Le vi por vez primera en el interior de un carromato. Junto a otros de su especie exhibía impúdicamente su desgracia procurándose el sustento. Se decía que algunas parturientas modelaban desde su propio seno sus horrores para venderlos al nacer. Niños bicéfalos y acéfalos, potros con cabeza humana, seres medio hombre medio puerco, mujeres con tres manos, con serpientes en la espalda, con apéndices vivientes y pezuñas de cordero, se unían en un gremio malsano para explotar dolosamente su desgracia.
Él, en cambio, era un hermafrodita enigmático y hermoso. Condensaba en su ser todo lo sublime, el misterio original del demiurgo y la creación. Y aunque a todos parecía repugnar, ejercía sobre mí un magnetismo inconciliable. Durante meses fui a verle todas las mañanas a aquel sórdido museo, agasajándole y mostrándole mi admiración. Después también él se enamoró y huyó conmigo de aquel antro terrible. Así comenzó una comunión perfecta cuya miel nos deleitó durante meses. Hasta la noche en que, consumido por los celos, terminé con su existencia ambigua al sorprenderle yaciendo consigo mismo en una contorsión repulsivamente obscena.
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Vicente Muñoz Álvarez, de Marginales (EJE ediciones, 2008).
precioso y contradictorio vic.
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