lentamente, día tras día, cliente a cliente y tienda tras tienda, voy acercándome al fin de la ruta, navegando a la deriva en la furgoneta, remando contracorriente e intentando mantenerme a flote mientras mi gremio naufraga, el comercio se hunde, la desconfianza crece y la ilusión se apaga... pese a los brotes verdes que nos quieren vender, al irrisorio fin de la recesión y la crisis, pese la pretendida recuperación económica de la que hablan altivos los mandamases de turno estos últimos días, la cruda realidad sigue en la calle: cada vez más locales cerrados, gente pidiendo limosna, números rojos, desahucios y desesperación... y yo disfrazado de hombre cuerdo, maletín y muestras en mano, intentando aparentar equilibrio y calma, pese a que hago aguas por los cuatro costados y me mantengo a duras penas en pie... todo ello añadido a esa lacerante soledad de los hoteles de carretera, impersonales y asépticos, que me estremece cada noche por dentro entre las sábanas frías... menos mal que a punto estoy ya de terminar, un par de semanas más y se acabó, vuelta al hogar, a la vida interior, al sosiego y la ensoñación... y por supuesto a las setas, que este otoño crecen exuberantes en el bosque desafiando a la crisis y al temporal, mis queridas aliadas, símbolo de libertad, del fin de la alienación y la ruta... como estas lepistas que he recolectado cerca de casa esta mañana, la primera de sol desde hace días, con las montañas protectoras recortadas en el horizonte, concienciándome y repitiéndome una y otra vez el mantra mágico de mi padre en campaña: que nada te turbe, que nada te espante, que nada te espante...
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