lunes, 13 de octubre de 2025

HOMBRE DE MIMBRE en EL IMPARCIAL por JAVIER MATEO HIDALGO




HOMBRE DE MIMBRE DE VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ:
ARDER DESDE EL CORAZÓN

Por Javier Mateo Hidalgo

El Imparcial, viernes 03 de octubre de 2025

Hay autores cuyo universo zarandea al lector, dejándole una marca indeleble. Uno de ellos es, por su fuerte personalidad, Vicente Muñoz Álvarez (León, 1966). Definir su vena lírica no resulta sencillo —como sucede con los buenos escritores—, pero lo intentaremos. Tiene su poética un componente claro de “existencialismo”, “pesimismo” o “lúgubre forma de ser” —como dirá en su poema La misma sensación de otras partidas—, además de una clara presencia del realismo sucio empleado por Charles Bukowski o Raymond Carver. También posee tintes góticos de un film de terror de Corman o Fisher, incluso de cualquier título más reciente —y digno de figurar en listas que al autor tanto le gusta elaborar, como cinéfilo de pro que es—. Su poética es descriptiva por narrativa, evocadora de atmósferas reales y pesadillescas, enumerativa y, en ocasiones, carente de signos de puntuación —duplicando la acción de lo narrado—. También tiende al autoconocimiento a través de la enumeración, generando un dinamismo en su lírica que impacta al lector. En ese universo único pueden surgir, como parte de la inspiración, personajes misteriosos como el fantasma de ojos en los dedos, el Rey Mono, o aquellos denominados con letras —al modo de Kafka—, como Uve tragalluvia o los acróbatas Ese y Uve. Como colofón, domina la crítica hacia la sociedad actual —desde la política al ámbito literario— y el constante cuestionamiento al “yo”, pujando por liberarse de toda limitación propia para ser capaz de pilotar la propia nave, palpitando con un corazón romántico.

Recientemente, la editorial Páramo ha publicado una antología de su poesía —la segunda después de Gas: antología poética personal 1999-2016 (Lupercalia, 2016)—, contenida en ocho libros de poemas más uno inédito que da nombre al volumen. La denominación escogida, Hombre de mimbre, será bien llamativa tanto para cinéfilos como para profanos en materia fílmica. El largometraje de culto de Robin Hardy (1973), cuyo título se emplea para nombrar este compendio de poemarios —y que el autor escogió para su lista fílmica en el libro Películas que erizan la piel (Underdog Ventures, 2024)—, tiene mucho de simbólico a la hora de conocer la figura de Muñoz Álvarez. En la nota preliminar a la obra, éste lo considera “una metáfora perfecta de mi propio corazón y personalidad, siempre ardiendo por dentro, y de mi forma de entender la poesía, como sacrificio y catarsis, don y maldición al mismo tiempo”. Bien lo sabemos quienes nos dedicamos entre otras cosas al arte poética. El autor justifica la selección de poemas aludiendo a un criterio donde han tenido “exclusivamente” la palabra el “instinto poético” y “la perspectiva” obtenida tras “las muchas lecturas públicas”. Todo ello ha ido orientando al poeta en su proceso de criba, alentando esa forma de arder desde el corazón.

A cada poemario precede una cita orientativa sobre su espíritu. Se inicia la antología con el libro Canciones de la gran deriva (Ateneo Obrero de Gijón 1999 - Origami 2012), álbum de razones que llevan a comprender el presente del poeta. El primer poema escogido —cuyo título, Olvidar las oscuras golondrinas, recuerda el poema más recordado de Bécquer— es una suerte de canto por la recuperación de la poesía honesta, aferrada al día a día evitando su vuelo idealista: “llamar a las cosas por su nombre / y dirigirse al pueblo // impedir que la poesía / se convierta en algo inútil”. Ausente de comas y prácticamente de puntos, finaliza así: “cargarla de pólvora / y apuntar certero al blanco // evitar que te alcance / la explosión”. Esta visión sin contemplaciones formará parte de la esencia poética del autor, como veremos. Crónicas de fin de siglo alude al segundo milenio que se avecinaba y que provocaba cierto temor, como sucedió con la llegada del primero en el medievo. Hay una atmósfera apocalíptica en el texto: “cuando tu única aspiración era soportar la vida / y al salir te veías reflejado / en los ojos cansados de los transeúntes” […] // El mundo era un retrete / donde la gente vomitaba sus desgracias / y los niños envejecían en sus casas / con la resignación de los vencidos”. En el puerto las previas golondrinas son sustituidas por gaviotas en un paisaje que también busca alejarse de lo romántico superficial para tornarse inquietante, a imagen de The Birds de Alfred Hitchcock (1963): “Tal vez debería decir / que todo esto es precioso / o que nada es tan malo / al fin y al cabo. // Pero eso no me iba a llevar a ningún sitio. // Y las gaviotas vuelan en círculos / extraños a mi alrededor”. Jugando a estar enfermo muestra un paisaje desolador en torno a un poeta abatido que, como reza el título, juega a estar enfermo a pesar de que debería reírse ante el contexto que le rodea, como forma de exorcizar todo mal augurio. Por el sistema habla de ese mundo artificioso por falsamente positivo al que se aferra la humanidad, empeñándose en perpetuarlo, mientras el poeta busca acabar con él a través de la sus palabras: “escribir poemas como este / es hacer terrorismo de estado”. La misma idea sobrevuela en Horizontes lisos —juego probable con los westerns Horizontes lejanos u Horizontes de grandeza—, donde precisamente se contrarresta la luminosidad de ese mundo transmitido por Hollywood con el otro real y desesperanzador que trata de ser maquillado por el sistema: “la vida adulterada / que nos quieren vender”. El hogar de un perdedor describe un lugar marginal, abandonado o en ruinas en el que habita un “desheredado” y donde luce un graffiti que paradójicamente dice: Jesús es el camino. Uno de tantos remite a otro tipo de individuo que no vive en la indigencia pero cuya vida se encuentra igualmente detenida, atrasada de forma antinatural por el signo de los tiempos: “Vivir a costa de padres / que las pasan putas / para llegar a fin de mes. […] // Tener entre 25 y 30 años / y justificar tu edad / preparando oposiciones. […] Pensar: / ya vendrán mejores tiempos”. Tedio se refiere a una edad en que parece que no va a suceder nada más, donde no existen expectativas: “Mis pies están ahí quietos, / en la oscuridad, / como setas pálidas / pudriéndose en la bruma. […] // Dicen que las flores / tienen sentimientos, / pero yo las veo / marchitarse en el jarrón. […] // De regreso a mi cuarto pienso / que lo peor de crecer / es no poder contar más años / con los dedos”. Las falsas esperanzas forjadas en la niñez se dan de bruces cuando se cumplen treinta años “y no pasan más cosas, casi todo sigue igual […] // y ese sentirse desplazado / antes de tiempo sin haber logrado nada”, en Alquiler de la memoria. Las salamandras tiene algo de cuento de terror gótico o de realismo mágico, cuando los citados reptiles abandonan la fotografía que contempla el poeta dejándola vacía para poblar misteriosamente el mundo que el narrador habita: “y las salamandras negras y amarillas / se perdieron con sus torpes pasos lentos / en la ominosa serenidad del cuarto oscuro”. Del otro lado acrecienta la sensación de relato terrorífico, más cinematográfico en este caso, relatando cómo el poeta y su pareja de juventud hacían el amor en el interior de un coche situado en un descampado durante la noche, cuando descubren a “un hombre encapuchado / con la cara pegada al cristal”. Así busco refugio en las tormentas enuncia con su título a una serie de prototipos de personajes abandonados a su suerte con los que el poeta se identifica, intentando encontrar un hogar en la furiosa intemperie. Terapia del camino invita al poeta a depurarse siendo “uno mismo por un tiempo / y vaciarse sin conflicto el alma / para poder reanudar luego otra vez / el arte pasivo de la ensoñación”. Imaginé que la muerte sería así relata un episodio de la infancia del poeta donde, después de pescar unos peces, es invitado por la madre a prepararlos en la cocina limpiándolos y destripándolos mientras aún parecen estar vivos. Supondrá un principio traumático en su vida: “Yo tendría unos diez años e imaginé que la muerte sería así: / un vaciamiento, una especie de vida artificial. / Me vi abierto en canal. Parpadeando / con las vísceras flotando en un bidé. // Y me sentí por primera vez desdichado”. Ciertas fobias supone una angustiosa enumeración carente de puntos y comas de todo lo que genera inquietud al poeta. Algo así ocurre con la escena sencilla de Prácticas de la impaciencia, donde de una escena sencilla se hace, acumulando situaciones, algo perturbador. Un listado similar al de las fobias se ofrece en Última carta, donde se cuentan las características que se esperan del ser humano añadiendo una sorpresa: “guarda siempre / la última carta del juego / en tu interior: // tarde o temprano / la tendrás que usar”. Decadencia manifiesta la envidia de no poseer las “mentes simples” de los patos, como si se llegase a esa conclusión tras una parte de la vida en la que se ha sufrido la complejidad del mundo y de uno mismo. Perro de la lluvia cambia a los patos por los canes: “Quién fuera perro // para no sentirse hombre / y olvidarlo todo”. Crazy Love representa un poema bien prosaico, casi un desahogo a través de la escritura vomitado tras un conflicto de pareja. Algo parecido vemos en Hotel de Moura, donde las relaciones entre personas amadas pueden derivar en situaciones de incomunicación y angustia. Los bajíos se nos ofrece como pesadilla o escena cinematográfica onírica y desasosegante con un escenario —el mar— y un momento —la noche— que en teoría deberían ser relajantes. Visión de otoño y sueño se presenta también como una escena sugerente y plástica, plena de misterio. Máscaras juega con la verdadera identidad humana, que es incluso más enigmática que aquellas otras con las que se disfraza. Construir casas de día para derribarlas al ponerse el sol contiene en una nueva retahíla autobiográfica aquellos elementos que hacen ir al poeta a contracorriente. La misma sensación de otras partidas lleva a cabo una equiparación simbólica entre la luminosidad que conlleva un viaje —la ilusión sobre lo que vendrá y todavía no se conoce— y los momentos de la vida menos tenebrosos o esperanzadores. Esa idea de periplo que puede ser experiencial y vital lo retoma En el camino, donde el poeta se imagina dentro de la obra inmortal de Jack Kerouac y definidora de la generación beat. Razón de lucha pone el foco en el ser amado, que supone una de las más importantes razones por las que dar luz a la vida. Magia del cielo y las palabras refiere a otras cuestiones que dan sentido a la existencia e inspiran al lenguaje. También Cae la nieve y la luna brilla en algún sitio. La zozobra retorna con “la vaciedad del fin del día” en Jornada y las dificultades cotidianas en Zona: “Qué fácil / desfallecer / arrojar la toalla / elegir mal el camino / qué pequeños somos / cuánto nos exigen”. La lucha del ánimo por no decaer está presente en Réquiem para los vencidos: “Mejor morir luchando / que vivir siempre perdiendo”. En ocasiones —como comprobamos en Donde empieza el propio camino— resulta óptimo no rebelarse contra la dureza de las cosas, “dejando / fluir el tiempo / mansamente” en el interior. Los errores resultan inevitables y con ellos se aprende, como en otra guerra más perdida.

El segundo poemario antologizado es Privado (Baile del sol, 2005), un canto a la defensa de uno mismo contra las inclemencias externas. Su primer poema refiere a cómo el autor fue considerado desde la infancia una Oveja negra, lo que conllevaría su posterior insumisión. De la escuela y sus humillaciones habla igualmente Orejas de burro, siendo en este caso otra persona la avergonzada: “Aquellas vejatorias orejas, / símbolo de salud mental / de un pueblo”. La descarga rememora otro momento duro de la infancia, aquel en el que el poeta sufrió un ataque eléctrico estando de vacaciones con sus padres: “He estado a punto de morir luego otras veces, / pero no recuerdo algo tan terrible / como aquella descarga eléctrica entre mis manos / y los tristes y ominosos tonos sepia sobre el mar”. La juventud como “edad de las grandes promesas” surge en El tiempo expropiado. Desde el presente se recuerda el pasado para contemplar “tantas vidas dentro abrasándonos, / quemándonos de impaciencia y duda frente al horizonte inmenso / de nuestra pluralidad”. Así también en Caminos que al final nunca tomamos. En Deriva se nos dice: “El viaje, no obstante, aún continúa, / y pese a todo, afortunadamente, / sigo sin conocer el final”. En el parque remite a esos instantes benignos donde se permanece “absorto de todo” y perdido de uno mismo: “Uno de esos días mágicos / en los que sin saber por qué / te olvidas de sufrir / y te entregas incondicionalmente / al presente”. Como en poemas previos, el texto se redacta en el mismo momento en que lo mencionado ocurre, dotándolo de un aura especial. También son “días de luz” los citados en Tregua. Opositando alude al monótono proceso de estudio para un futuro laboral público con el fin de mentar “los días / que se alargan tristemente, / la estación del tedio y del vacío”. De nuevo, la lucha contra uno mismo —nuestro interior como maquinaria compleja y frágil— más allá del mundo exterior en Equilibrio. Subway realiza un paralelismo entre el metro y el mundo que se oculta dentro de nosotros, no siempre luminoso: “Todo en la superficie / aparenta ir bien, / pero algo bulle siempre / impactante en el subsuelo. // Agáchate y escucha: // abre la puerta”. Del mismo modo se trata este tema en La cárcel más oscura del planeta (“el enemigo atroz / que soy yo mismo”). Días oscuros sigue en esa línea. Junto a esos días perdidos, Las horas cobradas. Dentro de ellas, hay mucho de salvación en la escritura, como en Poesía. Y de dentro afuera, también se cuestiona el aparente universo exterior en Mundo feliz. Hay una frontera “infranqueable” entre el individuo y el mundo (Límites). Diferencias muestra lo problemático que resulta mostrarnos al mundo como somos, renunciando a sus convenciones. Del mismo modo, el poeta pregunta “qué nos queda” aparte de todas las superficialidades del mundo, en Márgenes. Un lenguaje que remueva ese mundo que parece ir contra la naturaleza del individuo resulta necesario en Más que palabras o El tiempo de los asesinos. Contra un mundo lleno de ruidos que impiden la necesidad del silencio se rebela el escritor en Vecinos. Para Todos tenemos miedo el narrador se enfunda en su trabajo oficial como comerciante de zapatos, mostrando el absurdo de un oficio al que preferiría no dedicarse. Sin embargo, busca llegar a la meta como tantos otros Náufragos (“Cuántos / antes que yo / lo han intentado // cuántos / perdieron el norte / en el camino”) en un océano que puede ser externo e interno, como en Mar interior. En Autoconservación se afirma que, a pesar de los pesares, “la vida está llena de causas / por las que luchar”. Aunque ese existir se asemeje a un edificio arruinado (Grietas) por el Tiempo. El poeta nos dice que esa lucha consiste precisamente en haber salvado “nuestro amor” (Estación del frío). Defender el cuerpo como “exclusivo templo” o “rincón de luz” (Privado). Porque “aun en las peores / y más bruscas / oscilaciones / de la rueda // Fortuna / puede girar / a nuestro cielo” (Azul).

Parnaso en llamas (Baile del sol, 2006) supone la eterna aspiración por la felicidad del poeta en un mundo y desde una personalidad proclives a la inquietud. Veda ofrece el paisaje desesperanzador al que se enfrenta el escritor, que todavía busca “el milagro”, “la rosa”, “el amor”, “el misterio”, “la fe”. Tiempo de farsa remarca esa soledad que siente el autor ante la hostilidad que le rodea, como “asomado al fin de algo”, esperando un cambio vital. El inconformismo ante una vida que se espera mejor y que no es sino “una toma falsa” (El color de la mentira), erosionándose mientras se aprende a “esperar” (Las horas vacías). La “esperanza de ver brillar el sol” como la “extraña historia de nuestras pequeñas vidas” (Donde se oculta el sol). Siempre se busca lo que no se tiene como forma de evolución; así, en Misterio de las estaciones, durante cada ciclo se espera lo que traerá el siguiente. Con Lo de siempre se afirma: “lo tengo todo / y no soy nada”; o: “cierras y abres puertas / pero lo que buscas / está siempre al otro lado”; se describe entonces a la poesía de este modo: “es el alambique / donde destilo mis desgracias”. En Eclipse se ruega, mediante una oración profana a un poeta enterrado en Montparnasse, algún tipo de ayuda para el espíritu. Tal vez se solicite ayuda para un “lobo herido” que “se arrastra / hacia la tumba fría” del corazón (Caza). El interior se convierte así en un paisaje tenebroso: “Amanece / se oyen voces // de las ruinas / de mi corazón // huyen los cuervos” (Presa). Rebaño alude a la política, dentro de la cual no existe distinción cuando lo que se pretende es “llevarnos por el mismo camino”. Escribir disentir volar refiere a las tres cosas mencionadas como forma de “autodefensa”. Tanto por nada hace inútil cualquier esfuerzo por rebelarse contra lo injusto. Erosión muestra de nuevo al tiempo como escultor enemigo del propio cuerpo. Stop supone un manifiesto contra las acciones que pervierten la pureza de las cosas. Los que nos velan refiere a esas “contadas ocasiones” en que “nos llega extrañamente / del cielo una iluminación” y emborracha nuestro interior “de vida y fuerza”. Los muertos reflexiona sobre la dureza de la pérdida del ser querido, del abandono de su cuerpo tras fallecer y su permanencia en la mente de los demás. Después de tantos años rememora a los Panero desde el segundo film que se les dedicó: “con ojos cansados de niños / que no quieren dormir / […] jugar a ser maldito / es tan hermoso y arriesgado”. Opositando recupera el tema del estudio que acalla “los instintos”, “persiguiendo un fin lejano / llamado sin fe prosperidad, con el “autoestima por los suelos” y un “game over a los sueños”. El rancio aroma de la burguesía propone un título alternativo al film de Buñuel para hablar de un mal actual: cómo las grandes superficies matan a la tradicional empresa: “el pequeño comerciante / en Babilonia / es una especie a extinguir”. Del lugar donde nacen las tormentas nace la pregunta que el autor se hace sobre por qué escribe siempre inspirado por situaciones límite. Arte de la ensoñación añora “vivir como solo quien sabe ser libre puede hacerlo / […] embriagado hasta lo más profundo por la vida”.

Animales perdidos (Baile del sol, 2011) va dedicado al sentimiento de desamparo que desde el autor a otros personajes recorre sus textos. El primer poema lleva por título el del poemario, creando una equivalencia simbólica entre su situación de indefensión y la de aquellos animales abandonados a los que una vecina adoptaba. Estigma enumera todos aquellos elementos que desazonan al escritor y lo empujan a su labor. Day is done está dedicado al cantautor británico Nick Drake, cuyo arte conmueve al poeta en días difíciles —sintiendo afines sus formas de ver el mundo—. Terminal sur recuerda un episodio protagonizado por una mujer a la que el escritor conoció en una cola de autobús y la cual le contó su “tremenda y triste” historia de “soledad”. Perros demuestra cómo “los seres del mundo” que más quiere el poeta —“salvo algunos de dos patas”— también “traicionan engañan / muerden matan”, por lo que conviene “darles la espalda”. Gun crazy remite al hombre joven que el poeta fue y que se hizo adulto rompiendo su idealismo, pero sin renunciar a su lucha contra lo que considera injusto. Sujeto de experimentación nos trae nuevamente esa pesadillesca happy Babilonia a la que pertenecemos, mientras que en Cola para genicidio nos muestra yendo “como ovejas / para el matadero”. También se nos define como zombies en 2012 vida en la tierra: “todos estamos muertos / en la tierra que habito / la decadencia el fin de raza”. La temática e inspiración de los textos líricos en los lugares más crueles y marginales resurge en Poemas: “están ahí / y a veces / en los peores naufragios / pueden salvar nuestras vidas”. El poeta reaparece en soledad tras el desamor acompañado de su perro y pujando por sobrevivir: “Recuerdo ahora / unas palabras del Cónsul / en Bajo el volcán: / No se puede vivir sin amar. / Y unos versos / de Pablo Casares: / Tantas formas / hay de vivir / como de morir. / Pero solo una / de sobrevivir: / resistiendo. / Justamente en ello estamos”. Hay poemas dedicados a otros escritores —Raúl Núñez, Thomas Bernhard, Philip K. Dick o William S. Burroughs— hacia los que el poeta siente afinidad y agradecimiento por lo que le han brindado. También la lectura puede ser “hoguera de las vanidades”, por ello el autor prefiere “la trinchera” (Dominio). Otros poemas poseen títulos cinematográficos, como Días sin huella —refiriendo a las jornadas laborales delebles por su carácter anodino— o Tierra sin pan —donde se muestra la desolación de sus clientes como reflejo del país—. Pero no todo es amargo, sino que también hay Rosas y espinas “dentro del mismo corazón”. Surge entonces y hasta el final del poemario el rostro amable de la vida, incluyendo el hermoso poema final (Perros perdidos) dedicado a una pareja de canes vagabundos, “paradigma y símbolo de libertad”. Un falso Happy End en definitiva, como un flashback que nos deja buen sabor de boca.

Días de ruta (Lupercalia, 2014) supone un ajuste de cuentas con la poesía como reflejo de la vida misma, un constante repensar entre la utópica vida ideal y la desesperanzadora vida real. Mar adentro representa todo aquello que solo el poeta siente y que, debido a su carácter genuino, se ve en la obligación de dar a conocer mediante la escritura. Arde Babilonia regresa a determinados temas como el mundo capitalista y el oficio de comercial del poeta aunándolos en el primero de los poemas en prosa del libro. En Castas, el poeta se siente más cercano a los “pobres” que a los “ricos” que observa pasar por la calle mientras espera a un cliente. Selva resume la vida a tener la “fuerza” para “soportar los golpes” y aguantar: “si la tienes […] // tal vez logres ganar // si no // tenlo claro // perderás la partida // son las reglas del juego”. Fin de estación y Saga remite a las tres generaciones en la familia del autor que se han dedicado a vender zapatos y él, último eslabón de la cadena y único escritor, se debate entre lo que quiere y lo que debe hacer. Se pregunta en Connection “dónde la batería / la conexión el enchufe // para recargar de nuevo las pilas” para “volver / a tener fe” durante “los días de ruta”. Como si fueran un Frente bélico, a lo largo de ellos siempre se repite la misma sensación de “nostalgia” y las “toneladas aplastantes / de soledad” (Lone Star). Biorritmos, Futilidad o Gristeza refieren a los cambiantes estados de ánimo y a la lucha contra la mente cuando ésta solo es capaz de fabricar pensamientos negativos. Únicamente existe un consuelo para el autor: “esta poesía” (Melancolía) y “el amor”, que es “más fuerte” que todo eso (Contracorriente) —aunque en ocasiones no funcione filtrar la realidad por el Tamiz lírico y a pesar de que los poetas, por su condición, sean marginados y Malditos—. Cada viaje es metáfora en Travesía, donde de cada uno solo importa “la meta / llegar / sin desplomarte / al fondo de ti”. La vida como algo “inconsistente”, “efímero pasajero” (Gas) y como recuento o ”suma de cuentas” (La sed). Terminar ciclos como finalizar libros donde se extrae lo peor y mejor de uno mismo (Catarsis). En Perdidos se habla de la sociedad extraviada de distintas maneras, siempre “buscando el camino / equivocado”. En Arden las pérdidas, el poeta se pregunta “qué nos queda / llegados a este punto / salvo la revolución”. Otredad reflexiona sobre la propia identidad bajo la máscara de viajante: “yo es otro // pienso // pero ese otro / tampoco soy yo”. Quitársela tras cada jornada supone recobrarla en This is the end. La vida está llena de “metas” (“lo que te gustaría ser”) y “Fronteras” (“lo que eres”).

Travesía (Chamán Ediciones, 2018) ofrece una reflexión en torno al itinerario vital como deriva marítima: sus Turbulencias —elementos que la hacen trepidante—, el Lastre que impide avanzar y al que hay que “pegarle fuego”, lo que hay que cribar y lo que se queda porque pesa y acaba en en el fondo; la sensación también de sentirse desnortado (Sin rumbo) y la percepción por contra de clarividencia al juntar las piezas del Puzle vital; las cicatrices experienciales, la búsqueda de otro tiempo a través de la ensoñación para recuperar la fe (De las pérdidas). Existe por tanto una dificultad para afrontar el futuro sin mirar nostálgicamente al pasado (Del frente). Como en un viaje en barco, debe hablarse siempre Del norte para no perderlo. Todo se agita dentro de la mente, como si la habitara una Larva que se retuerce. También están las cosas que hacen al individuo estremecerse y sentirse vivo (Del opio) y que discurren en un tiempo imposible de ser regulado (Del tiempo), lleno de cosas dulces y extrañas (Esperando a Godot). Si cuesta comprenderse a uno mismo sucederá igual con los demás (De Marte), aunque siempre hay personas como Faros en las tinieblas. La escritura puede ser Don o maldición, “las dos caras de la misma moneda”: las dudas surgen en su proceso (Corrección) y son muchos los colegas de generación cuya escritura ha quedado entre tinieblas (Don’t try). Hay un tema esencial siempre repetido en esta poética: la existencia y su deriva, la muerte siendo el “gato” y nosotros el “ratón” (Del vértigo). El pensamiento circular y obsesivo sobre lo que vale y no la pena en la vida (Grado 33). El autor se pregunta por los caminos no tomados —Sopla las velas (cumpleañeras o marineras por su doble sentido)—, sobre qué camino elegir ahora (Santuario), por lo que se le ha perdido en el mar (Sed de marea). Escribir desde el “camarote”, como el Capitán Nemo: “los libros como brújula, el cine como timón y la escritura como salvavidas”. Ello permite mantener la luz interior ante la oscuridad exterior (Peces abisales). En este cuaderno de bitácora vuelven a aparecer los poemas en prosa, abundando como en un diario vital.

Haga lo que haga en la Tierra (Canalla Ediciones, 2022) remite a todo lo que escapa al individuo, sin importar sus decisiones. Génesis busca el origen y futuro del ser humano, animando la voz del poeta a encarnar a nuestros “muertos”. Infancia representa las cosas inciertas que los adultos nos transmitieron en la infancia y aquello en lo que creímos, que debe ser derribado para construir o progresar. En ocasiones cuesta rememorar y hallar algo vital que se perdió: “no sé / cómo ni cuándo // ni qué ni dónde / empezar a buscar” (Pérdidas). Iceberg refiere a esa pequeña parte de nuestro corazón que exponemos y a aquella gran restante que ocultamos a los demás. Los tiempos están cambiando y Ciclos tratan el paso del tiempo con las cosas que quedan atrás y la nostalgia que genera. Algo pasa supone un autocuestionamiento sobre el modo crítico en que se analizan las cosas. Reflexiones y formas de percibir que hacen sentir al poeta solo, como Minotauro “perdido” en su “laberinto”. Con Nevermore el poeta se pregunta qué hace que acabe el amor, a lo que el cuervo de Poe le contesta —al igual que en el famoso poema— con la misma palabra del título. Con Branquias el autor expone la cada vez más difícil tarea de sobrevivir en la Tierra, manifestando la necesidad de cambiar de medio y alcanzar mayor dureza: “deseo de ser / tiburón”. La debilidad interna nos hace siempre dudar de nosotros mismos (Le ballon rouge), incluso sobre lo que podamos dar a otros y conservar en nuestro interior como forma de no perder la identidad (Témpano). Más nunca debemos renunciar a lo que somos (Urgencia de ser) e intentar que todo pase “por encima de ti / como si nada / realmente importara” (Oasis). Eliminar “lo superfluo”, “innecesario” o “lo que te dispersa / lo que te aleja de ti” (Travesía): “es corto / y demasiado / hermoso // el viaje // como para no / disfrutar el paseo”. Calavera no llora recuerda el verso de Manrique al hablar de la muerte como lo que inevitablemente espera: “ávida impaciente / calavera // tan callando”. También Reloj de arena refiere al final inevitable y cómo todo lo que hacemos en la vida se reduce a distracciones para evitar pensar en ello. Cielo e infierno son Vías paralelas en un poema que recuerda al famoso de Claudio Rodríguez. En Anábasis es “la vida” un “viaje extraño”, el “cuerpo” su “barco”, la “sangre” el “océano” y uno mismo “la tripulación”. La “poesía, / el arte la filosofía” pueden llegar a ser un lastre en ese viaje (Del hecho de estar vivos), pero también sirven de desahogo volcándolos sobre el papel (Deriva). Acciones y escritura reescribiéndose como en un Palimsesto. También hay espacio en los títulos de este poemario —como en otros previos— para el séptimo arte; por ejemplo en Easy Rider, donde uno mismo decide la ruta para llegar a ser lo que se es o lo que podría haber sido. Lobos y corderos reflexiona sobre la famosa frase latina popularizada por Hobbes: “por qué / el hombre es un lobo / para el hombre // y por qué el lobo / para el hombre / un cordero”. Todo está en crisis, hasta el amor (Crisis? What Crisis?). Tras tantas tormentas, “un muelle / tranquilo” al que llegar (Llegar a puerto). Allí espera siempre el amor como planta que debe regarse (Bonsai). Claridad en él como en la vida, la poesía y el arte (Aguas claras).

Por La poesía es un arma que carga el diablo (LcLibros, 2022) pululan algunos poemas dedicados al periodo histórico del confinamiento, como Sin rumbo: “solo en casa / mientras naufraga / el mundo // alienado desubicado / desnortado perdido // y a los que / nos han encerrado // no los olvidaré”. Desde la “celda”, se reflexiona sobre la política, su hipocresía (“qué decadente todo / en esta” Feria de monstruos) y la necesidad de escapar de su control (Urgencia de ser piel roja); también se trata de la escritura poética —término medio “entre tirar la toalla / y limpiarse con ella” (Aún)—, su crueldad (Grabado a fuego) y encrucijadas —“vivir de la literatura” o “para la literatura” en Caballo desbocado—; de nuevo surge el cine (Los peces rojos, Los olvidados, Malas calles, La nave va), la sociedad y su tendencia a la involución o el tiempo presente y pasado, pudiendo ser tiempo para escribir poemas que no fueron redactados en su momento (Cuando la hembra del cóndor muere el macho se suicida). Nuestra ambición de siempre quiere más en Todo nos sabe a poco: “y no aprendemos / nunca la lección // tener o no tener // no tener y tener // sombras del ego”. La vida como un Casino donde saber jugar bien las cartas buscando “sosiego”, “magia” y “ensoñación” en lugar de “desilusión”, “desencanto” o “angustia”. Las fases de reconstrucción personal (En mil pedazos), tarea meritoria pues hasta un elemento tan duro como la roca acaba por deshacerse ante las inclemencias del tiempo (Las partículas elementales). En Contracorriente se muestra fatiga ante esa lucha interna contra lo externo: “cuando pienso / que todo está ya hilado / y controlado en mi vida / otra tormenta más // cansado de arriar las velas”. Lo que hace “soportar / estoicamente / cada naufragio” es esa “orilla” que parece Aún lejos. Para la resistencia en la “jungla” hay que saber cuál es la propia “liana” (Darwin tenía razón). En esa supervivencia tiene que ver ser Selector de recuerdos. La buena suerte depende siempre de uno mismo y en ello tiene mucho que ver lo que se hace, pero también lo que se piensa y dice (Cierra la mano y sopla y Cruzada). La “palabra” puede ser “estruendo”, “caos” y ruido dependiendo de si está dentro o fuera de uno (Reina el caos). Igualmente las palabras pueden ser como Saetas, “puñales” o “espinas”. También crear “lo que pudo haber pasado […] o lo que realmente pasó” (Historia prohibida). Los gestos por otra parte pueden ser benéficos (Se duerme el que acaricia) y las acciones que conforman la propia vida crear remordimientos —“imposibilidad de vivir / conforme a los cánones / que me inculcaron” (Quise y no puedo). De nuevo, esa forma de ser auténtica llevada a sus más directas consecuencias: la indiferencia de la sociedad, más si se es poeta. En este sentido, el poemario se cierra con un bello poema en prosa dedicado a la figura del poeta y amigo David González, recientemente fallecido (David y los lobos).

Concluye esta antología con el poemario inédito que le da nombre: Hombre de mimbre, que nos remite al film homónimo y a la frase de Blaise Cendrars: “Escribir es quemarse vivo”. El poeta se pregunta Dónde está el fuego: “dentro o fuera de ti // quién prende la cerrilla […] // antes de quemarte en la hoguera // pregúntatelo”. En el cinematográfico poema La noche del cazador, el poeta se refiere al corazón que puja escapar del control de las manos, “latir sin amo”. De nuevo el poder que busca controlarnos e incluso destruirnos (Phalloides, Naipe español o El pueblo y la nada) y por encima de la política las vidas que no se repiten —a diferencia de los políticos— y la búsqueda de la belleza en la poesía mediante lo esencial (Poética). Las dudas sobre quién se es y se quería ser —Lone Ranger o Dagón: “con diecisiete años / creía que me iba / a comer el mundo // y con cincuenta y siete / el mundo me está / devorando a mí”—, la erosión del tiempo —“como el viento / azota a la roca / como el mar / forma tu perla”— mientras uno se aferra a vivir “ por amor y miedo a morir // por ambas cosas” (Cómo se forma una perla)—, el temor a no adaptarse a uno mismo —“lo peor no es / cansarte del mundo […] // sino cansarte de ti // por no saber / gestionarlo” (Cómo enfocarlo)—, la diatriba entre lo espiritual y lo material o el ser fiel a sí mismo y “agradar”, “trepar”, “medrar” (Juego de tronos). En el otro lado de la balanza, la satisfacción de no haber renunciado “a nada” de lo que se juró “no hacer” a pesar de “no haber logrado nada / de lo que de joven” se prometió realizar (Corazón rebelde). Hay a su vez espacio para la música “cuando / las palabras / se agotan” (Almost Blue), la crítica hacia esa “Nueva Inquisición” (Cuando las piras arden), la visibilización de un “lobo” que en todas las épocas quiere reeducarnos “para ser corderos” (Siempre hay un lobo) o el poco valor de la palabra actualmente (Cómo ocurrió).

Tras este recuento, poco más queda por decir. Por su poesía, sin duda Vicente Muñoz Álvarez se ha ganado a pulso pertenecer a ese olimpo de escritores marginales, salvajes y malditos de la literatura española actual. Su corazón arderá siempre, al igual que el fuego de sus textos, debido a su verdad, nunca se extinguirá.



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