Desarraigados, inconformistas, iconoclastas, visionarios, los beatniks encarnaron a mediados del pasado siglo los compromisos más transgresores de su generación. Fueron, por decirlo de algún modo, los chicos malos del Tío Sam: los outsiders, los noctámbulos, los subversivos, los hijos del asfalto que, incapaces de realizarse en una sociedad como la americana, poetizaron para resarcirse su lado más oscuro. Pero, a diferencia de otros muchos, lo hicieron desde dentro, desde su propia piel, consecuentes en sus vidas con los postulados de su obra: el escapismo mediante las drogas, el budismo zen, la desconexión de la moral burguesa y la concepción de la escritura como un acto espontáneo de creación (entroncando así con la improvisación del jazz y el bop).
Vicente Muñoz Álvarez,
de El tiempo de los asesinos.
Semblanzas de algunos escritores malditos.
(LcLibros, 2019)
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