Aunque, desde luego y afortunadamente (porque así soy yo, para lo bueno y para lo malo, una montaña rusa que sube y que baja, que frena y derrapa, que viene y que va), aún quedan cosas y remedios de mucho poder contra la sinrazón del mundo, que nadie, pase lo que pase, me podrá quitar: el concierto inefable de los pájaros celebrando en el bosque la primavera, pura polifonía mientras pedaleo ensimismado en la bici por la orilla del río al amanecer, ese misterio y pureza que lo envuelve todo estas mañanas tranquilas en Villaobispo, cómo ruge y serpentea el Torío a mi vera, la explosión de flores silvestres en las lindes del camino, el fulgor místico de las amapolas, el olor penetrante de la manzanilla y el brezo, los rayos caleidoscópicos del sol difuminándose entre las ramas de los chopos (como en una gran catedral gótica, pienso todos los días), el contacto de mis manos con la tierra plantando esquejes al llegar a casa, y los preparativos del viaje, sea a donde a sea y como sea, con mi musa de ojos verdes, tras este año de cosas infames y cruentas....
Vicente Muñoz Álvarez
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