viernes, 25 de enero de 2013

ANIMALES PERDIDOS según Julio César Álvarez.


GUARDA EL SECRETO

Animales perdidos (Baile del Sol, 2013) de Vicente Muñoz Álvarez es un poemario visceral y maduro (en el mejor sentido del término). Un ataque frontal a esta desastrosa civilización que, nos dice Vicente Muñoz, guarda una pequeña y denostada puerta de atrás. El posible refugio para todos los agotados ("que se acabe el mundo/ que arda babilonia/ que choque el cometa/ que estalle el planeta / que se vayan los cuerdos/ que emigren los necios/ que reinen los locos/ que se hunda el sistema"). Porque en Animales perdidos existe una única salida, y esa salida de emergencia es tan vieja y efectiva como el propio mundo ("un lugar tranquilo/ para respirar/ donde escribir/ soñar amar/ tan sólo eso"), y que no por ello deja de ser menos válida o útil. Cierta esperanza en la desesperación. Cierta calma tensa en el caos de existir. Así, todo está plagado de ese análisis doloroso de una realidad que se viene abajo (sin tocar nunca fondo completamente), de un mundo que aniquila bien por soledad, bien por desesperación o enfermedad diaria. Animales perdidos es un perfecto muestrario de todas esas sensaciones, pero también un ligero soplo de aire fresco en este doloroso y a abrasador infierno (Philip K. Dick siempre tuvo razón, el infierno no estaba en ninguna parte, era esto).

Animales perdidos (una buena definición de lo que somos, de lo que seremos) también está plagado de una historia paralela de la literatura (de Burroughs a Bukowski, de Céline a Lowry, pasando por David González o Raúl Núñez). Todo está inmerso en el líquido de esa estética maldita y al margen que tanto ha practicado Vicente Muñoz, pero, ya digo, con una interesante novedad, la calidez o el amor han llegado para quedarse. Y de ese tránsito mental y poético (cual Divina Comedia de extrarradio) surge el hallazgo, el descubrimiento literario y el paso adelante de quien no se ha cansado (del todo) de esta compulsión basada en mirar y escribir. Escribir y mirar, como un trozo de madera flotante en este blando mar que nos acoge ("el viaje/ la ola / respira"). Por eso continúa siendo importante discernir lo que uno es, ha sido y será en esta profunda y alargada penumbra. Aceptar sin conformarse, tomar aliento y entender los mecanismos del juego. Hay versos transformadores y reflexivos ("solo el instinto/ de sobrevir/ perdura") y un dulce aroma al encontrarse con un secreto que siempre estuvo frente a uno ("aquel hogar/ lo más bello/ en la tierra"). Y ese otro verso suelto que parece resumir y anticipar lo más decisivo: "guarda el secreto".


Julio César Álvarez, en Respirar Descontento.


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