lunes, 9 de noviembre de 2009

LOS QUE VIENEN DETRÁS


No hace mucho tiempo/ que iba al colegio lleno de libros y bolígrafos/ porque esperaba ser médico o profesor de historia. / Subía a un autobús naranja al mediodía/ para ir a sentarme a un banco de madera/ y escuchar desérticas palabras desde las bocas viejas.

Raúl Núñez


Llueve. Cae la lluvia. LLueve.

He dejado a mi padre a la entrada de la tienda, para evitar que se moje, y a continuación he ido a aparcar el coche junto a los soportales de la Plaza Mayor. Aún no conozco a este cliente, Ángel García, del que me ha venido contando algunas cosas mientras conducía: el artículo que suele comprar, que su hijo trabaja en un almacén y que su mujer murió el año pasado. Lleva siempre encima una libreta donde anota estos detalles íntimos, información confidencial de cada cliente que, según dice, ayuda a personalizar la venta. Así - añade -, tendrás algo de lo que hablar con cada uno, al margen de lo que puedas venderle.
Mi viejo. Pobre viejo. Treinta años velando por mí.
Arrastro en un carrito metálico cuatro de las nueve maletas que habitualmente llevamos, una o dos por cada fabricante, y la lluvia me golpea machaconamente el rostro. Hace frío. Está anocheciendo. Apenas hay gente en la calle. Pienso en mi casa, en mi perra, en mi escritura. Cuento mentalmente los días que llevo en carretera y los que aún me quedan para regresar. Recuerdo el malestar de los últimos años, la tensión continua de las oposiciones, los días tediosos bajo el flexo, las tardes asfixiantes de verano, el dilema entre escribir o estudiar, el conflicto, el desengaño, la frustración y el deterioro de los últimos meses, los complejos, la depresión, la dejadez...
Cuando llego a la tienda, el dueño y mi padre interrumpen bruscamente la conversación. Están sentados a un lado de la puerta, uno enfrente del otro, y se me quedan mirando en silencio mientras desmonto el carrito y coloco en una esquina las cuatro maletas.
Una escena extraña: las luces del local, salvo un pequeño fluorescente sobre el mostrador, están apagadas y ellos dos, olvidándose de mí, reanundan en voz baja la conversación.
- No se sabe hasta que no llega, da igual lo que te digan, lo que hayas oído... hasta que no llega no puedes hacerte a la idea...
- ¿ Y tu hijo ? - pregunta mi padre.
- Mi hijo está casado... vive su vida... Me viene a ver con su mujer de vez en cuando, pero lo malo es el día a día, cuando cierras la tienda y al llegar a casa vuelves a estar solo...
Estoy de pie junto a la puerta observando el decorado decadente del local mientras ellos dos siguen hablando: un mostrador blanco de madera, una horma oxidada en una esquina, un calendario del Real Madrid del año pasado, un cartel de deportivos Joma, un San Pancracio, una estufa de gas con una sola placa encendida y cajas, cientos de cajas de zapatos en las estanterías, amontonadas sobre el suelo y el mostrador.
- Yo creo - dice mi padre - que es peor para los que se quedan que para los que se van...
- No lo dudes... Los que se van dejan de sufrir, al fin y al cabo... Lo malo es para los que siguen aquí... Los que seguimos aquí...
- De todos modos no puede uno hundirse, Ángel, te jubilas dentro de poco, ya verás como entonces cambia todo, olvidas de una vez la tienda y te animas a hacer otras cosas...
- Yo ya no me animo a nada, no tengo ganas de hacer nada, de verdad... Te acostumbras a vivir con la misma persona, a hacerlo todo a su lado tantos años, y luego no eres capaz de vivir sin ella... Estás apático, como vacío... La soledad es lo peor que puede pasar...
Siguen hablando mientras yo aguardo sin decir nada frente a ellos. Mi padre, como de costumbre, me presentará al cliente después de haberse interesado por su vida un rato. Aprovechará cualquier silencio para hacerlo y dirá algo así como: Este es mi hijo, que me acompaña este viaje y que a lo mejor sigue conmigo. Estudió Derecho, pero se torció por el camino... Ya sabes lo mal que lo tienen hoy en día estos muchachos...
La fórmula se repite casi en idénticos términos en cada tienda que visitamos y frente a cada nuevo cliente desde que empecé con él la ruta. Ya estoy acostumbrado. Al principio, las primeras semanas, me molestaba escuchar siempre lo mismo, esa coletilla absurda de Estudió Derecho, pero se torció por el camino, que me resultaba trasnochada y falsa. Pero luego, con el paso de los días, me fui también acostumbrando a eso. Como a dormir en hostales baratos y comer cada día en un sitio distinto. Un trabajo como otro cualquiera. Y una rutina a la que por obligación hay que acoplarse.
- Lo que lucharíamos mi mujer y yo por salir adelante, por sacar la tienda a flote y pagarle a nuestro hijo una carrera, y ya ves, ella bajo tierra antes de tiempo y él descargando cajas en un almacén...
- ¿ Y el negocio qué tal ? - pregunta mi padre cambiando de tema - : ¿ Cómo va la venta ? Porque la cosa esta campaña está muy fea, cada vez peor...
- Peor es decir poco: no se vende una mierda. Según era esta tienda... Ya no hay gente en el pueblo, casi todos se han ido a la ciudad y los que quedan prefieren comprar allí, ya sabes, las malditas superficies... Nos están dando la estocada final...
- La cosa está mal en todas partes, Ángel, no sólo en los pueblos... Vas cubriendo la ruta y lo vas viendo, locales que cierran, impagados, grandes superficies, mercadillos... Se está poniendo feo, el asunto, la gente ya no compra en tiendas pequeñas... Todo está cambiando muy rápido...
- Ya lo ves, mira el negocio... Tengo hasta las luces apagadas porque aquí no entra ni un alma. Y acuérdate de cómo era antes, no hace tanto, ocho o diez años... No dábamos abasto, mi mujer y yo... A ver si me jubilo de una vez y empiezo a cobrar del Estado, porque aquí ya no hay nada que hacer...
- Para lo que nos va a quedar - dice mi padre -. Toda la vida cotizando de autónomos y somos después los que menos cobramos... Cualquier empleado al jubilarse va a ganar más que nosotros, así que ya ves tú cómo está el tema...
- Es una vergüenza...
- Y no te cuento ya para los que vienen detrás, estos chavales... Estos sí que lo van a tener claro... Ya ves mi hijo - añade mi padre girándose hacia mí -: estudió Derecho, pero se torció por el camino...
Ya está. La frase clave acaba de ser pronunciada y yo, como un buen chico, sonreiré tímidamente al cliente y asentiré en silencio a los consejos que seguramente me dé durante algunos minutos: que no desespere, que no soy el único, que siga estudiando, que oposite o que, en el peor de los casos, siga con mi padre en el gremio. Y sólo después de este protocolo triste que, de modo parecido, se repite con cada nuevo cliente, yo, muy discretamente, procederé a abrir las maletas y a colocar cuidadosamente las muestras sobre el mostrador para que luego ellos acuerden la venta y enfilar el coche rumbo a otra ciudad, a otra plaza, a cualquier pueblo, aprendiendo de mi padre este oficio que él siempre quiso evitar para mí.
- Mi hijo está peor que tú - dice Ángel mirándome por vez primera a los ojos -. Hizo Magisterio, pero no encontró trabajo. Lo intentó todo, pero no sirvió de nada... Y ahora está cargando cajas en un almacén. Al menos tú estás con tu padre, pero él ni siquiera eso... Ya ves cómo estamos aquí...
- Sí, la verdad es que no puedo quejarme - digo -, la cosa no está como para elegir...
- Ya sabes cómo es esto, Ángel - añade mi padre -, aquí sólo el que tiene padrino se bautiza...
- Ya lo sé, qué me vas a decir... Pero venga, vamos a trabajar, que os estoy haciendo perder tiempo... Necesito poca cosa, además. El invierno fue malo y ha sobrado toda la mercancía... Cuatro pares para surtir y listos.
Mi padre, entonces, se levanta de la silla y dice:
- Venga, hijo, vamos a enseñarle a Ángel las muestras...

Vicente Muñoz Álvarez, de Los que vienen detrás y otros relatos. Prólogo por Hernán Migoya. Ilustraciones de Miguel Ángel Martín (DVD ediciones, 2002. Reedición 2009).
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http://dvdediciones.com/firmas_vmunoz.html

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5 comentarios:

  1. como todos tus relatos, éste también es buenísimo.
    Abrazo

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  2. Este me gustó mucho, como el de la playa, tu padre y tú cuando encontrais el delfín -era un delfín ¿no?. Cuando sacas a tu padre en un relato adquiere el cuento mucho sentimiento

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  3. Tu relato es como un golpe seco contra una realidad sin ambages; la nuestra, la de la gente común. Me encantó el prólogo inicial.
    Besos.

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  4. Siempre es un gustazo leerte, ya sean relatos o poemas, deseando tener ya este nuevo libro, enhorabuena, Vic

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