Todo fin de siglo parece infundir cierto cansancio, cierto abatimiento, cierta laxitud: simboliza de algún modo el término de un ciclo, el advenimiento de un lánguido otoño. Quizás por ello, todo fin de siglo tiña de disidencia y desencanto la génesis del arte.
En relación a lo dicho, pocos autores tienen aún tanto que aportar al lector de la actualidad como Joris-Karl Huysmans, artífice y primer profeta del Decadentismo.
Nacido en París en 1848, se inició en la escuela naturalista, dando luz en su seno a sus primeras novelas: Marthe, Las hermanas Vatard y Aguas abajo, y participando activamente en las famosas Veladas de Medan que organizaba Zola.
Se trataba, en cualquier caso, de un naturalismo incipiente y aún minoritario, dentro del cual Huysmans parecía moverse a la contra. Pero cuando, pasado el tiempo, amenazó con convertirse en escuela, Huysmans no dudó en abandonar su filiación y manifestó su disidencia con la publicación de su gran obra maestra, Al revés, que revolucionó los ambientes literarios de la época, convirtiéndose en estandarte de la vanguardia finisecular.
Su protagonista, Des Esseintes, desengañado de todos y de todo, frustrado por el tedio, abatido por la hipocondría y el esplín, decide recluirse en un caserón en las afueras de París para construir un paraíso donde lo ilusorio supere a lo real y el artificio aplaque la sed de los sentidos, un paraíso de flores carnívoras y exóticas, de drogas visionarias y cuadros lúgubres, de gemas, libros y esencias exquisitas; un paraíso, en suma, donde el artista supla la realidad por el ensueño para sublimar en él su arte.
Vicente Muñoz Álvarez,
de El tiempo de los asesinos
(LcLibros, 2019)
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