Cerca de la senda un grupo de sabinas tapizaba la falda de un risco escarpado, erigiendo sus copas fantasmales hacia el cielo carmesí. De su enhiesta silueta se elevaban sombras vacilantes animadas por un aliento malsano. Y fue entonces cuando, enervado por una indescriptible pesadez, contemplé apostado en el camino los arcanos de los druidas.
Sobre un pilar de piedra yacía maniatada una joven virgen cuyos lamentos se fundían en el ritmo de varios tambores. Junto a ella, el Sumo inhalaba un vapor cetrino mientras los acólitos danzaban a su alrededor. Llegado pronto al éxtasis, arrancó un puñado de muérdago y dibujó con él un círculo sobre la joven. Después, empuñando un cuchillo, elevó su rostro al cielo y, susurrando en trance algunas preces, hundió la hoja en su seno. Pronto estuvo desollada y su vísceras se repartieron entre los cofrades. El corazón quedó reservado al Sumo, que tras exprimir su néctar lo engulló sin masticar. Luego cesó el febril tan tan y aquella visión volvió a fundirse entre las sombras del infame sabinar.
Era el momento en que el ocaso comenzaba a extinguirse y yo recuperaba paulatinamente el movimiento.
Vicente Muñoz Álvarez, de Marginales (Eje Producciones, 2008).
Ilustraciones by Mik Baro.
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