miércoles, 10 de agosto de 2016

LA PROMESA



De nuevo estás aquí, pequeña, cerca, muy cerca y muy dentro de mí. Eres carne de mi carne, sangre de mi sangre, como al principio tú misma soñaste... ¿Lo recuerdas? Yo jamás pude olvidarlo, aquel pacto y tu promesa...

Me miras altiva desde tu altar de terciopelo rojo, sensual y tentadora, tal vez sorprendida de que aún te siga amando... ¿Por qué te fuiste, por qué no me escuchaste, por qué incumpliste tu promesa? Nuestro sueño, tus proyectos, nuestra torre de cristal... Ya nada será igual, ¿no lo comprendes? Somos ídolos caídos, solamente eso.

Pero ahora estás aquí y aun demediada sigues siendo hermosa: la cascada de aguas negras de tu pelo, tus labios tentadores, tus ojos oscuros y profundos, ojos de vértigo y engaño que ya no parpadean, que me reprochan desde el frío tantas cosas...

Sólo he conservado tu cabeza. Lo demás lo he devorado lentamente... Tardé tanto en encontrarte... Entre sombra y sombra, entre trago y trago te buscaba y tú no estabas... Intentaba recrear en mi mente tus palabras, aquel pacto y tu promesa: juntos, juntos, siempre unidos, un solo cuerpo y un único espíritu... ¿Lo recuerdas? Intenté olvidarte sin sufrir, ahogar mi desencanto y despertar un día y no sentirte, pero ya estabas muy adentro... demasiado adentro...

Ahora tu luz interior quema en mi recuerdo. Perdóname y descansa, aunque no puedas dormir, aunque no puedas soñar... Descansa en mis entrañas preservada del hedor de los gusanos, del temor de la tierra y lo profundo. Apoya en mi pecho tu cascada de aguas negras y escucha los latidos que aún sustenta tu memoria. Acaricia mi sexo consumido con tus labios y procura imaginar que aún estás viva...

Yo te sigo amando.


Vicente Muñoz Álvarez,
de Mi vida en la penumbra
(Eclipsados, 2008)

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