lunes, 27 de abril de 2009

LOS QUE VIENEN DETRÁS: Reedición & Prólogo.



MIEDO Y HASTÍO EN VEGA DE ESPINAREDA O UN HOMBRE PARADO AL LADO DE LA AUTOPISTA, MIRANDO LOS COCHES PASAR


En ''Las locas aventuras de Bill y Ted 2'' (creo que fue en la secuela, aunque bien pudiera equivocarme), una de esas estúpidas comedias americanas que a mí tanto me gustan (siempre he sentido debilidad por la estupidez), se sucede una escena que, en el momento de verla, me puso los pelos de punta, y aún hoy, varios años después, recuerdo como uno de los momentos más espeluznantes y terroríficos que jamás haya presenciado en mi edad adulta.

La escena en cuestión no se trata más que de la caída de los susodichos Bill y Ted a un pozo sin fondo. No recuerdo bien si se trata del camino al infierno o a la muerte (que aparecerá más adelante personificada en una burda e impagable parodia de tan respetable e irrespetuosa figura en ''El séptimo sello''): tanto da. El caso es que, tras toda una serie de imaginativas aventuras de Keanu Reeves (Bill o Ted) y su compañero actor del que nadie se acuerda (el otro), ambos caen a un abismo negro y profundo que parece no tener fin.
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En realidad, el abismo no tiene fin. Bill y Ted reaccionan primero gritando horrorizados y haciendo aspavientos espasmódicos en el aire, con los ojos cerrados, mientras a su alrededor sólo hay caída y negrura totales, a la espera del choque final contra el fondo. Poco a poco, sus gritos ceden paso a leves gemidos, dado lo irreversible de la caída. Al final, puesto que nunca acaban de chocar contra lo que sea que aguarda al término de aquel descenso, paulatinamente van abriendo los ojos, mirando a su alrededor con curiosidad y, en un sarcasmo digno de las obras maestras del género, disfrutando incluso con el vuelo sin motor, planeando y haciendo piruetas.
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Me pareció y aún me sigue pareciendo la mejor definición de la vida que haya contemplado en imágenes. Está todo: el acto reflejo del terror que te invade al imaginar el impacto final, la muerte que te espera; el pánico ante esa cuenta atrás, que se expresa en todo tipo de gestos y ademanes inconscientes y descontrolados, y que me recordó muchísimo a todas las acciones que realizamos y todas las decisiones, en último término banales, que tomamos a lo largo de nuestra vida; y la felicidad que sólo sobreviene con la aceptación de nuestra mortalidad, y que nos permite disfrutar del trayecto mientras éste dura. El terror no lo provoca el saber que el trayecto es corto o largo, sino el imaginar la inevitabilidad de su conclusión. Asimismo, toda actividad humana me parece en gran medida el conjunto de gestos, a veces desesperados, a veces resignados, a veces patéticos y otras veces excelsos, que efectuamos involuntariamente ante la presión que provoca la eterna presencia de la muerte en nuestras conciencias, como medio de encontrar trascendentalidad más allá de lo efímero de nuestras vidas/ caídas: la búsqueda del arte, del amor, de la familia, de algo que sea fijo, que no varíe jamás, en un mundo definido, construido y destruido, por el tiempo.
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Pero nuestros votos de inmortalidad son siempre pura quimera.
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Siempre que pienso en Vicente Muñoz Álvarez, nunca recuerdo que no lo conozco en persona. Nuestra amistosa relación epistolar y de intercambio de obras se remite ya a varios años atrás, y para mí, de una manera muy sencilla y perfecta, ha sido desde un primer momento una especie de hermano mayor (el ser en cierta forma paisanos fortalece esa noción) que descubre el sendero que luego uno mismo va a transitar a continuación (o más bien lo redescubre: uno emplea cantidades ingentes del tiempo de su vida desenterrando las cosas verdaderas, que suelen ser fáciles de reconocer porque siempre hay algún cabrón intentando echarles de nuevo tierra encima). Yo también soy un soñador; y también soñaba cuando era niño y viajaba y, tras mi ventanilla, talaba los postes, los árboles y las montañas con una espada gigante. Pero él siempre va por delante, abriéndose paso en la jungla de las ideas con el machete de su talento.
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Vicente es para mí un poeta mucho antes que un narrador. En realidad, es el único poeta que probablemente haya leído con goce pleno, reconociendo sin pudor mi auténtica ignorancia y falta de práctica en el medio. Quizá sea porque me reconozco tanto en sus textos que nada en su forma me es extraño, exótico o indescifrable. Y, también, porque es un poeta que escribe con sencillez, que no busca filigranas caligráficas ni espectacularidades vacuas que nos despisten y hagan apartar nuestros ojos de la carretera. Vicente siempre sabe hacia dónde conduce: adónde va con su obra, y adónde nos lleva.
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En este compendio de quince relatos, Vicente habla de todos nosotros como seres individuales y sociales, y de nuestro lugar en este mundo y en nuestra propia mente y en nuestra alma. Y a medida que uno los va leyendo, parece que los relatos van cada vez a mejor. O quizá sea sólo nuestra mirada, que se va afinando y afilando gracias a que Vicente, con la sabiduría del perro viejo y arrabalero, nos dice cómo y dónde debemos mirar, hasta parecerse la nuestra a la suya propia.
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Bien saben mis enemigos que siempre he odiado la literatura social. Creo que el único compromiso que un creador debe tener es consigo mismo. Sin embargo, Vicente nos lleva a través del suyo a uno global de forma natural y lógica.
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Igual que en la escena cinematográfica que acabo de describir, en la obra de Vicente, asuntos como los repentinos estallidos de violencia que pueblan algunas de sus páginas, no suponen más que los coletazos y coces que lanza la razón humana en el proceso de doma de la vida. Todos, tarde o temprano, terminamos siendo domados por ella, y la muerte nos conduce de las riendas al sacrificio.
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Sin embargo, no es la violencia el tema que más me interesa en la literatura de Vicente. Pues la violencia es tan sólo el ruido y los muertos necesarios de una contienda existencial mucho más ambiciosa y terrible: la lucha con la propia vida. Vicente se rebela como hombre y escritor a la preasignación de una existencia humana que, tomada por modélica en nuestra sociedad, se basa en la repetición y la rutina. Y la repetición y la rutina no son más que las puertas que cruzamos cada día para zambullirnos presurosos y agradecidos en el olvido que proporciona el hastío. A partir del momento en que aceptamos la repetición y la rutina y las insertamos en nuestro modus operandi como partes innegociables de nuestro quehacer vital diario y cotidiano, nos escudamos tras dicho hastío para contemplar, con una falsa sensación de invulnerabilidad, de estar a salvo, la vida, que parece terminar sólo para los demás. La repetición y la rutina y, como inevitable respuesta a ellas, el hastío, son las orejeras que nos ponen para que el animal avance manso y no salga desbocado por la tangente.
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Por la reiteración a la inmortalidad.
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Lo malo de todo esto es que, con los años, uno comienza a ser consciente de sus limitaciones, de lo que va a ser y de dónde nunca va a pasar. Pero, para entonces, probablemente, ya nos dé igual.
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Vicente Muñoz Álvarez, de manera valiente y, sí, también asustada, quiere desafiar con su obra al hastío: no olvidemos que es el miedo a ser engullido por aquél lo que muchas veces nos hace reaccionar. Vicente quiere mirar cara a cara a la muerte, descubrir en el fondo de esos ojos vacíos si hay alguna luz o alguna chispa de su esquiva perla azul, algo, cualquier cosa que motive o justifique esa andadura gris y sumisa a la que nos quieren abocados.
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Vicente es, básicamente, un rebelde.
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Al terminar la lectura de su manuscrito, este compendio de hechos, instantes y sensaciones que sin duda usted va a disfrutar aterrorizado (asistido asimismo por el tercer leonés en discordia, el dibujante Miguel Ángel Martín, capaz de convencer a la mismísima Parca de que es mucho más útil y efectivo un escalpelo que una guadaña), se me ocurre la idea malsana de que, tras compartir la mirada de su autor a la muerte y a la vida, quizá Vicente y yo jamás lleguemos a vernos en persona.
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Pero no importa.
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Ya nos conocemos.


Hernán Migoya

Prólogo a Los que vienen detrás y otros relatos. Vicente Muñoz Álvarez, ilustraciones de Miguel Ángel Martín (DVD Ediciones, 2002).

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Próximamente
Los que vienen detrás
de nuevo
en vuestras librerías,
de la mano de DVD Ediciones.
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1 comentario:

  1. momento oportuno para la reedición de este brillante libro... lo esperamos con ganas... enhorabuena, V...

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