Corría entre las dunas y sus pies se hundían en la arena. Tres hombres encapuchados le seguían a no mucha distancia. Era de noche. Hacía calor. Soplaba una ligera brisa y a lo lejos, desde algún punto indefinido, se escuchaba el rumor de las olas en la playa. Había que alcanzar el mar. La luna brillaba en lo alto. Sus pies se hundían en la arena. Los encapuchados ganaban distancia. Se le acercaban más y más. Estaba cansado. Tenía miedo. Escuchaba el latido acelerado de su corazón. Los relojes le pesaban demasiado en los bolsillos. Relojes antiguos, de plata, con cadenas, cientos de relojes en la arena: tic tac, tic tac, tic tac. Los encapuchados se acercaban. Llevaban gaviotas muertas en las manos. Ganaban distancia. Había que alcanzar el mar.
Vicente Muñoz Álvarez,
de Mi vida en la penumbra
(LcLibros, 2020)
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