sábado, 20 de noviembre de 2021

LAS SETAS en LA NUEVA CRÓNICA


El autor Vicente Muñoz Álvarez. | MARLUS LEON

José Ignacio García | La Nueva Crónica 20/11/2021

‘Las setas y otros relatos de la Era Pulp’ / Vicente Muñoz Álvarez /Versátiles Editorial

Narrativa breve, 208 páginas, 15,00 euros

Emplea Vicente Muñoz Álvarez, como epílogo a la treintena de cuentos y microrrelatos reunidos en ‘Las setas y otros relatos de la Era Pulp’, una cita de Jack Kerouac en la que el controvertido novelista estadounidense aseguraba que las personas «nos lanzamos hacia delante en busca de la próxima aventura disparatada bajo el sol».

Y eso es lo que hace el autor leonés. Lanzarse a tumba abierta –y las tumbas, por cierto, y sus descompuestos habitantes abundan en el inframundo de estas doscientas páginas– en busca de aventuras disparatadas, que unas veces ocurren bajo el sol y otras veces suceden amparadas por una complicidad lunar o lunática; pero siempre cuajadas de violencia, sexo, drogas y rock and roll, como él mismo nos previene cuando, al final de su introducción, nos advierte, tachándonos de «queridos drugos», de que «sangre, sexo, ultraviolencia, amor y desamor y crueldad y ternura» es con lo que nos vamos a topar en el libro. Y no falta a la verdad en ese apercibimiento. Porque esta recopilación de cuentos, escritos en distintas épocas creativas, no serían aptos para lectores de vísceras delicadas, si no fuera por la ingente calidad literaria que atesoran, además de por esa ternura a la que alude el narrador y que, no en todos los casos (eso sí), dulcifica algunas escenas o conflictos que se debaten entre lo espeluznante y lo paranormal.

Vicente Muñoz Álvarez es un escritor poliédrico y de largo recorrido, miembro destacado de esa generación de narradores leoneses del siglo XXI, surgidos a rebufo de maestros de la talla de Antonio Pereira o de José María Merino, pero ungido por un estilo característico que le hace inconfundible y especial, incluso cuando –como es el caso– su prosa se torna, en apariencia, más ligera, cruda y contundente; o cuando los temas que aborda resultan más trágicos, terroríficos o escabrosos de lo habitual.

Podría decirse que ‘Las setas y otros relatos de la Era Pulp’, haciendo honor a su título, es un libro de dos rombos; aquellos dos rombos limitadores y prohibitivos que lucía como emblema la televisión estatal y monopolística del siglo pasado, y que los más jóvenes tratábamos de eludir para descubrir el primer beso de tornillo de una pareja hollywoodense o la primera teta que alguna actriz nativa, jamona y desvergonzada dejaba al descubierto en un ‘Estudio 1’ monocromático.


Podría decirse también que este compendio de aventuras desasosegantes son un racimo de historias para no dormir, inspiradas por la serie homónima de Chicho Ibáñez Serrador en la que colaboraba el profesor Jiménez del Oso, ese Íker Jiménez del pleistoceno televisivo. Y no lo digo por decir: además de provocar ficticias pesadillas y crisis insomnes y de ansiedad, en algunos de estos relatos aparecen el enigmático guionista, habano entre boca y barba, o el parapsicólogo que dio origen a tantos programas de oscuros misterios, resueltos o sin resolver.

Pero además de esos personajes reconocibles o de los cameos de actores épicos como Bruce Lee y sus mortíferos nunchacos, que abrieron el apetito capitalista de algún amigo del autor, en ‘Las setas y otros relatos de la Era Pulp’ aparecen, cercanos y tangibles, el último habitante de la Tierra o niños que convierten un juego en una tragedia o vagabundos desheredados incluso de la esperanza y la dignidad o policías que sucumben al placer o maniquíes que se van de fiesta o enfermos que critican a los médicos y a la sociedad o presos lusos que tienen bastante de ilusos o preadolescentes que en el ardor del verano huyen despavoridos ante la perspectiva de una primera experiencia sexual que en nada se parece a la que habían soñado para estrenarse en las lides del amor o poetas callejeros disfrazados de voyeristas mercenarios o voces aquejadas de remordimientos eternos que suenan a maullidos de gato o maridos que agreden y violan a sus resignadas esposas o psicópatas incurables que despellejan a sus víctimas o peleles que dudan entre elegir el aburrimiento celestial o las diversiones picajosas con que los seduce el infierno.

Los relatos incluidos en ‘Las setas y otros relatos de la Era Pulp’, variables en extensión, aunque breves en su inmensa mayoría, son como punzadas lacerantes o bofetadas inclementes, unas veces provocan dolor y otras espabilan las conciencias atrofiadas de los lectores más acomodaticios; están escritos en una primera persona inmediata y transcurren entre la narración –a veces de un solo párrafo corrido– y el texto dialogado, sin que ninguna de las técnicas se resienta o muestre fisuras respecto a las otras.
Son, además, textos que apestan a esperma, a vino peleón, a sudor rancio; pero también a miedos inconfesables, a alucinaciones, a recuerdos de niñez y juventud, a sueños incumplidos y a cobardones que siempre están deseando huir, pero que nunca se atreven a dar el primer paso.

Al final, queda la huella candente de relatos como el que protagonizan una pareja de niños en un coche abandonado o el de un vagabundo urbano o el que discurre al anochecer en un bar de barrio obrero o el que personifica un matrimonio en el salón de una casa modesta, durante la cena, después de que los hijos se hayan acostado o el del opositor que sobrevive en un mundo inmovilizado por lo cotidiano. Pero sobre todo queda, más allá del dolor, de la crispación o la tristeza que provocan muchos de estos relatos, la sensación de que el lector ha emprendido un viaje disparatado, a lomos de un vehículo desbocado y sin frenos, bajo los rayos hirientes del sol o arrullado por los brazos de la luna, ocupando el asiento del copiloto y escuchando en la voz viva y sugerente del conductor historias, no sé si para no dormir, pero que al menos, para bien o para mal, ha soñado más de una vez, y que no ha sido capaz de escribir. Porque para eso, como le ocurre a Vicente Muñoz Álvarez, hace falta una pizca de mala leche, bastantes suelas desgastadas por el asfalto erosivo de la vida y, principalmente, dosis inagotables de talento.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.





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