Vicente Muñoz Álvarez es un poeta, narrador y editor leonés. Sus libros son imprescindibles para entender la literatura de este país en estos últimos treinta años. Ha escrito libros de poemas, narrativa, ensayos… Son memorables sus libros sobre películas de culto que nos han permitido a unos cuantos aprovecharnos de su sabiduría cinéfila, que no conoce límites, y descubrir joyas y rarezas cinematográficas a las que de otra manera no habríamos llegado. Ha coordinado antologías sobre escritores tan dispares como Bukowski, Louis Ferdinand Céline o la gente de la Beat Generation. Es cofundador en 1996 de Vinalia Trippers junto a Silvia D. Chica y Xen Rabanal, un fanzine desde y para los márgenes. Y ya en el mundo pavoroso de lo digital, creó Hankover. Si escribes y por lo que sea Vicente te incluye entre esos elegidos o elegidas que pueblan los huecos pixelados de Hankover, te puedes dar por muy satisfecho.
La primera vez que llegué a Vicente fue a través de “Canciones de la gran deriva” y quedé deslumbrado por ese ejercicio preciso y a la vez instintivo de desnudarse sin rubor y contarnos su verdad y, al mismo tiempo, esa costumbre incómoda que le ha acompañado todos estos años de cuestionarse las cosas. Se me quedó grabado a fuego un verso de esa época “impedir que la poesía se convierta en algo inútil”. La poesía de Vicente es de una honestidad salvaje. Y en mi humilde opinión, eso es de lo mejor que pueden decir de tu trabajo. No hay impostura, te estás dejando la vida en algo en lo que crees. Así sentí sus poemas desde el principio y luego, cuando lo conocí personalmente, lo corroboré. Él te cuenta lo que siente de una manera absolutamente personal, su voz y la de nadie más.
Vicente abre un camino a través de la poesía española de estas últimas décadas que permanecía oculto. Por ese sendero nadie había transitado antes, él y otra gente como David González nos dejaron un rastro hermoso y salvaje para no perdernos en el laberinto a veces apasionante, a veces burocrático, de la poesía que se escribía en esos momentos en nuestro país. Ellos marcaron con rótulos de neón los márgenes de una nueva concepción de lo poético que estaba por eclosionar. A él, entre otros y otras, le debemos esa puerta invisible en el muro que presumiblemente conducía a ninguna parte.
Otro aspecto que quiero destacar de su escritura a lo largo de estos 26 años, por ceñirnos a la antología que venimos a presentar, es que sus obsesiones, sus miedos, sus frustraciones, pero también sus ENSOÑACIONES e iluminaciones, han ido perdurando a lo largo de todos estos libros de poemas, y eso a mí me parece una característica esencial de los grandísimos escritores. Todos sus libros se parecen y a la vez no. En todos subyace su impronta, como le pasa a los libros de Roberto Bolaño, Vila - Matas o Clarice Linspector. Hay una coherencia y un hilo rojo finísimo que une toda la obra de Vicente y ese es el sello de identidad de un escritor con mayúsculas. Entre los miles de poemas que se publican cada año en este país, entre toda esa maraña de palabras, si encuentras uno de Vicente, reconoces su latido.
Vicente es el poeta de la dicotomía. Días de ruta es una road movie metafísica y poética. Es una peli de Win Wenders contada por un escritor iconoclasta, un anarquista tranquilo distinto a los demás, que no escatima en combustible para la combustión espontánea de sus lectores. Su “hombre cuerdo” vendiendo zapatos entre la desesperación y la melancolía y Babilonia siempre ardiendo. Y por otro lado, el poeta que se deja la piel por llegar al centro del laberinto, a la médula caliente de la poesía donde está la sustancia última de las cosas. ¿Cómo hubiera sido tu poesía si ese hombre cuerdo hubiera perdido definitivamente la batalla con el poeta? 
A estas alturas, lo que está claro es que este Vicente que conocemos se nos ha hecho imprescindible. Sus palabras y los vacíos que las sostienen son ya un poco también las nuestras.
Hacedme caso, devorad esta antología porque os va a llevar muy lejos. 
La manera de concluir un libro es fundamental. Hace unos días, leí En las alturas, de Thomas Berhard, que terminaba con unas frases que te helaban la sangre : “mi perro sabe que le voy a matar, pero no lo sabe nadie más: nadie tendrá mi perro”. Pues resulta que Hombre de mimbre termina con unos versos que resumen el viaje de estos últimos 26 años y que se te quedan clavados muy adentro.
Roberto R. Antúnez, 
presentando Hombre de Mimbre 
en Máxtor - La Sombra de Caín, de Valladolid
Foto de Loida Ruiz

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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