Reconozco, tengo que admitirlo, mi debilidad por el autor de este libro, Felipe J. Piñeiro, tanto a nivel humano como literario. Afinidad como persona, por su independencia y elegancia, dos cosas que valoro especialmente en cualquier individuo, y admiración por su obra, capaz de trascender de lo particular a lo universal, haciendo que el lector se identifique plenamente con ella.
Ya en 2014, hace ahora diez años (cómo pasa el tiempo), prologué El ladrón de sentimientos, su segundo poemario, haciendo hincapié en esa capacidad suya para hacernos encarnar sus versos, y vuelvo hoy a insistir en ello, porque me parece algo básico y necesario de cara al lector, y una premisa que, como poeta, he tenido siempre en cuenta: escribir sobre lo particular, intentando hacerlo universal, y transformar la experiencia propia en algo de todos.
No solo es cuestión, para mí al menos, de demostrar lo bien que uno escribe ni lo mucho que sabe y ha leído y vivido, sino de lograr que se identifiquen con tus versos los demás.
Esto es lo que yo pienso y opino, que por supuesto es cuestionable, pero que a mí al menos me sirve como faro y guía a la hora de escribir y decidir leer a unos u otros poetas. No me interesan ya, a estas alturas, los fuegos de artificio ni los ejercicios de estilo y de retórica, sino la poesía auténtica que me llega al corazón. Y la de Felipe J. Piñeiro, lo reconozco, siempre me lo atraviesa.
Más que nunca ahora, con este nuevo poemario, Cáncer, cuyo mero título, como diría Leopoldo María Panero, hace temblar el aire. Un libro nacido del dolor (de estar vivo) y la pérdida (del padre muerto), de la frustración y el desengaño, y un canto de cisne por lo que pudo haber sido y no fue (Suenan mis huesos como casa vieja / y quito importancia a esas canas / como pintura caída), que estremece y pone los pelos de punta, al tiempo que sorprende por su belleza y ferocidad.
Por no hablar ya del subtítulo, Opus Sinistrum, y la cita en latín que lo acompaña, Crucifixus in judiciis tuis, ego, qui nec credo in Deum, nec sum deus, ignosco tibi (Crucificado por vuestros juicios, yo, que ni soy un Dios, ni creo en ellos, os perdono), toda una declaración de intenciones y principios, que el que sepa leer entre líneas comprenderá.
Quizás convendría señalar al respecto que Felipe desapareció voluntariamente del mapa literario de esta ciudad (lejos de ruidos, / lejos de extraños, / lejos de todas esas monedas que tejen los / traidores), hoguera de las vanidades siempre encendida, hace ya mucho tiempo, puede que unos seis años, tras otros tantos de febril e incesante actividad mundana y poética, y que reaparece ahora con este desasosegante poemario/ajuste de cuentas, que dejará a muchos de los que lo conocen boquiabiertos.
Yo fui, me consta, uno de los pocos que durante todo ese tiempo supo de él y lo vio algunas veces, muy pocas, encaramado en su moto al más puro estilo Easy Rider (De nuevo me encuentro entre el asfalto, / la gasolina y la soledad), libre de versos y ataduras, buscando en la velocidad y la carretera su destino (todo ello muy beat) y huyendo del incesante diluvio de la tontería humana (que diría el bueno de Huysmans en Al revés). Y uno de los pocos, también, a los que él confió los motivos de su desaparición (son esas ventanas / las que me resguardan de vosotros, / es la distancia / la que obtiene mis días), harto de la fatuidad de los egos y cenáculos literarios.
Así que reencontrarme de nuevo con él en este libro, después de tantos años y una terrible pandemia, y estremecerme y maravillarme a la vez con sus versos, es para mí un motivo de celebración, por muy desoladores y siniestros que sean.
Por desgracia, como bien sabemos los poetas, la mejor poesía surge del dolor y los momentos duros, de la tristeza y la desesperación, de las pérdidas y las ausencias, y de eso habla mucho Felipe en este nuevo y tremendo poemario.
Suya, ahora, es la palabra: pasen y lean.
Vicente Muñoz Álvarez,
prólogo a Cáncer. Opus Sinistrum,
de Felipe J. Piñeiro
(Ediciones La Crítica, 2025)
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