Otra de esas películas capaces de volarte la cabeza y alterar, nunca mejor dicho, tu conciencia, como si de una droga psicodélica se tratara, Bajo la piel (Under the skin, 2013), de Jonathan Glazer (el director de la tremenda Sexy Beast, que asimismo os recomiendo) se ha convertido en poco tiempo en un filme de culto, pieza clave del cine de ciencia ficción del nuevo milenio, aplaudido por muchos y denostado por otros tantos, como suele suceder siempre con este tipo de películas: o se la ama o se la desprecia, no hay términos medios.
Yo estoy entre los primeros, sin duda, por muchos y muy diversos motivos: Scarlett Johansson, magnética e irresistible, que borda su papel de alienígena; una fascinante banda sonora (de Mica Levi) y fotografía; una historia enigmática y melancólica (inspirada en una novela de Michel Faber) abierta a múltiples interpretaciones; y el pulso narrativo del director, Jonathan Glazer, que con muy pocos diálogos consigue involucrar al espectador en la trama y seducirle con una hipnótica puesta en escena.
No me importa tanto el mensaje de la película, quizás excesivamente hermético (como critican sus muchos detractores), ni las influencias que tiene (Kubrick, Tarkovsky, Lynch), sino disfrutar de la atmósfera de ensoñación que recrea, gélida y decadente, ominosa y solitaria, la extrañeza de los actos de la protagonista y lo sorprendente de muchas secuencias.
Lenta y pausada, inquietante y poética, Bajo la piel se clava como una aguja envenenada en el subconsciente, dejando un montón de preguntas e imágenes centrifugándose en la cabeza y una rara sensación de tristeza al fondo del corazón.
Para mí, en suma, una maravilla de película: juzgad, cuando la veáis, vosotros mismos.
Vicente Muñoz Álvarez
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