CARLOS SALCEDO ODKLAS
(Regresiones)
Ahí fue donde empezó todo.
Eso es lo que pienso cada vez que, por lo que sea, paso frente a la clínica San Francisco.
Ahí fue donde empezó todo.
Ahí fue donde empezó el viaje, el juego. Ahí fue donde vine al mundo, llorando, desnudo, asustado, como todos. Sigo mi camino en este día frío y lluvioso, el primero que nos pone en nuestro lugar y nos recuerda que el temido invierno leonés se acerca implacable para envolvernos de nuevo. Final y principio. Paso por el comedor social, al lado de la catedral, lugar que me ha puesto en contacto con todos los vagabundos de la ciudad. Continuo hasta llegar a Santo Domingo y al Hogar de los Malditos, donde habito, donde me encierro y abordo la lectura del libro de Vicente Muñoz Álvarez, Regresiones. Y voy recorriendo las mismas calles nuevamente, en otro tiempo y lugar, en otra piel, pero las mismas calles. Y es imposible desactivar las neuronas espejo y yo también acudo a mis regresiones, y me sorprendo, y sonrío, y hago conexiones.
León. Ciudad de nacimiento y enclave estratégico en mi vida. Una vida a caballo entre Madrid y León y León y Madrid, la vida que me tocó, idas y venidas, mudanzas y mudanzas, cambios de colegio (6 distintos solo para la EGB) que me han hecho lo que soy, un zumbado de mierda. Madrid y León y León y Madrid. Pero lo que ha distinguido a León es que siempre ha sido el germen de algo. Ya he dicho que aquí empezó todo. También aquí fue donde, en mi primera juventud, decidí que quería ser dibujante de cómics. Junto a mi colega Ernesto pasaba días y días dibujando sin parar. Soñando ambos con historias y personajes, buscando influencias y descubriendo tesoros. Hoy Ernesto está comido por la esquizofrenia y pasa los días mirando al infinito en la terraza de algún bar, dejamos de dibujar hace años.
También aquí decidí que quería ser estrella de rock y obligué a mi madre a comprarme una guitarra eléctrica en una tienda de música ya desaparecida. Nunca lo logré, pero sigo tocando en casa cuando me siento abatido.
También aquí decidí empezar a escribir hace no mucho, y busqué a Vicente por los garitos para que me diese su consejo. Acabé dando con él en el CCAN, mítico antro, punto de encuentro de almas inquietas, lugar que nos arrebataron también hace unos años.
Cuando acudes a las regresiones ves que todo se te arrebata poco a poco, la erosión despiadada de la vida y las cosas, ves el derrumbe de los sueños, la gente que en algunos momentos fue indispensable hoy se funde en negro, el caer cruel de los días y los años. Y quizás esa pena al sentir la arena resbalando entre los dedos es lo que hace querer aprisionarla, aprisionarla aquí, por ejemplo, en una apuesta suicida por la literatura. Porque mañana puede que haya un aparcamiento en la Plaza del Grano, o un centro comercial en el Parque de San Francisco, o quizás solo haya ruinas y silencio en todas partes, y no es justo porque son nuestros recuerdos, somos nosotros, sin saber siquiera si hay algo más, y el instinto de supervivencia nos dice que no deben morir. Es el aullido del escritor y el aullido del escritor autobiográfico es su mente y despellejarse siniestramente su sino, manchando las paredes de su ciudad.
Yo suelo referirme a esta ciudad como La Telaraña. Una ciudad hermosa y acogedora pero a la vez un agujero, sobre todo para los jóvenes que están deseando largarse debido a sus escasas posibilidades de trabajo. Una ciudad que es imposible no amarla y odiarla a un tiempo. Un pozo. Una cárcel en definitiva. Una cárcel como la del juego de la oca (que según la teoría templaria simbolizaría a León), lugar de encierro y redención. Una cárcel, como la antigua e imponente cárcel de San Marcos, símbolo de la ciudad, situada tan cerca de donde vivía ella, por la que llevo días jodido.
Siempre nacemos en una cárcel, luego toca escapar como sea.
Y se cierra el círculo. León, cárcel, agujero y llanto. Recuerdos, regresiones que vienen y van y un cofre donde guardarlas. Aullido en papel. Nacemos (aquí o allí) asustados y confusos, llorando y gritando, algunos seguimos así.
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