Si hay algo que me sane y libere, al terminar la ruta, de Babilonia y los monstruos, la decadencia de mi gremio y las bajas ventas, los días sin huella y las noches de insomnio, el tráfico enloquecido y las quejas, las montañas rusas de mi autoestima y el adoctrinamiento hipócrita de los gobernantes, la soledad de la carretera y la sinrazón de este mundo salvaje que me está tocando vivir, es, sin duda alguna (estación tras estación lo compruebo), salir en otoño y primavera, justo cuando termino ambas campañas de calzado, a buscar a setas: como un renacer en las praderas y los bosques, ese acto, caminar concentrado en la tierra, cesta en mano, sin pensar, sin sentir, sin juzgar, sin proyectar, sin otra cosa en la cabeza que encontrarlas, es como un exorcismo y una cura de bienestar, las haya o no, liberar de pensamientos mi mente al terminar la ruta es la clave, esa dinámica y esa transmutación: no yo y mis circunstancias, la civilización y su estruendo, solo las setas y la naturaleza, el bosque y sus ofrendas, ese Santo Grial... Estos días, últimos coletazos ya de mi guerra, champiñones, cardo, níscalos y senderuelas, y hoy, como un tesoro entre el musgo, las reinas de los pinares, tricholomas portentosum, veteadas de amarillo, magníficas y reveladoras... La Perla está dentro de mí, pensé al encontrarlas, en mi punto de encaje y en la pradera, pero dentro de mí, no fuera... no fuera...
Vicente Muñoz Álvarez
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