Hay, en El retrato de Dorian Gray, una frase que condensa en muy pocas palabras la clave y el fin, no solo de esa novela, sino de la vida al completo de Oscar Wilde: «Curar el alma a través de los sentidos y los sentidos por medio del alma». Lo espiritual y lo carnal, lo diabólico y lo ascético, el cielo y el infierno unidos para el goce exclusivo del creador: esa búsqueda ciega de placer e ideal que persiguen protagonista y autor, y que termina en ambos casos en trágica expiación.
En realidad, salvo quizás en sus últimos días, Wilde encarnó en sus textos y sus personajes todos los complejos y dudas morales que siempre le condicionaron: la lucha interior entre el hedonismo y la mística, el desenfreno y el arrepentimiento, consecuencia ineludible de su ambigua personalidad. Su vida entera es un ejemplo del ideal decadente (refinado, esteta, andrógino y maldito), y su obra, en especial El retrato de Dorian Gray, una de las más importantes de la literatura inglesa de todos los tiempos. Razones, ambas, que justifican los cientos de estudios que sobre él se han escrito en las últimas décadas.
Vicente Muñoz Álvarez,
de El tiempo de los asesinos
(LcLibros, 2019)
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