lunes, 22 de septiembre de 2025

HOMBRE DE MIMBRE: PRÓLOGO por NACHO ESCUÍN


LA RESISTENCIA DEL OUTSIDER

(Algunas notas para acercarse a la poética
de Vicente Muñoz Álvarez)

Nacho Escuín


Nota primera: “abogado, poeta, outsider / perro de la lluvia1

Lo escribió Jaime Gil de Biedma en su poema titulado “No volveré a ser joven” para hacerlo eterno e infinito: “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde: / como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante”. Todos sabemos cómo continua el poema y la propia vida, y nos percatamos de que vivir es la suma de una combinación de los hechos y las emociones que acontecen, de las ilusiones, las expectativas creadas y las frustraciones derivadas de las mismas. De alguna manera ese podría ser el mantra de los que habitamos la tierra, una especie de explicación –o justificación- de haber entendido al fin que la vida acaba por ubicarnos de forma natural o forzosa en el espacio que nos corresponde. Hay quien acaba ocupando un lugar que no le gusta o donde no se identifica y hay quien ha trabajado ese espacio y eso que llamamos identidad desde la honestidad y la autenticidad absoluta. Ese es el caso de Vicente Muñoz Álvarez.

El autor se presenta tal y como es y lo hace en los poemas que aquí ha seleccionado para nosotros de principio a fin. Hay una evidente curva de aprendizaje y un paulatino desarrollo de los temas que aparecen, pero lo que sin duda destaca es una clara predisposición a ser entendido tal y como es, sin máscaras, sin disfraces, sin querer parecerse a nadie más que a sí mismo. Ese sería el secreto de todo tratado de autenticidad que valga la pena.

Hay una marca indeleble que une o separa las propuestas poéticas a la coherencia. Se trata de algo que ha de observarse verso a verso (golpe a golpe), poema a poema, libro a libro. Algo que puede estar o no. Es una marca de estilo y a la vez una actitud poética. No todos los poetas lo tienen, eso solo pertenece a los que trabajan desde el fondo mismo del alma y de una propuesta literaria sólida y reflexiva. Mantenerse en un lugar ante los azotes del viento y los “golpes”2 que el mundo administra (desde la envidia al odio, de la mezquindad a la injusticia) es en sí mismo un ejercicio de resistencia, de constante reivindicación de una voz y, por ende, de una identidad.

En medio de una creciente ola de vaciado interior, de una simplificación de los conflictos en pos del simulacro, de eso que Bauman denominó “modernidad líquida”, una propuesta como la que aquí se despliega ante nosotros es propiamente una declaración contundente de quien se presenta ante nosotros tal y como es –lo repito a la manera de un aviso a navegantes-. Pero no podemos perder de vista que eso que parece “disolverse” para Bauman no es otra cosa que los valores tradicionales y, por lo tanto, esa es una crítica repleta de conservadurismo, algo que es ajeno a Vicente Muñoz Álvarez, que ha dicho no a los valores “tradicionales”3 desde la mirada beat y desde una perspectiva absolutamente incómoda e hipercrítica. Se trata entonces, definitivamente, de una apuesta estética por la cultura, por su verdadero sentido, en contra de la instrumentalización de la misma y su pernicioso uso por parte del poder y de quien lo ostenta. Tal y como señaló mi admirado Alfredo Saldaña (2011: 183–4), habría que recordar el verdadero valor de la cultura:

La cultura, es bien sabido, constituye un territorio poroso del saber no siempre delimitable con facilidad, permeable, polisémico, inestable, movedizo, que indica, como sugiere su propia etimología, la confluencia de vías, pasajes y senderos superpuestos y no tanto la localización de un espacio preciso, un territorio orientado a veces hacia una finalidad narcótica, configurado con frecuencia sobre mecanismos anestésicos cuando no de poder real, soberanía efectiva y control social, un territorio sobre el que se han librado continuas batallas a lo largo de la historia y en el que la misma identidad ha sido utilizada a menudo como arma de aniquilación del otro, hasta el punto de que podría afirmarse que, en nombre de la cultura, se han alcanzado tantos logros de civilización como barbaridades se han cometido. Y todo esto ha sido así porque la cultura, además de unas implicaciones gnoseológicas, se ha desarrollado a lo largo de la historia como sistemas de valores, ideas y creencias que las sociedades han adoptado en forma de modelos de comportamiento.

Vicente Muñoz Álvarez es un devoto de la misma, un diletante, un ejemplo permanente de saber estar por y desde la cultura. Es un escritor que ha construido su manera de decir desde mil referencias, todas ellas nacidas de eso que conocemos como el underground, lo contracultural. Es crítico siempre, inteligente y ácido, un poeta que “se viste por los pies”, valga esta expresión que siempre ha estado ligada a quien hace las cosas como deben hacerse sin dejarse llevar por modas o frivolidades varias.

En medio de eso que nos está sucediendo como sociedad, sea lo que sea y se deba a los intereses que sea, quien escribe desde lo que es sin esconderse merece ser escuchado. Solidez frente a la disolución de todo cuanto nos rodea. A la manera de lo que Carver escribiera, todos necesitamos algo en lo que apoyarnos y, en estos tiempos, ese algo puede ser la obra poética de Vicente Muñoz Álvarez.


Nota segunda: deriva y esplín en la sociedad de espectáculo

He tenido la suerte de poder escribir en varias ocasiones sobre la obra de Vicente Muñoz Álvarez. Ha confiado en mí para prologar algunos de sus textos y he podido participar en congresos y libros colectivos hablando de su obra. Si hay algo que he aprendido de la lectura de su obra completa (la poética, la narrativa y la ensayística) es que sus valores no pertenecen a eso que puede entenderse por cultura oficial, mainstream, o cultura de masas.

Se trata de un autor que ha trabajado con constancia y tranquilidad, sin alardes ni intentos absurdos de acaparar o llamar la atención. No ha obtenido premios importantes de esos que otorgan editoriales de postín y ayuntamientos que se prestan a esos juegos ya que no lo ha buscado y, principalmente, porque no le importa absolutamente nada todo eso ni ha creído nunca en ello. No ha dudado en mostrarse frágil o enfadado, herido, despechado, enamorado o solo. No ha actuado, solo ha escrito tal y como ha vivido.

Por desgracia ahora todos somos actores en esa sociedad del espectáculo y tal circunstancia es contraria en sí misma al propio ser, en palabras de Debord: “El representante del espectáculo unificado (la estrella del espectáculo) es lo contrario del individuo, el enemigo del individuo tanto para sí mismo como para los demás” (2000: 65). Y hay un deseo permanente del nuevo creador, y también del ciudadano, de convertirse en la nueva estrella del espectáculo, un deseo irrefrenable de ocupar esos lugares que la posmodernidad ha generado en la sociedad y en su representación en los medios. Vicente Muñoz Álvarez ha sabido blindarse contra todo eso, ha conseguido ser él siempre, no actuar o al menos no hacerlo desde un papel impostado creado para satisfacer a los demás.

Hay pues en la actualidad un desplazamiento en las aspiraciones y deseos del creador por aparecer en los medios ya sea mediante entrevistas, reseñas de sus publicaciones o listas de los libros más vendidos; hay una sobreexposición de los mismos también en las redes en todas sus formulaciones. Hay un deseo irrefrenable del autor por ser querido por lectores, críticos, editores y quienes representan a las instituciones… y todo eso va siempre en detrimento del propio individuo, de la propia obra y de lo que uno es. Sobre todo esto también nos habla Vicente Muñoz Álvarez en sus textos, sobre lo que supone decir en voz alta que su manera de entender el mundo no se casa con partidos políticos –ni con nadie-, con etiquetas, con grupos que bailan el agua a las editoriales o a quienes las manejan. No. Ha dicho no, por aquí no voy a pasar. Lo ha dicho alto y claro y puede verse desde el primer al último poema que aparece en esta antología, desde el primero de los libros que publicó hasta el libro inédito que ha incorporado en esta selección.

No sé si es anarquista o comunista o heredero directo de los beat, pero sé que el autor es crítico hasta el tuétano y ama la libertad como principio básico y la capacidad de expresión como elemento esencial de la vida. El lenguaje es un don que todos poseemos, el ejercicio del mismo no debiera depender nunca de los intereses de los demás. Esto también lo he aprendido gracias a Vicente Muñoz Álvarez.


Nota tercera: De francontiradores, David González & cía

Conocer a Vicente Muñoz Álvarez ha sido siempre acercarse a la obra de muchos autores. Su generosidad y esfuerzo constante por la difusión de la literatura y los libros de los demás ha quedado patente con proyectos tan importantes en la historia de nuestra literatura contemporánea como Vinalia Trippers, o antologías alrededor de la obra de sus queridos beats o su idolatrado Bukowski4. Y eso es una rara avis, por lo general a los autores solo les interesa su obra y bien poco la de los demás o hacer difusión de los libros publicados por el resto. Supongo que hay dos tipos de personas en el mundo, las que hacen cosas por los demás y las que no, y Vicente Muñoz Álvarez es, acaso, desde hace más de veinte años, el principal valedor de los autores adscritos al nuevo realismo o la visión más visceral del mismo.

Deberíamos preguntar a quien proceda la razón por la que no formó parte de alguna de las alineaciones de las antologías que más atención y presencia tuvieron en los medios y círculos literarios al inicio de este siglo. Pero las respuestas serían a buen seguro vagas, engañosas o directamente no llegarían a nosotros. El mundo literario es un perro rabioso que nos mira y amenaza. La justicia poética no siempre llega y es necesario saber con certeza para qué se escribe y por qué con el fin de resistir en esa hoguera de vanidades permanentes.

Ese será uno de los efectos que la independencia y la crítica en estado puro producen en la sociedad. Quien dice la verdad es molesto, quien dice sin miedo es siempre un individuo peligroso.

Gracias al trabajo de Vicente Muñoz Álvarez, los lectores pudieron conocer los versos de Miriam Reyes o Eva Vaz –entre muchas otras-, acaso dos de las voces más interesantes de la poesía actual. Vivió y convivió con su compañero de fatigas, el poeta asturiano ya desaparecido David González. Juntos escribieron algunas de las páginas más brillantes de la literatura escrita en español en lo que va de siglo y defendieron una manera de entender la literatura que se asemejaba a su manera de entender el mundo. Los dos fueron almas gemelas aunque eran diferentes fundamentalmente por el lugar de arranque: David fue siempre un autor instintivo y visceral como pocos y autodidacta, y Vicente es un incansable lector y editor que parte de unas circunstancias familiares, sociales y culturales diferentes.

Juntos afianzaron la propuesta realista en España, se recorrieron palmo a palmo, ciudad a ciudad, librería a librería (y bar a bar con sus recitales), toda la geografía y configuraron una de las más importantes propuestas poéticas que será estudiada a buen seguro en el futuro, etiquetas interesadas aparte.

El valor de un autor se mide también en el recorrido de sus obras, en la cantidad de seguidores que una propuesta genera, una suma de intangibles que quizá no sirven para aparecer en las listas de libros más vendidos o en los escaparates de las librerías al servicio de los grandes grupos. Quizá la mención de que esto ha sucedido no sea suficiente y es posible que David González se marchara sin saber que es uno de los poetas más importantes de este país o que Vicente Muñoz no tenga el reconocimiento de todos a los que ha ayudado, antologado, editado y publicado desde sus redes. El sector literario es un perro sarnoso que mira amenazante desde la distancia en medio de la noche. Invito a todos a reconocer su valor y a decirlo. Lo que no se dice no existe, y no seríamos nada si ellos no hubieran creído en nosotros.


Nota cuarta: ¿Quién conoce al hombre de mimbre?

Leer a Vicente Muñoz Álvarez exige un amplio manejo de referencias culturales en toda la dimensión del término. Además de las continuas citas literarias –directas e indirectas- y cinematográficas sus textos están salpicados de elementos sociopolíticos, estéticos y antropológicos.

Fernando Broncano en su estupendo Cultura es nombre de derrota (2018) apunta la necesidad de entender el término en sus seis sentidos, a saber: como información, como civilización, formación, identidad, símbolo y como patrimonio. A partir de este planteamiento podríamos trazar toda una guía de lectura de esta antología, de lo que es la propuesta de Vicente Muñoz Álvarez y de cuál es el lugar desde el que escribe. El lugar en el mundo del poeta es esencial para comprender desde dónde mira, cómo analiza y traza esa línea que trasciende de lo anecdótico para llegar a la esencia. La mirada de Muñoz Álvarez es trascendente, transversal también, desprovista de atavismos y de moralinas. El poeta no enjuicia. El poeta no quiere convencernos de cualquier cosa ni vendernos nada. Escribe poesía para vivir, como única manera también de soportar la propia vida.

Comprender la esencia de este libro es adentrarse -por propia voluntad- en un universo compuesto de referencias literarias y cinematográficas, del terror y también del pulp. Claro que la película con el mismo título de Robin Hardy y la novela de David Pinner (Ritual, 1967) están presentes, pero si nos quedásemos solo en esa primera capa interpretativa perderíamos el resto, nos alejaríamos del valor simbólico que reporta la figura del hombre de mimbre, de los sacrificios humanos y de quien, de alguna manera, entiende que unos pagan por todos los demás porque hay quienes nunca pagan. Las primeras referencias a estas figuras que se quemaban como sacrificios a los dioses podemos encontrarlas en los Diarios de Julio César y en La Guerra de las Galias, datados hace ya dos milenios y ocho décadas más. La acción que tiene su origen en el rito celta mediante el cual los druidas quemaban efigies en las que pudieran contener humanos en su interior, toma forma en el sacrificio de quien ve cómo el mundo no tiene salvación o no parece tenerla.

El asunto del fuego y del ejercicio de expiación de los pecados no puede tomarse a la ligera en la obra de Vicente Muño Álvarez ya que en su libro Parnaso en llamas ya planteaba juegos de significado y variaciones sobre el mismo asunto. No me resisto a citar el cierre –“close”- del citado poemario:

[…] embriagarse vida, carecer de límites, de metas, de fronteras, dejar fluir el caos, olvidar las oscuras golondrinas5, prescindir de máscaras para mostrar la verdadera piel

concienciarse

escribir con sangre

impedir que la poesía

se convierta en algo inútil

cargarla de pólvora

y apuntar certero al blanco.

Evitar que te alcance la explosión.

Todo esto reincide en lo que queremos decir en estas páginas, esa manera tan personal e intransferible de vivir la literatura (por y para, también). De entenderla como un lugar en el que quemar todo cuanto pueda arder para empezar de nuevo. De decir todo cuanto se pueda para que quede escrito y asumir desde ese mismo instante que las palabras quedarán siempre ahí, de tal manera que quien dice así es un ser libre que asume también el precio de ese decir y esa libertad. A veces el precio de la libertad es la soledad. Otras veces el coste es igual de elevado y te convierte en alguien incómodo para los poderosos, para los que no quieren que se digan algunas cosas.

El hombre de mimbre arderá pero sus poemas y mantras quedarán y se harán infinitos.


Referencias bibliográficas ajenas a la obra de Vicente Muñoz Álvarez:

Bauman, Z. (2003): Modernidad líquida, México, Fondo de Cultura Económico.
Broncano, F. (2018): Cultura es nombre de derrota (Cultura y poder en los espacios intermedios), Salamanca, Delirio.
Debord, G. (2000): La sociedad del espectáculo, pról., trad. y notas J. L. Pardo. Valencia, Pre–Textos
Gil de Biedma, J. (2012): Las personas del verbo. Poesía completa, Madrid, Galaxia Gutenberg.
Giorno, J. (2008): La sabiduría de las brujas, trad. de M. Rodríguez Gaona, Barcelona, DVD ediciones.
Saldaña, A. (2011): “Hacia una crítica de los modelos culturales”, en Sociocriticism, vol. 26, 1–2, pp. 181–206.


1 Esta es una autorreferencia habitual en la obra del autor, en este caso nos lleva al libro de relatos titulado Perro de la lluvia (Iralka, 1996) y, obviamente, va más allá por lo que supone como manera de habitar (en) el mundo.

2 Golpes (Ficciones de la crueldad social) fue el título de aquella mítica antología que firmaron Vicente Muñoz Álvarez y Eloy Fernández Porta en la ya extinta DVD ediciones (2004) y que contaba con textos de Óscar Aibar, Chus Fernández, Juan Francisco Ferré, David González, Salvador Gutiérrez Solís, Patxi Irurzun, Henán Migoya y Manuel Vilas.

3 Como bien escribiera John Giorno en su archiconocido poema “Simplemente di no a los valores tradicionales”.

4 Que dio lugar a su blog Hank over (resaca), donde continúa publicando textos de otros autores y noticias sobre la llegada de novedades.

5 Una imagen que, como podemos ver en esta antología, el poeta ya había utilizado en un poema con ese título en su Canciones de la gran deriva.


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