Cuando hace ya muchos años (más de treinta) leí por primera vez La colina de los sueños, de Arthur Machen, me quedé totalmente deslumbrado por su extraño sincretismo y por su magia.
Comenzaba entonces a dar mis primeros pasos como narrador y las desventuras de Lucian, enfrentado a la resistencia de las palabras y el mundo, se me antojaron una especie de solaz a mis propias frustraciones y esfuerzos. Porque, en tal sentido, este libro es un homenaje al acto reflexivo del creador: la novela de cómo se escribe una novela, o, en términos aún más exactos, la novela de cómo se sufre la gestación de una novela.
Conocía a Arthur Machen (1863-1947) por sus cuentos fantásticos y su aportación a los Mitos de Cthulhu, donde sustituye los fantasmas típicos de la literatura gótica por presencias que se manifiestan en su Gales natal en pleno día, fuera del contexto clásico en el que hasta ese momento habían sido representadas. Sus relatos más famosos desarrollan esta temática, joyas como El Gran Dios Pan, La luz interior o Vinun Sabbati, que sugieren la existencia de un mundo invisible tras la apariencia cotidiana de las cosas y que tradicionalmente han sido incluidos en las antologías más serias del género.
Vicente Muñoz Álvarez,
de El tiempo de los asesinos
(LcLibros, 2019)
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