rodaban de mano en mano en clase como las canicas a finales de los años 70, aquellas chabacanísimas pero muy excitantes revistas, antes de que llegaran los videclubs con sus salas exclusivas dedicadas al tema, y por supuesto mucho antes de que internet llenara nuestras pantallas y retinas de todo tipo de especialidades y excesos... las más elegantes, Playboy y Penthouse, un poco mainstream y chic, pero descafeinadas, y las más bizarras, Macho, Gozo, Lib o, ya rizando el rizo, a precios astronómicos, Private, Nuit, Pleasure o Hard, y muchas otras que ya no recuerdo... doce o trece años, tendríamos, antes de ser hombres, de adolescentes salidos y granujientos, cuando aquellas revistas ajadas y pegajosas rulaban lujuriosamente por nuestras manos, con toda la clandestinidad que ello implicaba, remordimientos y dudas, miedo y represión, pero una libido insaciable y difícil de controlar... desnudos discretos, comedidos y artísticos (y muy hippies también), o inefables escenas que más bien nos traumatizaban, fichas de ajedrez, frutas y hortalizas, animales y hasta (lo recuerdo perfectamente) surtidores grasientos de gasolina penetrando y alienando, todo ello, lo reconozco, poco aconsejable para adolescentes haciéndose adultos, pero tremendamente eficaz para satisfacer nuestro morbo... rulaban de mano en mano como las pesetas en la Transición, y nos las llevábamos a casa a escondidas y buscábamos el momento oportuno para desahogarnos con ellas en soledad y luego las cambiábamos por otras más ajadas y pegajosas aún, más perversas y decadentes todavía (siempre cabía un plus en depravación), antes de haber tocado ni siquiera el pelo a una chica, a los doce o trece años, recién salidos del cascarón, manda huevos lo que es la llamada del sexo y el cambio de muda, hasta dónde podíamos entonces llegar... escondites estratégicos aquí y allá, entre los libros de clase, al fondo de armarios y en los servicios, y hasta mi peña de aquel entonces y yo en la Isla de los Conejos (no va de coña, os lo juro), aquel inhóspito islote en el Pantano de Luna, al que llegábamos en verano en barca de remos, en lo alto de la cima, ocultas en una grieta de la roca para nuestro exclusivo disfrute y placer...
dónde queda ya
todo aquello
no la libido
ni el sudor
sólo la nostalgia
permanece
Vicente Muñoz Álvarez
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