Resulta que desde hace unas semanas vengo leyendo muy concentrado a la hora del desayuno, como primera enseñanza del día (porque así es mi vida en las fases de ensoñación, al margen de como escritor, como lector también: dispersada en docenas de horarios, emociones y sensaciones distintas: desayuno, comida y cena, sensitivo o no, de ficción o de no ficción, este libro para las colas y esperas, este para los días de lluvia, este para los de nostalgia e introspección, etcétera), un interesantísimo ensayo de Aimé Michel editado por Plaza & Janés hace la pera de años, “El misticismo: El hombre interior y lo inefable”, donde se hace un repaso exhaustivo a todo tipo de manifestaciones y prodigios relacionados con unas y otras religiones y culturas, ayunadores, penitentes, curanderos, estigmatizados, exorcizados y etcétera, etcétera, y me arrebata por encima de todas las demás, que son muchas y muy sorprendentes, la historia de Giuseppe da Copertina, el monje volador, patrono de los cosmonautas, corto de entendederas pero de gran corazón, sus levitaciones e ingravidez y su no estar en la tierra, e indago un poco más sobre su vida y acrobacias en la red y llego de rebote a la película “El hombre que no quería ser santo”, de Edward Dmytryk, la descargo y en los créditos me encuentro a la última persona que en este contexto y situación me imaginé que me podría encontrar, el bueno de John Fante, nada más y nada menos, padre del realismo sucio, como guionista, y le pregunto al viento y las estrellas qué hace ahí, porque no doy crédito a la casualidad, y pienso mientras veo el filme qué extraño es el mundo, el azar y lo aleatorio, lo pagano y lo místico, las sincronicidades y las correspondencias...
Vicente Muñoz Álvarez
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