana, los matices entre personas contrarias y entre sentimientos opuestos, el amor y la amistad en el eje de su rumbo para aferrarse a algo y no naufragar y, por supuesto, los libros como brújula, el cine como timón y la escritura como salvavidas.
La obra de Vicente se mueve primordialmente en la tensión de dos oficios dispares entre sí, el laboral y el poético: la venta de zapatos por pueblos y ciudades de España, tratando con pequeños comerciantes a quienes el sistema capitalista mantiene con la soga al cuello, es lo que le proporciona alimento y subsistencia, y es cuando se pone “el disfraz de hombre cuerdo” y sale a la carretera para asumir horas de soledad entre hoteles baratos y menús para obreros; y la poesía, que le devuelve la cordura, le relaja, le ayuda a expulsar sus demonios y sus martirios, no le recompensa con estímulos económicos ni le salva del fracaso pero suele ser fuente de placer, de don y maldición al mismo tiempo, y es un oficio en el que puede arrojar poemas como bombas contra el sistema y las dictaduras (de derechas y de izquierdas) porque es alguien que jamás se ha encorvado ante el poder.
Si uno lee en orden la antología comprobará, o habrá comprobado ya, el modo en que los poemas de Vicente se han ido estilizando, necesitando menos palabras para funcionar, y desde los poemas narrativos de los primeros libros ha ido pasando a una poética en la que sobre todo hay vistazos, apuntes breves, estados de ánimo, muescas de frío y de calor y por tanto de pesimismo casi perpetuo y de optimismo a intervalos (la felicidad completa es una falacia que siguen queriendo vendernos: Vicente no se traga ese cebo). A partir de Animales perdidos los poemas empiezan a aparecer en el centro de la página y ya no alineados a la izquierda. En Días de ruta se intercalan los versos centrados con poemas en prosa en los que se alternan el trabajo del hombre cuerdo (ruta, calzado, tienda) con el reposo del guerrero (casa, huerto, bosque). Éstos últimos dominan el grueso de su siguiente libro, Travesía. En los siguientes poemarios el cambio, respecto a Canciones de la gran deriva, Privado y Parnaso en llamas, es casi total: a partir de Haga lo que haga en la tierra, La poesía es un arma que carga el diablo y Hombre de mimbre… los poemas breves, escuetos, ocuparán un alto porcentaje de cada volumen, y no olvidemos que ya los había practicado en sus inicios.
Emerge, en estas últimas obras, un estar de vuelta de todo que se corresponde con la edad y con los estragos que en nosotros, los ciudadanos de a pie, han causado la pandemia y la orquesta de lo políticamente correcto y sus cancelaciones y sus quemas de brujas: es perfecta la metáfora que Vicente extrae del título… ese hombre de mimbre al que prenden fuego. Ejemplo de esta filosofía de vida, en la que uno soporta los inconvenientes con un encogimiento de hombros, como si nada / realmente importara es el poema “Oasis”, que se correspondería con la conclusión de “Zona”, escrito mucho más tarde: ser amado / y estar vivo // poco importa el resto.
Vicente constituye un ejemplo de lucha poética y de resistencia personal, de entrega sin condiciones y sin rendiciones a la literatura y a las combustiones que ésta nos depara. La presente antología nos vuelve a demostrar que estamos ante un poeta honesto y necesario, que huye de la falsedad, de las promesas de quienes se venden al circo editorial: alguien que, psicoanalizándose de continuo a sí mismo, nos enseña un espejo en el que también nos reflejamos muchos de nosotros. Pura vida, como él suele sostener.
José Ángel Barrueco,
epílogo a Hombre de Mimbre.
Antología poética (1999-2025)
(Editorial Páramo, 2025)
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