lunes, 14 de mayo de 2018

MUÑOZ ÁLVAREZ, POETA CREPUSCULAR



Decía Emil Cioran que la melancolía era un estado muy difícil de aprehender, puesto que se nutría de otros estados y sentimientos más profundos si se quiere. No es difícil encontrar la raíz de la tristeza, o volver los ojos hacia el interior de uno mismo para darse cuenta de que eso que oprime el pecho es aquello que llamamos nostalgia. Sin embargo, la melancolía no es tan fácil de explicar. Nace de un vacío pero no necesariamente de una ausencia. Es una molestia interna que padecemos en silencio y que muy pocas veces sale a la luz. Cuando acabé de leer el libro de Vicente Muñoz Álvarez (escritor, editor y poeta nacido en el León de los años 60), “Regresiones”, fue precisamente en este estado, tan próximo a la ensoñación y a la soledad en el que acabé.

Yo no nací en el León de los años sesenta, ni viví, como el poeta cuenta, los últimos años de aquella dictadura infame, ni tampoco asistí al despertar de la joven democracia que fue también el despertar de toda una sociedad sumida en el retraso social que supuso décadas y décadas de puertas cerradas al mundo. Yo nací diez años después que Muñoz Álvarez, y no fue en León, sino en el Buenos Aires de los años setenta, bajo la cortina de sangre de una de las dictaduras más sangrientas que se recuerden en Latinoamérica, y tan solo unos años antes de aquella absurda y estúpida guerra que se llevó por delante la vida de tantos pobres muchachos que marcharon a la muerte bajo una consigna atroz puesto que era absolutamente innecesaria, gratuita y ruin. Y sin embargo, las memorias de Vicente (que abarcan desde su niñez allá por los últimos días de Franco, hasta finales de los años ochenta, en plena efervescencia rockera), en una prosa de diario íntimo bañado en melancolía, me hicieron vivir junto a sus regresiones, el latido de muchas vidas que de alguna manera también era la mía.

Puede que fuera la nostalgia la que llevara a Vicente a escribir estas memorias ahora colectivas, pero qué duda cabe de que sus regresiones llevan el sello crepuscular de quien narra desde la plena consciencia de que nada volverá. Así lo explica en el inicio de uno de los capítulos:

“El objetivo y el fin de todas estas regresiones, como iréis comprobando o comprobaréis, es recuperar mi y vuestro pasado, porque es parecido, exorcizar mis fantasmas, descerrajar con ganzúa de plata las `puertas blindadas de mi corazón”

O en este otro, en el que el autor parte nuevamente de la nostalgia para entregarse a la prosa melancólica:

“sonrío… sonrío de puro gusto y placer cuando vuelvo (cada vez más últimamente) a los momentos perla de antaño, cuando pienso en mis dieciocho y veinte años sonrío, porque la nostalgia es siempre un placer, y allá que vuelvo una y otra vez, todos estos flashbacks vienen de ahí, como estigmas imborrables en el corazón y la piel vienen estos recuerdos a mí y también, por supuesto, debo contarlos… vuelven aquellos lisérgicos recuerdos a mí, y yo con ellos, a modo de caleidoscopio, me dejo llevar, quizás por lo adulterado del presente, este sucedáneo que nos han querido vender, en lo que han reciclado la sociedad…”

Y es que, Vicente Muñoz Álvarez, que lleva una veintena de libros escritos casi desde las sombras, es uno de los representantes de la cultura de la periferia, esa que no aparece en los grandes medios sino más bien lo contrario: se nutre y vive de la calle, de la gente. Así pues, aunque ya está curtido en la indiferencia del gran público (aunque he de añadir que supe hace un tiempo que su libro fue motivo de una charla en la universidad de León), nos regala esta obra que es parte de todos. Quieran o no. Nos brinda un testimonio auténtico y fértil y nos abre la puerta de su corazón que es al mismo tiempo su gran espacio anímico. Porque Muñoz Álvarez es todo corazón y crepúsculo. Y es en esas últimas luces del día, allá donde acaba el horizonte, donde hallamos su prosa aguardando en silencio.

Vuelvo entonces, a modo de despedida, a las palabras de Cioran:

“los elementos estéticos de la melancolía contienen las virtualidades de una armonía futura que la tristeza orgánica no depara. Esta conduce irremediablemente a lo irreparable, mientras que la melancolía se abre al sueño y a la gracia”


Ernesto Cobos,
en Crónica de un hombre invernal.


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