miércoles, 1 de julio de 2009

MI VIDA EN LA PENUMBRA: POÉTICA DE LA IMAGINACIÓN by Adriana Bañares.




Que los libros, nuestros libros, todos los libros, una vez editados, son independientes y tienen (como un Frankenstein moderno) autonomía y vida propia, ya lo sabemos, pero que den tantas y tan curiosas y extrañas vueltas, no deja de sorprenderme a diario...

Ayer noche recibía de mi amiga Adriana, La Niña de las Naranjas, un mail que comenzaba así:

Hola Vicente!

Para la asignatura
Poética de la imaginación (¿a que suena bien?) tengo que entregar el análisis de un texto a mi elección en la Universidad, y he elegido tu relato Mi vida en la penumbra...


El análisis al que alude Adriana (sobrada siempre de talento y vísceras), es un estudio en profundidad sobre el relato que da título a mi último libro y a este blog, Mi vida en la penumbra (
Eclipsados, 2008), que, desde mi punto de vista, es para quitarse el sombrero...

Uno escribe lo que siente, lo que vive y sueña, lo que sufre, lo que piensa y anhela, y los demás después lo interpretan a su modo y manera...

Y esas interpretaciones pueden ser tan sorprendentes y reveladoras como la de Adriana, que no me resisto ahora a transcribiros completa (es extensa, pero, os lo aseguro, merece la pena).


Este es el relato en cuestión:


La habitación es larga y estrecha, oscura y de paredes altas. Sólo hay una ventana que apenas filtra luz, así que casi siempre está en penumbra. A él le gusta así: reptar entre las sombras sorteando los muñecos de peluche hasta alcanzarme.

Su caja está junto a la puerta, en el extremo opuesto a mi butaca. Una caja oblonga de madera llena de papeles de periódico arrugados.

Cada mañana el guardián abre la puerta, cambia el agua y los papeles, me pone en el brazo una inyección, examina el estado de mis llagas y se va, cerrando con llave de nuevo la puerta al salir.

Así durante todos estos meses.

Enfrente de la caja, al lado izquierdo de la puerta, está el cuerpo de Jose. A él, como a mí, le ataron con correas de cuero al respaldo de un sillón, pero a él no le inyectaron suero y se deshidrató a los pocos días. Su cuerpo empezó a pudrirse entre las cinchas y él sorbió sus fluidos hasta secarle por completo. Deslizaba su lengua sobre su piel muy lentamente, saboreando como en trance su descomposición, y después se me acercaba a rastras y se quedaba observándome durante horas mientras acariciaba lentamente a sus muñecos.

Por las mañanas, después de la inyección, espera frente a la butaca hasta que mi cuerpo expulsa el suero y se precipita sobre mis piernas mojadas, sorbiendo cada gota ávidamente. Después lame extasiado mis heridas, penetrando con su lengua en cada pliegue y evitando así que supure la infección. Las llagas de los tobillos, del estómago y los brazos.

Su cuerpo es blanco y lampiño, extremadamente delgado, y sus ojos de un tono azul muy claro. Se arrastra desnudo sobre las manos y los codos por el cuarto y a veces, sin motivo aparente, se detiene y se queda absorto oliendo el aire, como si percibiera algún aroma extraño en la atmósfera viciada de la habitación.

No tiene genitales. Su tronco termina en una especie de muñón grisáceo, anudado a escasos centímetros del ombligo, de cuyo extremo sobresalen dos tubitos de plástico rosado. Aunque hace siempre sus necesidades en la caja, a cuyo interior accede por una trampilla batiente. Se escucha entonces el chasquido de sus líquidos sobre el papel y una especie de rugido de tripas sibilante.

El guardián apenas le hace caso. Cuando entra en la habitación, él sale de la caja y se acurruca en una esquina, observándole con los brazos cruzados alrededor del pecho.

El guardián, embozado y vestido siempre de negro, cambia los papeles y renueva cuidadosamente el agua. Después me inyecta el suero y comprueba la evolución de las llagas que las cinchas me hacen en la piel. Y a continuación se va, cerrando la puerta de metal con llave al salir. Él, entonces, repta despacio hasta alcanzar mis piernas y espera impaciente que fluya de entre mis muslos su alimento.

El suelo del cuarto está lleno de muñecos de peluche. Los hay de todos los colores y tamaños. A menudo él los recoge y los lame con dulzura. Entorna los ojos y pasa con ellos muchas horas, limpiándoles con su lengua, hasta que se acuerda súbitamente de mí y viene reptando a acariciarme la cara con sus dedos blancos, introduciéndomelos en la boca y el sexo y saboreando en pleno éxtasis mis flujos.

Nada más llegar aquí, el guardián me introdujo unas tijeras curvadas en la boca y me cortó la lengua. Supongo que para evitar los gritos. Aunque tampoco él habla nunca. No sé si porque, como yo, no puede, o porque realmente no desea hacerlo. Los dos somos en parte víctimas, chivos expiatorios, y hacemos lo posible por sobrellevar la situación. Aunque a veces no pueda reprimir la náusea. Sobre todo cuando, después de lustrar la piel de Jose, viene con su aliento acre a entrar en mí. Creo que él no capta eso. O no puede evitarlo. Introduce su lengua agria en mi boca y durante algunos minutos sorbe mi saliva, llenándome por dentro de ese hedor. Cuestión pura de instintos.

Ninguno de los dos sabe qué hacemos aquí y por qué razón prolongan sin sentido aparente nuestras vidas. Y sospecho que el guardián es sólo otro instrumento. Un engranaje más del juego.

Esta habitación es el principio y fin de todo. Y las horas en su penumbra discurren muy despacio.


Y esta es, ni más ni menos, su interpretación & análisis:


Me dispongo a analizar el relato Mi Vida En La Penumbra, de Vicente Muñoz Álvarez, incluido en su libro homónimo (Editorial Eclipsados, 2008), basándome en el esquema de la clasificación de los símbolos de Gilbert Durand y lo estudiado durante el curso en la asignatura Poética de la Imaginación, impartida por Alfonso Martín:

La habitación es larga y estrecha, oscura y de paredes altas. Sólo hay una ventana que apenas filtra luz, así que casi siempre está en penumbra. A él le gusta así: reptar entre las sombras sorteando los muñecos de peluche hasta alcanzarme.

En un primer momento puede parecernos que este fragmento pertenece al régimen diurno, ya que el escenario de la acción se nos presenta de paredes altas, lo cual nos remite a una verticalización ascendente. Pero el hecho de que se trate de una habitación estrecha y en penumbra, nos indica que estamos más cerca del régimen nocturno. A mí personalmente me sugiere acurrucamiento, ya que se trata de una habitación tan estrecha que fácilmente podría asociarse con el seno materno. Aunque el hecho de que esté sumida en la oscuridad (noche) podría situarnos en un descenso.

En cualquier caso, no cabe duda de que hablamos de un texto relacionado con el reflejo digestivo.

El personaje que se presenta reptando, podría calificarse como un símbolo, dentro del régimen diurno y de los rostros del tiempo, catamorfo, pues su continua situación cercana al suelo (tierra) está relacionada con la caída. Es inevitable compararlo con una serpiente, la cual es considerada, como hemos visto durante el curso, un símbolo contradictorio en sí mismo, ya que adquiere multitud de significaciones: es el símbolo triple de la transformación temporal, de la fecundidad y de la perennidad. Es guardián de la perennidad y de la muerte. La serpiente, por vivir bajo tierra (en este sentido nuestro personaje vive arrastrado en ella) oculta el espíritu de los muertos y posee los secretos del tiempo y la muerte.

A mi entender, este personaje inquietante que repta por la habitación y que trae, a su vez, reminiscencias de la infancia (gatea, juguetea con muñecos) tiene un claro significado temporal, y es quien recuerda al protagonista y narrador de esta historia, la finitud de su vida, su bajeza y su desgraciado destino. En este sentido no estaríamos hablando de un símbolo catamorfo, sino de un símbolo cíclico (dominante sexual), dentro del régimen nocturno. Por otro lado, la caída se relaciona con otros elementos del Régimen Diurno como la rapidez del movimiento o la oscuridad.

Cada mañana, el guardián abre la puerta, cambia el agua y los papeles, me pone en el brazo una inyección, examina el estado de mis llagas y se va, cerrando con llave de nuevo la puerta al salir.

Nos encontramos ante una situación cíclica, lo que nos indica haber pasado a la dominante sexual, dentro del régimen nocturno.

La caja del personaje que repta, como continente que es, es un símbolo de la intimidad (dominante digestiva). La inyección que el guardián pone al protagonista, también podría verse como un símbolo de la dominante digestiva, si lo entendemos como alimento. Es más, el hecho de que los dos personajes que habitan en la habitación sean cuidados por un guardián, da a ésta un sentido de cuna y a la vez de sepulcro, obviamente, y, por tanto, estaríamos hablando de otro símbolo de la identidad dentro de la dominante digestiva.

Por otro lado, la figura del guardián puede tener relación con el guardián del infierno de la cultura grecorromana: Cancerbero, y, por tanto, está directamente relacionado con la muerte. Este símbolo sería pues teriomorfo. Pero esto tendría mayor sentido si consideráramos que los protagonistas de este relato son animales y no personas.

Como hemos visto durante el curso, el simbolismo animal inspira el terror ante el cambio y ante la muerte. El animal como ser que huye pero no puede, así como también puede ser quien devora (guardián). Por tanto vemos que el guardián, asociado a la monstruosidad animal, es un claro símbolo teriomorfo.

No así ocurriría con el protagonista del relato, que más bien sería un símbolo nictomorfo, ya que estos símbolos son aquellos al terror a la oscuridad.

De hecho vemos cómo todo el relato, cuya acción se desarrolla expresamente en la penumbra, causa o pretende causar en el lector una sensación de angustia o depresión (las tinieblas son el espacio de toda agitación, y representan el temor al paso del tiempo).

Enfrente de la caja, al lado izquierdo de la puerta, está el cuerpo de Jose. A él, como a mí le ataron con correas de cuero al respaldo de un sillón, pero a él no le inyectaron suero y se deshidrató a los pocos días. Su cuerpo empezó a pudrirse entre las cinchas y él sorbió sus fluidos hasta secarle por completo. Deslizaba su lengua sobre su piel muy lentamente, saboreando como en trance su descomposición, y después se me acercaba a rastras y se quedaba observándome durante horas mientras acariciaba lentamente sus muñecos.

Ahora se nos presenta a un cuarto personaje, Jose, en forma de cadáver. Éste representa la muerte, pero también la vida, pues sirve de alimento para el personaje que repta. Una vez más este personaje nos trae reminiscencias a la infancia, en esta ocasión, a la etapa lactante: El cadáver como una madre de cuya leche se alimenta el niño. En cualquier caso, hablamos de un alimento, relacionado entonces con el carácter digestivo del Régimen Nocturno.

Por las mañanas, después de la inyección, espera frente a la butaca hasta que mi cuerpo expulsa el suero y se precipita sobre mis piernas mojadas, sorbiendo cada gota ávidamente. Después lame extasiado mis heridas, penetrando con su lengua en cada pliegue y evitando así que supure la infección. Las llagas de los tobillos, del estómago y los brazos.

El comienzo de este fragmento, al situarnos en la mañana, podría sugerirnos símbolos espectaculares (luz, sol…) si no fuera porque desde el comienzo del relato el protagonista nos dice que la habitación en la que se encuentran y de la cual no pueden escapar (tumba, sepulcro… símbolos de la intimidad) está sumida en las tinieblas.

Aquí se repite la idea de alimento del párrafo anterior. Pero aquí vemos dos diferencias significativas: la madre está viva y la acción del niño no se limita a alimentarse, sino a curar las heridas del protagonista.

Pero no hablamos de leche, hablamos de excremento, también un símbolo de la intimidad. Y, aunque el Régimen Diurno lo ve como un símbolo abominable de la caída, el Régimen Nocturno lo valoriza.

Su cuerpo es blanco y lampiño, extremadamente delgado, y sus ojos de un tono azul muy claro. Se arrastra desnudo sobre las manos y los codos por el cuarto y a veces, sin motivo aparente, se detiene y se queda absorto oliendo el aire, como si percibiera algún aroma extraño en la atmósfera viciada de la habitación.

No tiene genitales. Su tronco termina en una especie de muñón grisáceo, anudado a escasos centímetros del ombligo, de cuyo extremo sobresalen dos tubitos de plástico rosado. Aunque hace siempre sus necesidades en la caja, a cuyo interior accede por una trampilla batiente. Se escucha entonces el chasquido de sus líquidos sobre el papel y una especie de rugido de tripas sibilante.

Con esta descripción se nos revela la razón por la cual ese personaje repta. Estamos ante un monstruo, mitad animal (¿u hombre?), mitad máquina. Como ya he mencionado anteriormente, considero que este personaje es un símbolo catamorfo. Ahora, tras esta descripción, vemos que además en su ser están muy vinculados los aspectos digestivo y sexual. El aspecto digestivo, con ese vientre mutilado y la repugnancia extraordinaria que supone su manera de hacer sus necesidades, se ve contrarrestado con la falta de genitales, característica que implica inevitablemente la abstinencia y la castidad y, en el fondo, un sentido de pureza, pues las prácticas de mutilación son prácticas de purificación. Claros ejemplos de esto son los ritos de purificación como la circuncisión y la ablación del clítoris, cuya función es la separación de lo masculino y lo femenino.

El guardián apenas le hace caso. Cuando entra en la habitación, él sale de la caja y se acurruca en una esquina, observándole con los brazos cruzados alrededor del pecho.

El guardián, embozado y vestido siempre de negro, cambia los papeles y renueva cuidadosamente el agua. Después me inyecta el suero y comprueba la evolución de las llagas que las cinchas me hacen en la piel. Y a continuación se va, cerrando la puerta de metal con llave al salir. Él, entonces, repta despacio hasta alcanzar mis piernas y espera impaciente que fluya de entre mis muslos su alimento.

Una vez más se repite la historia, como cada día en la habitación de la penumbra, dotando al relato, con este claro carácter cíclico, de una Dominante Sexual (Régimen Copulativo).

Ahora sabemos algo más del guardián: viste de negro. Este color siempre se ha valorado de forma negativa: El diablo, por ejemplo, casi siempre es representado de negro, u oculta alguna negrura. La negrura, junto a las tinieblas y la oscuridad, se asocian a los símbolos nictomorfos de los rostros del tiempo (régimen diurno), así como el agua sucia, que el guardián se encarga de cambiar en un acto de purificación.

Es, por otro lado, la segunda vez que se nos presenta el personaje mutilado como expectante, observando fijamente. La mirada y el ojo, por ser éste el órgano capacitado para apreciar la luz, están relacionados con el sol y la luz y, por extensión, a los símbolos espectaculares (el cetro y la espada, dentro del régimen diurno), pero este relato y la acción que relata están muy lejos de la luz. Aunque sí es cierto que el sentido de la visión sirve para determinar la posición en el espacio y el equilibrio, y eso sí que parece estar relacionado con el personaje mutilado, que sabe muy bien cuál es su sitio dentro de la habitación y tiene autonomía para moverse por ella (al contrario del protagonista, que se encuentra atado a una silla) e incluso para observar de una manera casi desafiante (con los brazos cruzados) al guardián.

Vuelve el carácter cíclico de la digestión: al protagonista se le alimenta con suero y de su orina se ha de alimentar el otro personaje. De hecho en este pasaje vemos cómo a la orina del protagonista se la considera directamente el alimento del otro personaje.

El suelo del cuarto está lleno de muñecos de peluche. Los hay de todos los colores y tamaños. A menudo él los recoge y los lame con dulzura. Entorna los ojos y pasa con ellos muchas horas, limpiándoles con su lengua, hasta que se acuerda súbitamente de mí y viene reptando a acariciarme la cara con sus dedos blancos, introduciéndolos en la boca y el sexo y saboreando en pleno éxtasis mis flujos.

Personalmente, este pasaje me sugiere un símil con respecto a la vida y el paso de la infancia a la edad adulta. Como ya hiciera anteriormente, el personaje que repta, con su relación infantil con los peluches, su forma de alimentarse (depende directamente de otro, como el niño de la madre) y su curiosidad y avidez de observarlo todo, a parte de su descaro infantil, tiene grandes semejanzas con la idea de cría o niño. En este pasaje vemos cómo pasa del juego al interés sexual. Este despertar nace del personaje como si se tratara de un acto creativo al cual ha llegado a través del paso del tiempo (aunque se trate de una forma metafórica). Pero aquí la sexualidad no es cosa de dos, sino de uno sólo, y además se trata de un acto de experimentación o de observación: de descubrimiento, más que de placer. Es un acto, por otro lado, cíclico, ya que según lo relata el protagonista, es algo que ocurre siempre y de la misma manera.

Nada más llegar aquí, el guardián me introdujo unas tijeras curvadas en la boca y me cortó la lengua. Supongo que para evitar los gritos. Aunque tampoco él habla nunca. No sé si porque, como yo, no puede, o porque realmente no desea hacerlo. Los dos somos en parte víctimas, chivos expiatorios, y hacemos lo posible por sobrellevar la situación. Aunque a veces no pueda reprimir la náusea. Sobre todo cuando, después de lustrar la piel de Jose, viene con su aliento acre a entrar en mí. Creo que él no capta eso. O no puede evitarlo. Introduce su lengua agria en mi boca y durante algunos minutos sorbe mi saliva, llenándome por dentro de ese hedor. Cuestión pura de instintos.

La palabra, entendida como la facultad del habla, propia del ser humano, en los evangelios se relaciona con la luz, y también con la Omnipotencia. El lenguaje, por ser lo que diferencia al hombre del resto de los animales, es visto como un medio mágico o de poder. De modo que, viendo la palabra como arma, hablamos de un símbolo espectacular. Al protagonista de este relato se le despoja de esta capacidad (y por lo tanto, de este arma) mediante una ablación, que, como he mencionado anteriormente, se trataría de una técnica de purificación (símbolo diairético).

El otro personaje, aunque no carece de lengua, tampoco habla (no sabemos si porque no puede o porque no quiere), lo que nos lleva a deducir que la habitación está siempre en silencio. Este personaje sólo utiliza la lengua con el fin de alimentarse (y de limpiar a sus muñecos), y lo hace siempre de lo único que tiene: sus compañeros de celda. En este caso, de la saliva del protagonista. Pero su comportamiento tiene un trasfondo libidinoso también. Una pulsión que el protagonista repudia, aunque no pueda hacer nada por evitarla. Este tipo de energía libidinal es propia del Régimen Diurno.

El hecho además de que repte y no mastique, sino que sólo lame, lo sitúa cerca de la idea de serpiente, como el animal que devora sin masticar.

Ninguno de los dos sabe qué hacemos aquí y por qué razón prolongan sin sentido aparente nuestras vidas. Y sospecho que el guardián es sólo otro instrumento. Un engranaje más del juego.

Esta habitación es el principio y fin de todo. Y las horas en su penumbra discurren muy despacio.

En definitiva nos encontramos ante un relato de encajonamiento temporal, pero también espacial. Se trata de una habitación que hace las veces de tumba, y dentro de la cual se repiten una y otra vez los mismos patrones de comportamiento en los diferentes personajes. Es un símil de la vida, de la carencia de libertad, de la impotencia y de la espera desesperada del fin de una vida que ya no sirve para nada.


Adriana Bañares, Awixumayita, sobre un relato de Vicente Muñoz Álvarez.

Fotomontajes de Awi & Vic by Vara.
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Lo dicho, Awi:
para quitarse
el sombrero.
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Thanks & Kisses
v

2 comentarios:

  1. ufff, vaya nivel...
    la vida es maravillosa últimamente.
    Besos a los dos, venga
    Vara

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  2. Felicidades Vicente por tu relato. Nunca lo había leído y me ha parecido espectacular, y más cuando va seguido del increíble trabajo de Adriana (espero que te pongan un diez). Saludos.

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